El ópalo de fuego.

CAPÍTULO 25.

Todo pasa demasiado rápido, el bullicio de la personas me impide escuchar claramente las palabras de Booz, nos pide que huyamos pero es demasiado tarde para eso, estamos en medio de una batalla que no nos pertenece, una lanza plateada enviada desde el otro lado atraviesa el brazo de un chico de la manada de Shey, este chilla de dolor.

—¡Al refugio!— Grita Dake  a unas mujeres con niños en  brazos, estas horrorizadas corren hacia el lugar en donde se encuentran las ninfas y las demás miembros de nuestro equipo.

—¡Protejan el refugio! — grita el chico de ojos verdes que siempre está al lado de Shey.

Vario lobos hacen su trasformación y se ponen de guardia ante la puerta del refugio, también han movido al chico del brazo herido hacia adentro, un chico de la manada de Math ha intentado quitar la lanza de su hombro pero apenas la toca grita de dolor.

—¡Es plata! — maldijo, todos mostraron preocupación excepto los lugareños.

Shey sale del lugar, antes de cruzar la puerta del enorme muro aúlla  y muchos de sus lobos se le unen. Por otra parte nosotros no podemos irnos, sería algo cobarde y descortés con quienes nos han salvado y tampoco podemos dejar a miembros de nuestro equipo abandonados.

Cada alfa dirige a su manada a un respectivo lugar, solo a Luke parece agradarle la situación, Gab y yo estaremos a las afueras del refugio, no permitiré que nadie entre.

Veo como los chicos se alejan, poco a poco se hace el silencio, a los lobos de Shey parece no gustarles nuestra presencia, mis manos sudan tras empuñar fuertemente mi lanza, cruzo mi mirada con la de Gab. También tiene miedo.

Entonces empieza, la arena del suelo se levanta y la oscuridad crece, comienzan los gritos de dolor y euforia, estoy preparada pero mi mundo se viene abajo cuando veo entrar enormes criaturas oscuras  y deformes, nunca les había visto y el miedo que me causan me dejan paralizada.

Son cuatro, hombres y lobos los atacan pero son demasiado fuertes, evaden las balas y las lanzas con facilidad, por fin entre lobos y hombres derriban a una criatura y la matan.

Aun de pie frente al refugio no sé qué hacer, Gab se ha unido a los lobos y logra derribar a uno de nuestros atacantes, los lobos acaban con él,  ni siquiera han podido acercarse al refugio, me siento totalmente desprotegida e innecesaria, mantengo mi posición pero realmente no sé si sea capaz de actuar.

Cuando la última criatura cae, justo cuando pensé que todo había acabado, empiezan a llegar condenados y mi miedo crece.

—¡Gab! — le  grito  en cuanto observo que una de esas criaturas sin rostro se acerca a él, pero Gab parece no poder oírme.

Sin pensarlo corro en su dirección, justo antes de que esas criaturas lo toquen clavo mi lanza en su cuerpo y desaparece.

—¡No dejen que los toque! — grita alguien.

Gabriel me mira sorprendido, la entrada de más atacantes impide que logremos pronunciar palabra.

Gab y yo nos damos apoyo, los condenados cada vez  nos superan en número, nos vemos obligados a retroceder, el temor de que una de esas criaturas nos llegue a tocar aumenta cada vez más, mientras retrocedo tropiezo con una piedra y suelto mi lanza, un condenado viene hacia mí, no tengo tiempo de alcanzarla.

—¡Helia! — escucho como me grita Gab.

Olvido la lanza, los condenados aumentan en número,  tan rápido como me es posible me pongo de pie y corro hacía el bosque con muchos de ellos detrás, corro introduciéndome cada vez más entre los argentados arboles hasta que los pierdo de vista.

Poco a poco dejo de correr, hace un buen tiempo que no he visto a los condenados ni a  ninguna otra persona, me siento mal por haber huido, soy una cobarde, aunque quizá eso me ha salvado la vida, si tan solo fuera capaz de encontrar el camino de regreso pudiera enmendar un poco mi error, es que, no hay cosa que me aterre más que los condenados y los demonios porque creo en todas esas historias de que si un demonio o un condenado te matan ellos roban el alma y esta nunca encuentra el descanso, es lo peor que puede pasar, aunque suene un poco tonto eso de creer en algo como que existe un alma, un Dios, pero no puedo evitar hacerlo.

Camino despacio, tratando  de orientarme, empiezo a escuchar pasos, me escondo detrás del tronco de un árbol, maldiciendo el hecho de no poder usar las pocas habilidades que tengo.

—Helia  — escucho una  conocida voz susurrar mi nombre.

Salgo de mi escondite para toparme con una asustada Nereida.

—¿Que haces aquí? — le pregunto.

—Lo mismo que tú, huir.

—Yo no estoy huyendo.

Nereida rueda los ojos.

—De hecho, estoy buscando el camino de regreso, ¿Puedes mostrármelo? — le pregunto.

La ninfa niega y habla.

—De hecho, yo te estaba buscando— habla nerviosa — sé cómo detener esto, al menos por ahora.

No comprendo.




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