El Olor de la Muerte (libro I. Saga Cazadores)

CAPÍTULO 6. DOLOR Y DECEPCIONES (PARTE II)

Algunas horas después emprendí el camino hacia casa. Sin el trabajo planteado, pero con una conversación a mis espaldas que había abierto algo muy profundo en mi interior y hacía que muriera de miedo por el mero hecho de existir.

Anet lo había visto.

Había visto que en mi interior había algo hacia alguien, y que, posiblemente, ese algo era lo mismo que ella sentía por Han, su novio. Ella había podido llegar a saber que escondía ese tipo de sentimientos en mi interior hacia alguien, lo que quería decir que en aquel momento yo ya me había condenado, y había condenado a otra persona, a amarme y perderme, hasta que todo acabase, y por los días de su vida.

Ahora es cuando lo admito.

He visto morir a más personas de las que recuerdo, ¿Sabéis?, y a muchas las quería. He visto repetirse esta historia, cientos de veces. He conocido lo que da nombre al amor y lo que lo resquebraja y lo vuelve pedazos y he visto a la muerte segar ese invisible y rojo hilo que une de forma indisoluble a dos personas por cuanto sus vidas significan.

... y siempre me juré que no le haría esto.

Me juré que para mí no habría chica.

Y, después de todo, no podía negar que esa chica, ya existía.

Siempre existió. Porque siempre soñé con ella, desde niño.

Por eso el día en que la vi en aquella foto mi corazón se detuvo. No era su belleza, que también. No era la idealización de una personalidad inventada por deseos intrínsecos de procreación y satisfacción sexual o sentimental. No era nada de aquello. Era que era ella, y que, trayéndola ante mí, el destino me había encontrado de nuevo. Porque siempre lo hace. Y asusta. Más de lo que cualquier cosa asusta.

Ella vivía conmigo y yo la llamaba amiga. Ella, posiblemente, aún ignoraba ese sentimiento que yo sabía que no podría ignorar más...

Y entre aquellos pensamientos y el más grande dolor que asumirá jamás un cazador en su vida, aquel que te responsabiliza de la desgracia futura de la persona a la que más amarás mientras seas persona, retomé mis pasos, y completé el camino de vuelta a aquella casa.

Pero no podía permitir que aquel temor que ahora tenía nombre se apoderara de mí, y me forcé a pensar. A pensar en otras cosas que nada tuvieran que ver con ese miedo y la culpa oprimiendo mi pecho por el mero hecho de existir.

Pensé en que aquella semana había descubierto a una persona que me inquietaba, que me resultaba plena. Una persona que parecía estar vacía y, sin embargo, rebosaba ideas, inquietudes, y sabiduría oculta. Una persona que, al igual que yo, vivía de sentimientos, de verdades, de miedo, y de rabia. Y a quien, en no mucho tiempo, llamaría mi amiga.

Finalmente, y entre todo aquel barullo mental, me atreví a cruzar aquella puerta con aire pensativo, y taciturno.

De vuelta en casa.

―Madre mía ―Saltó Miriam en cuanto me vio―. Estás blanco. No te habrá absorbido el alma la punki esa, ¿No? ―preguntó riéndose, mientras me ponía una mano sobre la frente como si tuviese fiebre.

Me zafé con rapidez del contacto ya que mi calor corporal podía implicar la necesidad de ofrecer muchas más explicaciones que solo Amy tenía y no me compensaba ni quería dar.

Pero con lo que acababa de descubrir ya no me hacía gracia ninguna de las cosas que empezaron a decir, con toda la mejor intención de este mundo, y por supuesto, desde el desconocimiento.

Sonreí.

―No tengo hambre ―farfullé, y, en realidad, era cierto―. Voy a coger las cosas y me voy de caza. No me esperéis levantado.

― ¿Va todo bien? ―preguntó Noko.

―Sí ―asentí, mientras subía las escaleras― estupendamente.

No tenía ni idea de lo que pasaría conmigo a partir de ahora, solo sabía que ver a Amy podía desatar una espiral de locura interior que me haría comportarme de forma extraña con ella y eso no era lo que quería. Hasta que me encontrase en condicIones de manejar ese sentimiento, y mientras ella todavía no sintiera lo mismo, tal vez evitarla un poco me ayudaría a relajarme.

Aunque solo tal vez.

***

Para la siguiente semana Anet y yo nos habíamos acercado. Y era un hecho.

Siempre poníamos la excusa del trabajo, incluso el viernes habíamos pasado juntos todo el recreo, con esa explicación, que por el momento colaba, la verdad. Asistíamos juntos a las clases en los ministerios, y a veces, incluso, compartíamos alguna noche de caza.

En lo que a mis sentimientos respecta, había logrado calmarme y actuar, más o menos, con normalidad. Pensé en mis padres, y en que llevaban una larga vida juntos y ninguno de los dos había muerto antes de tiempo y en circunstancias traumáticas. Pensé que tal vez yo podría tener esa suerte y ella algún día se daría cuenta, y entonces, quizás, todo sería más fácil. Pero, sobre todo, pensé que no vale la pena angustiarte con cosas que no quedan en tu mano, porque vivir con miedo es morir cada día.

El caso es que, en aquel momento, descansaba tranquilo en el salón de casa, viendo en la tele una peli de tiburones, o no sé qué leches. Y todos andábamos por ahí comentando chorradas y echando unas risas.



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En el texto hay: novelajuvenil, el primer amor, secretosymisterio

Editado: 28.07.2019

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