El Olor de la Muerte (libro I. Saga Cazadores)

CAPÍTULO 4. CARTELES DISUASORIOS (VII)

A la mañana siguiente, y después de una noche completa de patrulla, segunda entera, regresaba derrotado a casa.

Para bien o para mal, depende de si soportáis esta mierda o no, finalmente entraba entero por la puerta de la calle a las 5 de la mañana. Preparado para absolutamente nada que no fuese irme a la cama.

Por fortuna o desgracia no había vuelto a ver a aquel licántropo.

Había hecho todo lo que materialmente me había sido posible, en líneas generales, patrullar toda la noche en el pueblo y alrededores por si veía a alguien, por si veía algo... pero nada. Nada de nada.

Los demás estaban desayunando cuando llegué.

Amy me dio un abrazo en que me vio. Y Luca suspiró aliviado. Supuse que Amy le había puesto al corriente de todo.

― ¿De dónde llegas a estas horas, Elías? ―preguntó Miriam sin dar crédito.

― ¿Y por qué no has dormido en casa?

―Tenía que recoger unos cuantos ingredientes que solo se pueden recoger de noche. ―Mentí. Muy mal, vamos, como suelo hacer.

― ¿No has dormido en toda la noche?

―Bueno, a no ser que los haya recogido sonámbulo... pues no creo, la verdad ―dije algo irritado por la pregunta.

Pude saber, con total certeza, que Amy, Luca, y yo en aquel preciso instante solo pensábamos aquello de; "Si supierais".

―Voy a cambiarme ―Entre tanto me esforzaba por reprimir un bostezo brutal.

― ¡Date prisa, tío! ―dijo Luca― Tenemos que estar en la furgoneta en 5 minutos, y tienes que desayunar todavía.

―No da tiempo de desayunar. ―Resolví subiendo las escaleras como un zombi― Ahora bajo.

En la vida tienes que aprender cuando callarte, y afortunadamente no soy un bocazas, pero sin duda iba a ser un día muy duro.

Por no hablar de que me esperaban dos noches sin dormir, y, consecuentemente, otros 2 días difíciles por delante. Y lo que quedaba, porque cuando el plenilunio desaparece, los problemas continúan igual.

Esa tarde tendría que hablar con Galius seriamente. Aunque no pensase contarle mi problema con el jodido bicho. Y aún sin poder creerme que hubiese sido capaz de evocar su forma a voluntad y, más o menos, controlarla hasta que me quedé sin energía.

Era un principio.

Solo sabía que tendría que encontrar una forma de que la gente no saliese a la calle durante esas dos noches. Y rezar para que aquel bicho no hubiese mordido a nadie en las dos que ya habían transcurrido.

Visto lo visto había una serie de cosas por hacer durante el día;

1. Evitar, como fuera, dormirme en clase. Porque ya era lo que faltaba, alguna amonestación de los profesores y enfadar a Alan.

2. Intentar hacer los deberes, aunque fuese por encima porque si no la liaríamos con lo mismo.

3. Ir en bici hasta las autoridades para avisar de la situación, y alertar a los cazadores de Sídney para que estuvieran pendientes por si el paria se había desplazado hacia la ciudad.

4. Llevar a cabo el plan maestro que se me ocurrió mientras patrullaba la noche anterior. Para lo cual tendría que buscar una foto de un perro rabioso, y una de un tipo que diese miedo. Llevarlas a una copistería y hacer carteles alertando a la población de que ronda las calles de nuestro pequeño pueblo un tipo muy peligroso con un perro loco y además va armado, eviten salir a la calle por la noche.

5. Después solo quedaba empapelar el pueblo con carteles por todas partes, para sugestionar a la gente.

Tardé más de la cuenta en apuntar todo aquello, así que, aquel día, me tocó averiguar que la amenaza de Alan con lo de el que no llegue en cinco minutos al coche se va en bici a clase era totalmente real.

Sí. Lo era. Sí. Me marché en bici aquella mañana.

Afortunadamente me beneficiaba porque tenía que pasar por los ministerios para alertar de la situación a las autoridades. Aunque no fuesen a ayudarme, era lo que tocaba.

Todavía sin saber cómo, llegué puntual a clase.

Bueno, más o menos, pero como me dejaron entrar, dio un poco lo mismo. Teníamos lengua a primera hora, y el señor Miller era poco menos que un santo el pobre hombre.

Llamé a la puerta y abrí con cuidado, jadeando todavía por la carrera que me había pegado. Solo hacía 5 minutos que había tocado la campana.

―Lo siento señor Miller, ¿Me deja pasar? ―pregunté tratando de no ahogarme.

―Sí claro, Dakks. Pasa, si nunca me llegas tarde ―afirmó con una sonrisa― ¿Has dormido mal? ―preguntó mirándome con cierta curiosidad. Toda la clase se rio. Y yo traté de sentarme apresuradamente, pero tropecé y tiré la silla.

Todos se rieron todavía más. La recogí y tiré los libros. Y todo el mundo volvió a estallar en carcajadas.

Los recogí y me dejé caer en la silla abriendo la mochila.

― ¿No vas a contestarme? ―preguntó el viejo señor, sorprendidísimo.

No era eso, era que estaba tan nervioso que ni siquiera me había enterado de que me había preguntado algo.

―Disculpe ―dije―, ¿Podría repetirme la pregunta?

No había hecho los deberes, ya está, ya la había liado.



#19574 en Fantasía
#4147 en Magia
#11744 en Thriller
#6726 en Misterio

En el texto hay: novelajuvenil, el primer amor, secretosymisterio

Editado: 28.07.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.