El ópalo de fuego.

CAPÍTULO 6

Luego de que una sensación de frío recorra todo mi cuerpo por fin abro los ojos y observo, enormes y plateados árboles que se alzan ante mí, un escalofrío recorre mi cuerpo al observar las raíces de estos, cuerpos delgados y sin rostro se retuercen  al pie de aquellos árboles, miro hacia atrás, la valla ya no está.

El aire huele  a azufre y sangre, el viento trae consigo millones de diminutas partículas de cenizas que me hacen toser, el ambiente es nebuloso y gris, una enorme tristeza me invade, ni siquiera sé el motivo de la tristeza, quizá puedan ser muchos o tal vez sea que la tristeza  sea un sentimiento característico de este lugar, ¿puede ser posible?

Camino adentrándome en el bosque, tengo  que encontrar la forma de salir, bajo la cabeza mientras camino detallando el montón de cenizas por todas partes  mis pies en el suelo de ceniza no dejan huella,  el sonido de animales salvajes merodeando la zona me pone alerta, lo único que me falta es que un animal salvaje me ataque.

Hace frío pero son  mis pies lo más helados, me había quitado los zapatos antes del ataque de aquel demonio, <<Mihael>> pensé, ese era su nombre, ¿sería cierto todo lo que la visión me mostró? ¿Había sido un ángel? ¿Por qué no me mató cuando tuvo la oportunidad? Y ¿Qué fue todo aquello? Sé que en mi familia muchas de las brujas han sido las mejores y han tenido poderes únicos, pero, eso no puede ser probable tratándose de mí, ni siquiera soy pura, aunque bien me había dicho mi madre que algún día mis poderes se desarrollarían completamente y creo que es lo que pasa en estos momento, ojala hubiera aprendido más acerca de esto, quizá así pueda ver a mi hermano, necesito ver a Mike.

Con el pensamiento de encontrar a Mike y saber de él busco  en mi bolsillo y saco las dos fotografías, guardo nuevamente la que me ha  dado Booz, quizá algún día se la devuelva, tengo la esperanza de que sea así. Tomo la fotografía de mamá y Mike, pongo todo mi empeño en localizarlo pero no lo logro, quizá no este lo suficientemente concentrada o quizá simplemente me he equivocado y aún no tengo poderes, tal vez nunca llegue a tenerlo.

Me siento al lado de una roca, mis pies duelen, los examino y noto sobre la planta de los pies varías heridas que sangran, me siento triste, aterrorizada, perdida, junto las rodillas a mi pecho y hundo mi cara en ellas, por primera vez desde que esto empezó lloro desconsoladamente,  eso de que solo se extraña las cosas que se pierden es verdad, pero ¿de qué otra manera es posible extrañar a alguien? Imagino a mi pequeño hermano atemorizado, llorando y deseando estar con mis padres, no estoy ahí para él y debería estarlo, es mi hermano y debo cuidarlo.

La sensación de que alguien me observa me saca de mi desconsuelo, paso las manos por mis ojos para secar las lágrimas, termino por empeorar mi situación pues tengo las manos sucias de cenizas y ahora se me dificulta ver.

Chillo cuando siento que mis ojos arden.

El eco de una risita me sobresalta y me obliga a ponerme de pie de un salto.

—¿Quién anda ahí? — digo y me obligo a abrir los ojos a pesar del dolor.

Los froto con fuerza.

Otra vez la risita.

Con la vista borrosa logro ver una criatura que me observa escondida detrás de un arbusto de ceniza.

Ignis, digo mientras intento encender fuego para poner límite entre aquella criatura y yo.

No funciona.

—Eso aquí no funciona — dice entre risitas y sale de su escondite.

Una chica  de cabellos, cuerpo y ojos grises me observa divertida,  su piel asemeja al color plateado de todo el ambiente, sus orejas son puntiagudas, he visto a unas cuantas chicas con esas características, podría jurar que es una ninfa pero   todas las ninfas son de color verde, jamás había siquiera escuchado de una color gris.

—¿Qué le pasó a tu piel? — pregunté, el miedo que me invadía me abandonó, las ninfas nunca le harían daño a nadie, a veces resultaban ser un poco desesperantes pero eran por lo general muy amables.

La ninfa observó sus brazos riendo.

—¡Soy tan hermosa! A que nunca habías visto algo tan hermoso como  yo ¿verdad? — dijo volviendo a reír.

Se acercó a mi cuerpo y empezó a acariciar mi cabello.

—Que feo es— dijo observando con detenimiento un largo mechón de cabello negro. — Puedo ayudarte— añadió mirándome divertida.

—Veras, yo…— traté de hablar pero la ninfa seguía hablando sin parar, quería pedirle ayuda, que me explicara en donde estaba y como  salir de aquí, pero ella simplemente no me lo permitía, no dejaba de repetir lo feo que tenía el cabello y las tantas cosas que podría hacer por él.




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