Apenas unos minutos después, me encontré sentado en el alféizar de la ventana del desván, inmerso en la penumbra, clamando a Oznak, espíritu y guardián de la Guerra, para que me calmase, para que sacase de mis entrañas aquella miserable sensación que me decía una y otra vez que, en ese momento, en algún lugar no muy lejos, algo malo había pasado.
Jugueteaba con una pesada daga entre mis manos, cuando la vi llegar.
Era una luciérnaga, y golpeaba contra el tenue vidrio de la ventana junto a la que me sentaba. Pero enseguida supe que no era una luciérnaga.
Solo había una persona que pudiese necesitar de aquel medio para comunicarse conmigo, y sabía, de sobras, quién era.
Abrí, ansioso, la ventana. De par en par, y dejé que aquella luz revolotease alegremente por la estancia hasta escoger el lugar predilecto en el que retrasmitiría su mensaje. Sí. Habéis leído bien. No estáis delirando ni nada que se le parezca. Aquella luciérnaga era un Webern. Un animal poseído por un hechizo de magia neutra, que encierra dentro de él un mensaje holográfico a entregar a una persona, y solo a esa persona. Es un medio de comunicación de emergencia, ya que la gente acostumbra a mantener contacto de otras maneras. Raro hasta el punto de que muchos no habrían sabido distinguir de qué se trataba. Yo lo sabía porque de niño enredaba mucho con mi hermano y un libro con hechizos extraños que papá escondía en el viejo desván de la casa a donde, en teoría, tendíamos prohibido subir. Fue una de las primeras cosas que aprendimos a hacer, y nos comunicábamos así con frecuencia. No podía ser de otra persona.
Al fin, la luciérnaga se decidió por un lugar predilecto en el centro de la vieja estancia. Se posó sobre el suelo y un holograma a tamaño natural se materializó frente a mí.
El corazón se detuvo en mi pecho al descubrir que ni de lejos se trataba de mi hermano.
Era Anet. Y lloraba.
¿Qué podía ser tan secreto para tener que valerse de un Webern y no contestar una maldita llamada?
―Dakks... ―balbuceó, daba vueltas por algún lugar, imagino, su habitación en Mok―. Quería decirte que siento haber estado esquiva, estos días, ya sabes que la situación con mi padre no es muy favorable en este momento y bueno. Solo quiero que sepas, que me importas, eres mi amigo, quizás el mejor que haya tenido, y te quiero, y siempre te querré ―sonrió, visiblemente emocionada. Agradecí tanto aquel gesto que no puedo describir el alivio que me invadió, aunque sería solo por unos instantes― Y ahora dirás, ¿Qué hace la estúpida de Anet enviándome un Webbern para esto cuando le he llamado miles de veces y no me ha devuelto una miserable llamada? ―una risa nerviosa precedió a un gran suspiro... muy mala señal― Es una buena pregunta. No me he vuelto sentimental, no te asustes... es solo que estoy en un lío, pero uno de verdad, de esos que dices, Mierda, aquí se acaba todo ―Sonrió, casi sin dar crédito a lo que decía. No encontraba palabras para hablar. Lo que fuera, era muy fuerte―. Yo... no tenía que estar allí, ¿Sabes?, pero hoy fui a buscar a mi padre a su despacho, en los ministerios, ya sabes... y soy gilipollas, porque terminé en un sitio inoportuno, esto es, el... maldito despacho de Dimitrius Stair ―dijo en un susurro de voz, esforzándose por contener el llanto... ¿Cómo? ¿En el despacho del canciller? ― Y ¡Maldita sea!, ¡Lo escuché todo!, y... Stair... ―tomó aliento, miraba hacia un lado, todo el rato, era como si esperase que alguien llegara, maldita sea, Anet, ¿Dónde estás?, ¿Qué has escuchado? ― Dakks, no sé quién coño es ese hombre, pero no es quien dice ser. No es quien todos admiramos. Y no te quiere aquí por la razón que crees ―aventuró, con toda la decisión que pudo, esta vez, mirándome directa a los ojos, aunque no podía verlos― No... mierda, Elías, no te creas que te quiere aquí para convertirte en rastreador, no sé por qué, pero no es nada de eso ―su voz se entrecortaba, e hizo una pausa, una pausa en la que parecía estar escogiendo las que tal vez serían las últimas palabras de su mensaje― ¡Quiere verte muerto, Dakks! Por eso te quiere cerca, por eso te ha traído hasta aquí...
Entonces se escuchó un fuerte ruido, como de una puerta cayendo, y ella palideció, y mi corazón se detuvo.
― No confíes en nadie, Dakks ―susurró― No sé qué quieren, pero mantente a salvo.
Después se cortó.
Todo lo que pude hacer fue quedarme en shock. Clavado en el sitio. Mientras la diminuta luciérnaga que había vuelto a su condición de animal desposeído daba un par de vueltas a mi alrededor para perderse finalmente tras el ventanal y adentrarse en la noche. Después, mi mente se adentró en las tinieblas.
***
Todo lo que podía hacer era dar vueltas.
Daba vueltas.
Y me esforzaba por respirar.
Por controlar aquel zumbido que anonadaba mis oídos y los latidos imparables de mi corazón que amenazaba con desbocarse entre las palabras de Anet, que se repetían una y otra vez.