Aquellas mañanas en las que se acordaba, doña Ana solo pedía una cosa al despertar: no quiero olvidarme de la vida. Los relucientes rayos del sol se colaban ese día a través de la ventana abierta, dejando así escuchar el cántico alegre de los pequeños colibrís que siempre acompañaban en el despertar de doña Ana. Perezosamente se estiraba en la cama buscando el hueco que había dejado su marido, pero sin abrir los ojos tocaba las sábanas frías haciéndole saber que otra noche no había dormido con ella.
-¿Dónde se meterá este hombre?- se quejaba, preguntándose a qué temprana hora se habría marchado.
Ayudándose de su bastón apodado "muchacho" por ella misma, doña Ana se dirigió a la terraza donde escuchaba a su hijo murmurar mientras miraba su ordenador, ese "cacharro" que ella no entendía.
-Mamá, ¿qué haces levantada tan temprano? El médico te dijo que debías descansar, hace una semana estabas ingresada, no deberías pasear tan tranquilamente por casa y mucho menos con las escaleras tan antiguas que tenemos.
-Pues haber llamado a alguien que las arreglase...- se defendía la mujer.
-¿Qué yo llame? Pero si eres tú la que no quiere que llame, mamá- dejó caer son una sonrisa su hijo.
-Estoy cansada de estar en la cama, ese médico no va a decirme lo que tengo o no que hacer.
-Como quieras mamá. ¿Qué quieres que te traiga de desayunar? Hay tostadas y un poco de té, ese que tanto te gustaba.
-De acuerdo. Un momento, ¿de qué té me hablas, hijo? Si a mí no me gusta el té, yo he sido siempre de descafeinado.
-Está bien mamá, como quieras. Entonces, ¿prefieres descafeinado?
-Sí, mucho mejor. Gracias hijo.
David miraba a su madre con una sonrisa en la cara, a pesar de todo era quien le había dado la vida y estaría ahí para ella hasta el final, hasta que llegase ese fatídico día donde ya no recordara quien era. David se dirigió a la cocina y tras preparar un rico desayuno se lo llevó a su madre.
-Aquí tienes, tu descafeinado y tu deliciosa tostada.
-Gracias. ¿Dónde está tu padre? Hoy no ha dormido conmigo.
David se dio cuenta entonces que ese día iba a ser difícil. ¿Cómo explicar a un enfermo de alzhéimer que ya no recuerda la muerte? Su padre murió hacía ya cinco años y su madre pensaba que se mantenía a su lado todas las noches. Duele. Duele ver que no hay palabras que expliquen el sufrimiento que cada día se avecinaba con más frecuencia y que no había nadie todavía que encontrase una cura a aquello. ¿Cómo saber si en unas horas su madre se acordaría de quien era él? ¿Y quién le iba a enseñar a lidiar con los fuertes cambios de humor que sufren estos enfermos con sus seres más cercanos? Nadie, nadie entiende lo que es esto hasta que se sufre por lo que nadie busca la solución científica hasta que se vive de cerca.
-Mamá, papá ya no está entre nosotros. ¿No recuerdas el día de su muerte?-preguntó con suma delicadeza.
Doña Ana quedó muda. ¿Su marido había muerto? ¿Cuándo? No recordaba nada de aquello. Se dirigió a la cocina y allí lo vio, el marco que guardaba la última foto hecha un día antes de morir. Allí vio las cientos de pegatinas pegadas recordándole que cada día olvidaba algo mientras dos lágrimas surcaban su rostro.
Y así pasaron los meses, perdiéndose en las calles que tantas veces había recorrido, olvidando a quien más cerca tenía, deteriorándose su habla, su caminar, su vida. Recibiendo el cariño de un hijo que veía el quebranto constante de su madre, proporcionándole todo el cariño que tenía y que cada día le recordaba porque su madre lo olvidaba, olvidaba lo que era el amor, la pasión, los besos, las miradas y marchitando la vida que le quedaba. ¿Eso era vida? David se lo preguntaba cada día, no quería recurrir a una residencia como tanta gente hace porque él quería demostrar que el amor lo puede todo. El amor puede desbancar cualquier bache, cualquier enfermedad y él quería demostrarlo. Por desgracia, la enfermedad no se iría, pero ¿qué mejor demostración que estar al lado de esa persona luchando cada día? "El amor lo puede todo, hasta el último te quiero", se repetía constantemente como un mantra.
Aquel fatídico día, su madre se encontraba en cama. David le llevaba un álbum de fotos a su madre, lo hacía todos los días antes de ir a dormir. Ya no hablaba, la mirada perdida de ella era lo único que le indicaba que quizás algo recordaba de él, era su único consuelo. Tras ver algunas sonrisas al mirar algunas fotos, David se iba a volver a su cuarto cuando una vieja mano le agarró dulcemente. David miró a su madre y sus claros ojos se encontraron viendo claro lo que pasaría. Su madre se moría y su lucha solo mereció la pena al escuchar de su boca:
-Te quiero David- silbó delicadamente doña Ana.
David agarró con fuerza su mano, le sonrió y así, expiró su último aliento, recordando de cómo decir "te quiero" y olvidando de cómo respirar para seguir viviendo.