Era jueves por la tarde. Y estaba ayudando a Galius con algunas tareas en su tienda, como de costumbre.
Aquel día el viejo mago cerró la tienda, y ambos nos atrincheramos en la trastienda.
Estaba al corriente de la situación del Paria, pero aún no sabía nada del converso.
― ¿Hay alguna novedad, Elías? ―preguntó preocupado―, ¿Algo que quieras contarme?
Suspiré y abandoné el filtro que tenía entre manos para posar mi mirada en aquellos viejos ojos que esperaban, con urgencia, alguna respuesta.
―Hay muchas cosas que contar ―admití dejándome caer contra el respaldo de la silla en la que estaba sentado, frente a la enorme mesa de roble en donde trabajaba con los filtros y la consulta de su extraña biblioteca de magia.
Unos 20 minutos después Galius estaba al corriente de todo.
― ¿Qué crees que puedo hacer? ―pregunté, ciertamente, empezado a desesperarme.
―Es complicado, desde luego ―expresó con preocupación―. Vas a tener que lograr que ese chico se medique, sea cual sea la forma. O de lo contrario...
―De lo contrario mañana por la noche lo llamará, y no podrá resistirse a la llamada, acudirá a su encuentro, y la enfermedad comenzará a avanzar mucho más rápido. El próximo plenilunio habrá perdido gran parte de su humanidad y hará cosas terribles, con forme haga cosas terribles ya nunca más será dueño de sí mismo ―enuncié―. En menos de 48 horas no habrá vuelta atrás, habrá dos parias en lugar de uno ―dije meramente repitiendo lo que ya sabía perfectamente― ... el problema es conseguir medicarlo ―aventuré exasperado―. Y que no tengo medicación, y los ministerios solo la suministran de manera directa a los conversos, así que nadie me la dará.
Después de unos minutos pensando, Galius volvió a dirigirse a mí, deteniendo su inquieto paseo por la estancia.
―Mañana por la noche tenéis una fiesta, ¿No es así?
Asentí confuso.
― ¿Va a ir este chico a la fiesta?
Ostias.
―Claro que sí, es un fucker, no se pierde una sola...
Pd: fucker es una palabra sin desperdicio. Cosas que solo se os ocurrirían a los humanos, y por las que parte de mí aún os tiene algo de respeto.
― ¿Un fu...? ―empezó Galius con cierta extrañeza, para después fruncir el ceño y decidir mentalmente que no era algo que quisiese saber― Es igual ―añadió casi más para sí mismo que para mí. Yo reí para mis adentros―. ¿Sabes preparar un sucedáneo de la medicación?
―No ―repuse sorprendido― ¿Cómo voy a saber? Nadie te enseña estas cosas en los ministerios, no lo he hecho nunca.
Suspiró y me pareció entenderle balbucear una suerte de "valientes inútiles".
―Mira en la tercera estantería...―resolvió con calma recogiendo sus cosas al tiempo que señalaba uno de los estantes colmados de libros que cubrían cada pared de la estancia―. Hay varios libros que te podrían ser de utilidad.
― ¿Qué pretendes que busque? ―repuse sin salir de mi asombro.
―Está claro que mañana por la noche tendrás que ir a esa fiesta, y arreglártelas para medicarlo sin que se dé cuenta... si lo medicas una vez nunca podrá ser un salvaje completo, y no podrá responder a la llamada esta noche. Por consiguiente, tendrás más tiempo para convencerle y avisar a los ministerios. Y si no encuentras nada para medicarlo, por lo menos trata de buscar algo que evite que se reúna con esa bestia.
― ¿Y el paria? ―pregunté asombrado― Intentará matarle si no logra que se una a su manada. Tú mejor que yo lo sabes. ¿Qué hago yo contra el paria este fin de semana? ¡No tengo nada con que defenderme!, ¡No tengo balas de plata, ni nada de eso! ―terminé de desesperarme mientras Galius se disponía a marcharse tan tranquilo y dejarme a cargo de su tienda como si me conociese de toda la vida, porque ya era tarde.
―Elías ―comenzó tranquilo mirándome con afabilidad― eres un buen cazador, uno de los mejores, sino el mejor de tu generación, y estoy seguro de que puedes llegar a ser un fantástico rastreador―añadió―. No desesperes ―sonrió― No me cabe ninguna duda de que en esa estantería encontrarás respuestas, tan solo tienes que pensar con la cabeza... e ir resolviendo mayores retos por tu cuenta ―dijo mientras, definitivamente, se marchaba dejándome ahí solo―. Yo no estaré siempre aquí para resolver tus dudas.
― ¡Pero...!
―Buena suerte, Elías Dakks ―sonrió con aquella mirada tan peculiar de seguridad que a algunas personas les regalan los años―, tengo plena confianza en tus posibilidades. Pasa buena noche, y no te olvides de cerrar la tienda cuando salgas.
Y ahí me dejó. Sencillamente, a dos velas.
Auto-aplauso mental.
Olé tú.
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Eran las tres de la madrugada y, para mi amarga sorpresa, Amy y Luca se presentaron en la tienda.
Más que alarmado y casi con ganas de matarles por el riesgo que habían asumido, les abrí la puerta nada más leer el mensaje en el móvil de que estaban afuera y que, debo admitir mal que me pese, acababa de despertarme porque dormía profundamente babeando sobre un incunable.