Una chica de pies brillantes corría, su aspecto físico mostraba las características de un hada, larga cabellera color carmesí, tez blanca y brillante, ligera figura y polvo dorado al caminar, pero, no tenía alas, ¿Qué ha pasado con sus alas?
El rostro del hada refleja una profunda tristeza, corre de prisa con la mano en el pecho mirando de vez en cuando hacia atrás, sus pies se detuvieron en el límite donde todo dejaba de tener color.
Mirando por última vez hacia atrás y con lágrimas en los ojos cruza hacia el bosque oscuro, sigue corriendo pero ya sus pasos no dejan la marca del polvillo dorado de las hadas.
El hada corre llorando, con la mano cerrada en puño sobre el pecho, cae de rodillas sobre un montón de hojas secas.
—Lo lamento tanto Cristian — dijo en un susurro y quitó su mano del pecho dejando ver lo que ocultaba.
Una piedra en forma de esfera cuyos colores aterciopelados semejan el fuego, brilla en su mano.
Sujetó la piedra con fuerza, cerró los ojos y musitó unas palabras inaudibles.
Cuando abre los ojos estos tienen el mismo color del fuego ardiente de la piedra, volvió el brillo a su piel, una leve sonrisa se posó en su rostro y el brillo se intensificó cegando todo a su paso.
Lentamente el cuerpo del hada se fue dividiendo en pequeñas partículas doradas, que poco a poco se extinguen, los rayos brillantes desaparecen, al cabo de un rato el bosque vuelve a tornarse oscuro y el hada ha desaparecido junto con la piedra.
—¿Qué fue eso? — pregunté cuando Nereida quitó su mano de mi frente.
—No eres la única que puede ver cosas, bueno, yo puedo mostrarlas y eso es mucho mejor— dijo riendo.
—El ópalo es real— dije — lo sabes.
Se encogió de hombros pensativa.
—Es peligroso.
—¿Por qué?
—Si alguien lo llega a tener en su poder puede dominar a todos los seres mágicos, puede hacer lo que le plazca, ya sabes, te imaginaras lo que pasaría si un demonio lo posee…
—Nos sometería a todos— completé la oración por ella.
Nereida asintió con la mirada triste.
—Ven, es por aquí— indicó.
Caminamos por un angosto camino formado por árboles, a unos cuantos metros se divisaba una valla.
—¿En dónde está?
—Nadie lo sabe— respondió — muchos han llegado con la intención de hallarlo… el bosque los consume.
—Hay rumores— dije —. Hace años alguien entró y logró salir.
Nereida se puso nerviosa y su semblante se tornó aún más triste, se encogió de hombros y no dijo más nada hasta llegar a la valla.
—Las pusieron para que nadie entrase — dijo acariciándola como si un recuerdo le invadiera el pensamiento — anda, cuéntales a los tuyos, pero antes busca unos zapatos— añadió mirando mis pies descalzos.
— No permitan que lo encuentren— concluyó.
—Pero si nadie sabe dónde está.
Nereida se encogió de hombros.
Trepé por la valla y la ninfa me imitó.
—¿Vendrás conmigo? — pregunté mientras seguía trepando.
No obtuve más respuesta que su resonante risita, saltamos juntas, una vez estuve del otro lado Nereida ya no estaba, el eco de su risa se escuchaba por todo el lugar hasta que desapareció.