Bien, estaba hecho. El plan se ponía en marcha.
Tras toda la tarde trabajando sin descanso, al fin, había logrado comprar todos los ingredientes que no pude conseguir por mí mismo en tan poco tiempo, y además preparar los dos filtros.
Solo faltaba que, tras haber inhalado semejante porquería, y haberme tirado toda la tarde, casi hasta la noche, trabajando, no fuese en vano y muriera de todas formas. Aunque, naturalmente, no pensaba preocupar a nadie con esa posibilidad que, por si todavía no lo imagináis, era, para mi desgracia, una probabilidad elevada más que una mera posibilidad.
― ¿Lo has conseguido? ―preguntó Amy subiendo al desván, en donde me había atrincherado para preparar los filtros, no sin asegurarme previamente de que me creían preparando un número de magia secreto.
Había venido a buscarme antes de la fiesta, y ya estaba arreglada.
Me quedé mirándola, por un instante. Ahí, parada bajo el dintel de la puerta, entre las escaleras y el polvoriento suelo del desván. Con sus tacones negros mate, unos pantalones pitillo rosas y una preciosa blusa blanca de media manga. Llevaba unos pendientes a juego con los pantalones, y un collar largo, de esos con los que las chicas adoran jugar, a lo antiguo, a juego con sus tacones. El pelo suelto a su espalda, perfectamente planchado. Y su colonia asomaba entre los vapores pestilentes de los filtros que había estado preparando toda la tarde.
Me miró con una sonrisa. De esas que, mal que me pese, me temo que recordaré toda mi vida.
― ¿Elías?
―Sí, ya está ―contesté con más rapidez de la pertinente, tratando de disimular que por un instante efímero me había quedado embobado mirándola. Aún con unos buenos tacones era una cabeza entera más bajita que yo. Ningún inconveniente desde luego, siempre me han gustado bajitas... detente cerebro impertinente. Esto no te incumbe. Piensa en otra cosa. En otra cosa. ¡Deprisa!
Pero esa vez no hubo otra cosa.
En ese breve intervalo atemporal, y sin saber por qué, todo dejó de importar.
Tenía casi 17 años, y, para mi desgracia, acababa de darme cuenta de que ya sabía exactamente lo que quería.
Sabía más de lo que mucha gente sabría en toda su vida.
Lo sabía, porque en ese instante fui por primera vez consciente de que el amor existía. Pero no la clase de amor que vosotros vivís a los 16 años. Era esa clase de amor que vosotros nunca viviréis, ese que solo vivimos los cazadores.
Un sentimiento contra el que no puedes ni nunca podrás luchar. Algo que te atará a una única persona por el resto de tu vida, y sin importar lo difícil que sea un final feliz para esa historia.
Esa clase de amor por el que en ese diminuto momento fui consciente de algo que llevaba creciendo en mi interior desde que me encontré por primera vez frente a su foto. Y el miedo más grande que haya podido sentir, me atenazó. Porque supe, desde ese instante, que aquella parte de mi contra la que nunca podría luchar querría pasar a su lado el resto de mi vida. Y querría aferrar su mano en la oscuridad, y dormir junto a ella todas las noches que me quedaran en este mundo.
Pero no fue algo que supiese como vosotros sabéis que os habéis enamorado de alguien.
No.
Fue algo que a los cazadores nos pasa y es una realidad. Desde ese instante no podría fingir no saberlo y seguir esperando a que un día sin previo aviso apareciese la compañera de mi vida. No podría fingirlo más porque acababa de darme cuenta de que, de ahora en adelante, y por el resto de mis días, ella sería la única persona a la que podría amar. Aunque ella todavía no lo supiese.
Y aquella visión me atrapó.
Vi cosas. Sí.
Porque es lo que a los cazadores nos pasa cuando encontramos a esa persona.
Entonces lo supe. Vi cosas que temía imaginar, y, sin embargo, tarde o temprano, iban a pertenecernos a ambos porque, desde ese momento, y aunque ella todavía no lo supiese, habíamos quedado unidos bajo esa clase de unión que entrelaza a dos almas más allá de las barreras del tiempo, y de la muerte. Y más allá de los deseos y miedos que las separan. Para bien, o para mal.
Y vale, es muy probable que ninguno de vosotros entienda de qué narices estoy hablando.
Pero debéis saber que los cazadores solo amamos una vez, a una única persona, y sin importar las circunstancias que unan o separen a ambas partes.
Todos tenemos a una persona esperándonos, y la vida, tarde o temprano, nos reúne. Haciendo que todo lo que hubiese antes automáticamente deje de existir. Sea justo o injusto, oportuno o inoportuno. No es algo que puedas obviar.
Solo puedo deciros que cuando encuentras a esa persona, es como si el mundo se detuviese. Es, como si tu corazón se parase, y tu mente te transporta muy lejos. Te brinda una extraña visión que solo tendrás una vez, en la que se te presentan retazos de una vida, o un futuro, que podría existir con esa persona si decides seguir adelante y oír a tu corazón.
Pero esa visión es algo que nunca pasa a primera instancia. Siempre aparecerá en el momento oportuno y exacto en que uno de los dos, no importa cual, esté listo para formar parte del otro. Y se verá completada por una segunda visión que la completará, en el momento exacto en que la otra persona comparta ese sentimiento, y la unión se consume.