El Olor de la Muerte (libro I. Saga Cazadores)

CAPÍTULO 6. LA VIDA QUE PERDÍ (PARTE I)

La gran verdad de esta existencia, es que la vida es larga para unos, y corta para otros. Que unas personas tienen más que suficiente para marcharse y deciden poner fin a todo prematuramente, desesperados por no encontrar arreglo a situaciones que los atenazan, y otras personas sin embargo, abandonan la vida deseando continuar en ella.

Sé muy bien de qué hablo, para mi desgracia. Pero antes de conocer a los humanos ignoraba que ellos pudieran saber a qué me refería cuando decía que para los cazadores la vida es injusta, y demasiado corta, que tenemos que morir deprisa, y morir jóvenes... ahora lo sé.

Ahora sé de las miserias humanas, y de las personas que se marchan antes de tiempo. Ahora sé que todos existimos para la muerte de forma injusta y aleatoria. Y quiero creer que cuando esta broma pesada haya acabado volveremos al lugar de donde partimos. Allí donde todos fuimos iguales, antes de ser.

A finales de Julio, sí, allí cuando todavía tienen clase en Australia y tal, después de volver de las vacaciones y haber vivido en Infierno Verde el primer invierno sin Agnuk, surfeando solo aquellas corrientes de aire que para mí ya no tienen nombres. Aquel invierno en el que mis padres me repitieron una vez más que no me fiase de nadie en la capital y pude ver con mis propios ojos como la tensión, ya presente, en la vieja ciudad de las grandes torres y alrededores se hacía manifiesta en continuas protestas por una vida mejor que cuando la miseria es la ley se convierte en tener algo que llevarte a la boca... había vuelto a aquel lugar, con la esperanza de poder seguir aprendiendo cosas que el día de mañana me ayudasen a cambiar algo, y con el corazón encogido porque la ausencia de Agnuk me volvía loco y creaba en mi vida un vacío que nunca se llenaría. Casi sentí alivio al abandonar el lugar más hermoso del mundo.

Pero cuando volví a aquel pequeño paraíso humano, nunca me habría podido imaginar que el siguiente mes acabaría con el único resquicio de paz que creí haber hallado en el mundo.

Es verdad. Y ahora lo puedo decir. La paz no existe. Y aquel mes fue como una canción triste. Así lo recordaré siempre. 

El tiempo en el que muere la esperanza y renace la realidad. 

Es como un nombre perdido que resuena en el viento, como el paisaje salvaje visto desde la ventanilla de un tren. Un viaje fugaz, como la vida de esa chica que vosotros todavía no conocéis, y que tanto significó para mí, aunque solo fue mi amiga. Alguien como yo. Una cazadora condenada al mismo destino que yo seguiría y que se acababa de incorporar al programa en el que yo ya estaba inmerso, en otra casa y con otra vida, pero con mi misma vida. Alguien cuyo único delito fue que descubrió una gran verdad. Una verdad que me alertó de muchas cosas y por la que todavía sigo aquí. La gran verdad. Que los cazadores también luchamos, y también morimos. Que, como vosotros, somos víctimas del destino y de las circunstancias, y también nos morimos en medio de la vida.

Yo ya sabía de su llegada porque unas semanas atrás se me llamó a los ministerios para presentarnos y pedirme que la acompañase durante su periodo de adaptación al mundo humano, ya que se encontraba en ese momento en las mismas circunstancias en las que yo había estado meses atrás. Con una salvedad importante... yo no era nadie, ella era la hija del alcalde de Mok. Aunque puedo asegurar que nunca lo pareció.

No obstante, y en realidad, todo empezó en una lección de ética como cualquier otra, la primera a la que Anet asistía en el instituto y en nuestra clase, y que, sin embargo, desencadenaría toda una suerte de descubrimientos inesperados. Porque ella, como yo había hecho, también tenía que guardar un secreto.

****

― ¿Qué maldita mierda se trae ese hombre con la urna llena de papelitos? ―Me preguntó Luca en un susurro mientras estábamos en clase de ética.

―Ni idea ―comenté, intrigado. A saber, qué ostias se traería ese hombre en la manga.

― ¡Callaros ya desgraciados! ―dijo el hombrecillo con su misma voz cansina de "odio ser un puto profe" de siempre―, ¿No os quejáis ya de estudiar filosofía y chorradas?

Todo el mundo guardó silencio.

―No está tan mal, Assen ―dijo Jonno para consolarlo.

Todos reímos. En realidad, la clase estaba revuelta porque aquella mañana habían presentado a Anet a los compañeros y Anet era... bueno, era una cazadora en toda regla. Con unas pintas como las mías. No obstante, Assen trató de hacer como si nada. Porque eso siempre fue su especialidad.

―No mientas ―dijo el tío como si nada― ¿No estáis ya tan hartos como yo de aguantaros?

Silencio sepulcral.

―Joder, pensaba que podríais un poco más de entusiasmo ―añadió exasperado―. Algo como "Sí Assen, estamos hasta los cojones" ―culminó animándonos con las manos como un cantante a un público cuando busca que cante.

"Sí Assen, todos estamos hasta los cojones" repetimos todos a punto de reír, sin tener aún ni la más remota idea de qué se traía aquel hombre entre manos.

―Bueno, pues hartos de teoría he decidido que vais a hacer un trabajo práctico por parejas.



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En el texto hay: novelajuvenil, el primer amor, secretosymisterio

Editado: 28.07.2019

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