El Olor de la Muerte (libro I. Saga Cazadores)

CAPÍTULO 5. SECRETOS SABIDOS A VOCES (PARTE 1)

Os pongo en situación.

Finales del primer periodo lectivo.

Para entonces tenía unos cuantos problemas rondando. Algunos ya no tenían solución, pero otros tantos tenían que decidirse aquel estúpido día, y cuando digo otros tantos me refiero a más de los que puedo contar con los dedos de las manos.

Sí. Hablo de ese temor universal que sentimos todos los estudiantes, seamos o no de este u otro mundo. Ese murmullo sin nombre que nos hace sudar y nos arrebata más neuronas que el alcohol ―lo que ya es, de por sí, difícil―. Aquello a lo que llamamos "Periodo de Exámenes".

Aquel día, 16 de abril, era el día previo a mi cumpleaños, y las vacaciones de otoño comenzarían el 18 después de que nos dieran las notas... lamentablemente el día 16 se convertía en el último día de exámenes de mi primer periodo lectivo en Pangea.

Era lunes, y yo odio los lunes ―cliché, lo sé, pero igualmente sé que ahora mismo muchos de vosotros estaréis aclamando mentalmente mi postura contra los lunes, a todos os lo agradezco, pero me guardo el discurso para otra ocasión―. Dejad que diga más. Hay algo de lo que estoy seguro. Todavía los odio más cuando hay cuatro exámenes, más todos los de magia... en el mismo lunes.

¿Positivo?

El miércoles teníamos vacaciones.

El miércoles volvería a mi casa. A mi ciudad natal. A mis padres, y mis hermanos, y mis antiguos compañeros, y, en general, a todo aquello que había añorado por más de tres meses en aquel lugar. El olor del frío habría desaparecido, pero los bosques habrían despertado y sus cánticos se extenderían por las montañas. Infierno verde ya no sería hogar de sombras, y todo el mundo se estaría preparando para recibir a la primavera en una gran fiesta.

Les había echado tanto de menos. Tanto que casi no podía esperar para irme. Y me entristecía pasar aquí mi cumpleaños cuando estaba tan cerca de volver.

Dada la situación, y después de todo, como, imagino, entenderéis. No estaba de muy buen humor.

Había estudiado mucho, sí. Es verdad. Pero... ¿Para qué?, o, al menos, eso me preguntaba por entonces, ya que llegado el momento ni siquiera distinguía la historia humana de la historia dimensional, no distinguía la biología de las matemáticas, ni el español del latín. En mi cabeza reinaba un remix ―¡Ojo!, palabra aprendida, estaréis orgullosos― de fechas, nombres, datos, filtros, ingredientes, hechizos, rituales, criaturas, nombres científicos de animales, genética, ecuaciones ―con todos sus tipos―, y perspectivas de dibujo técnico.

Era definitivo. Mi cabeza nadaba en un mar de niebla.

"Hoy va a ser un día muy duro", dijo la parte racional de mi cerebro, nada más saltar de la cama. A la misma hora que los demás, ya que ese día no había sido capaz de salir a correr. Necesitaba todo el tiempo posible para intentar arreglar aquel cacao mental ―sin mucho éxito, para ser honestos, pero había que intentarlo―.

―Ya te digo... ―Me respondí a mí mismo, en voz alta.

―De qué mierda hablas Elías... ―Se burló Luca en mi cara, porque, cómo no, él jamás se estresa por nada.

―De nada. ―farfullé.

―Tu cerebro te ha vuelto a decir que eres idiota, ¿verdad? ―preguntó Noko divertido.

Intenté reírme, buscando aflojar los músculos agarrotados de mi cuerpo mientras me vestía con rapidez, pero no resultó. Finalmente suspiré. Mi mala leche estaba ganando la partida.

―Igual tiene razón, después de todo... ―admití.

―-No le hagas caso ―repuso Noko dándome una palmada en la espalda― ...ya sabes que siempre va intentar sabotearte, pero es solo eso.

Asentí intentando líbrame del nudo que tenía en el estómago, pero no podía sacarme de la cabeza el presentimiento de que aquel día, en el aspecto que fuera, se iba a liar parda.

Para cuando terminé de vestirme, Noko y Luca ya andaban por abajo desayunando. Noko con el libro de biología en la mano, Luca, por el contrario, mirando a las avutardas o encomendándose al espíritu santo a ver si aprobaba algo ―sí, lo reconozco, el genio más raro que he conocido―.

Miriam, por su parte, fregaba su desayuno con el libro de español apoyado en la encimera de la cocina, recitando en alto los tiempos verbales, histérica, como siempre que había exámenes, en los que acostumbraba a obtener las más altas calificaciones las de la clase, por mucho que siempre saliera después del examen diciendo que había sido el mayor desastre del último siglo.

Decidí sentarme a desayunar a la mesa cuando escuché a Amy chillando enfurecida ―sí, parece mentira, pero ojo que como la busques la encuentras― desde el cuarto de la lavadora.

― ¡MALDITA SEA! ―gritó enfadadísima saliendo al pasillo y llegando echa una furia al salón/cocina.

Para entonces había logrado despertarnos a todos, sacándonos de súbito de nuestras actividades soporíferas, y dibujar en Luca su característica cara de "¿Se puede saber que cojones pasa? ¿Acaso llueven vacas?".



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En el texto hay: novelajuvenil, el primer amor, secretosymisterio

Editado: 28.07.2019

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