El ópalo de fuego.

CAPÍTULO 5.

  Despierto sobresaltada, no soy consciente del tiempo que he pasado dormida ni de lo que acabo de ver.

Mis ojos se abren pero no puedo ver nada, con una mano los froto con fuerza mientras con la otra aún mantengo la fotografía cerrada  en un puño, el pánico me invade hasta que recuerdo el lugar en donde me encuentro.

Mi espalda sobre la madera de un árbol duele y mis pies arden como si hubiera caminado kilometro tras kilometro sin parar, me quito los zapatos y de inmediato una sensación de tierra húmeda invade las plantas de mis pies.

Trato de tranquilizar mi respiración, dejo a un lado los nervios, mi mano tantea el suelo y tomo de la tierra una rama seca.

Ignis. Pronunció cerrando los ojos, deseo que aquel hechizo que he tratado de memorizar funcione.

El calor de la rama en llamas me hace abrir los ojos, puedo ver mis pies hundidos en tierra húmeda rodeados de hojas secas, toda mi ropa está sucia y hecha un desastre, observo la fotografía que llevo en mi mano; no es la de mamá y Mike, es del hombre que Booz intentaba hacer que localizara, su hermano y él mismo al que había visto en aquella extraña visión.

Ese hombre que lo torturaba era un demonio, recuerdo su rostro siniestro y la manera en que incineró al pobre chico, solo un demonio mayor tendría el poder de hacer tal cosa, los vellos de mi piel se erizan  al recordar lo que he visto, ¿sería todo aquello real?

Deseé  con todo mi corazón que no lo fuera.

Fuertes pasos hacían que la tierra crujiera, eran pasos lentos y continuos, estaban acechando.

El fuego había atraído a dos retenidos, podía oler su desagradable olor. Mamá dice que todas las brujas tienen un sexto sentido que nos guía, el mío  justo ahora me está diciendo que corra.

Empiezo a correr, los retenidos hacen lo mismo, los árboles del bosque permiten que escuche el eco de sus gruñidos, otros pasos corren a mi lado, un escalofrío recorre todo mi cuerpo.

Ignis, digo, semejando en el aire el trazo de una línea. Funciona, hojas secas sobre el suelo  arden en llamas poniendo un límite entre mi atacante y yo.

Al frente tengo a un chico de sonrisa ladeada y ojos color rojo, una línea recta de hojas secas ardiendo nos separa.

Da un paso y se detiene en la mitad de las hojas que arden, clava su mirada en mi rostro mientras ríe, coloca las palmas de sus manos hacia arriba, no deja de sonreír, el fuego se intensifica hasta llegar a cubrir la mitad de su cuerpo.

Demonio.

Su ropa y cabello negro, esa mirada ardiente y esa siniestra sonrisa, sin duda era el mismo demonio del que había presenciado su llegada.

Sentía como poco a poco mi sangre se helaba.

Ignis, volví a repetir invocando otra larga línea de fuego y retrocediendo, el demonio se acercaba lentamente intensificando el fuego a su paso, lo estaba disfrutando.

Mi espalda choca contra un enorme muro de roca, estaba acorralada entre la dura roca, el fuego y un demonio que sin duda me mataría.

—No deberías invocar fuego si no sabes usarlo, chica bruja — dijo mientras olía el aire. — Vaya eres humana— añadió.

No articulé palabra.

Ruido entre los árboles llamaron mi atención, tres retenidos aparecieron de la oscuridad, el chico demonio alzó la mano y se detuvieron, le obedecían, eran aliados.

El hecho de que los retenidos aparecieran se trataba de mucho más que una rebelión, no era simplemente un problema de contención, era más grave y peligroso de lo que había imaginado, solo me preguntaba si Mike estaría bien.

—Mírate, atrapada en tu propia trampa — se burló—. Eres tan tonta.

El demonio se lanzó hacia mí atravesando la línea de fuego que nos separaba, intenté liberarme de su agarré pero el golpeo mi cuerpo contra la dura roca haciendo que todos mis huesos dolieran, por más que lo intentaba él era mucho más fuerte que yo.

Con una de sus manos empezó a asfixiarme, lentamente sentía como el aire entraba cada vez menos a mis pulmones, con su mano libre desgarró una parte de mi blusa, justo cuando creí que iba a morir me soltó.

Trato de ponerme de pie mientras recupero el aire, no puedo evitar toser, el demonio me mira a poca distancia, recorre mi cuerpo de pies a cabeza, luego centra su mirada en punto debajo de mi clavícula, observa la cicatriz que me he hecho hace unos años cuando era solo una niña, el fuego en su mirada se intensifica y una oscura sonrisa se planta sobre su rostro.

No quiero morir en manos de un demonio, si lo hago, si él me mata mi alma nunca encontrará la paz, mi mano roza levemente el enorme muro a mi espalda, pude sentir largas raíces brotar, puede que con el fuego no me vaya  muy bien pero tengo talento para las plantas, ya lo había descubierto el año pasado y mi madre se ha encargado de enseñarme algunas cosas.

Rápidamente brotaron más raíces hasta enredarse en los pies del demonio y de los retenidos, corro traspasando las enormes llamas saliendo ilesa.

Corro  sin detenerme, dejándolos atrás, había usado la misma maniobra con Gab una que otra vez, nunca pudo liberarse. Por supuesto, ellos no eran Gabriel, solo bastaron cinco minutos para que empezara a escuchar un fuerte crujir de hojas y ramas detrás de mí.




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