El ópalo de fuego.

CAPÍTULO 26

—Nos hemos equivocado, nos hemos equivocado— repetía un hombre sentado justo detrás de la valla que separa al bosque oscuro de la ciudad de Saen — Nos hemos equivocado— Con sus manos apretaba fuertemente sus ojos, no dejaba de llorar.

—Podemos arreglarlo, solo tienes que entrar —  se escucha  una voz, por el tono que usa se nota bastante triste.

—No puedo— decía el hombre sollozando — me quema, me quema.

Quita  los manos de su rostro y las enseña, sus palmas están llenas de costras ardiendo, las heridas se iban extendiendo hacia su antebrazo, el hombre llora  a la vez que se rasca.

—Estoy desesperada Nei, no sé qué hacer, ellos me necesitan— el hombre llora.

¿Ellos?

—Solo cruza, estarás bien, solo cruza cariño— Decía alguien desde el otro lado — ¿Lo has traído?

—Sí aquí lo tengo— respondió el hombre metiendo la mano por debajo de su desgastada camiseta y sacando una piedra de fuego unida a una rústica cadena de metal, logré ver una enorme herida en el centro de su pecho, como si la propia piedra le quemara— ha sido una mala idea, nos hemos equivocado, ¡Demonios! — chilló de dolor y sus manos empezaron a temblar.

Se hizo silencio en el que solo se escuchaban los lamentos del hombre, luego de unos segundos se volvió a escuchar aquella voz femenina.

—Solo cruza, cariño, lo arreglaremos todo— esto último lo dijo en un hilo de voz.

Tambaleando el hombre se puso de pie, parecía cansado y sin fuerza, haciendo un gran esfuerzo cruzó la valla y una espesa neblina inundó el lugar.

Los quejidos incrementan, poco a poco la neblina va desapareciendo dejando ver a un hombre de rodillas sobre el suelo de cenizas, justo al frente una ninfa lo mira con sus ojos grises inundados en lágrimas.

—No puedo ver— solloza desesperado el hombre, Nereida se pone a su altura y le pide que abra los ojos, este obedece y deja ver sus ojos consumidos en fuego.

Nereida lleva la mano a su boca ahogando un grito, lágrimas salen sus ojos y entonces lo abraza.

—Todo estará bien— le dice mientras acaricia su espalda dándole consuelo — lo llevaremos a donde pertenece y todo estará bien— dice con lágrimas corriendo por su rostro.

La ninfa ayuda al hombre a ponerse de pie, este forzadamente logra caminar, a medida que avanza en su cuerpo se van formando más heridas y el rostro de Nereida se vuelve más triste, las ramas de los árboles empiezan a moverse con fuerza y el día a tornarse oscuro, Nereida apresura el paso y llora, el hombre a su lado emite sonidos de dolor pero hace algún tiempo ha dejado de hablar.

Nereida se detiene a descansar sobre un enorme y viejo árbol  cuando un enorme lobo blanco salta sobre ellos,  la ninfa se interpone.

—Lo devolveremos— dijo nerviosa— por favor, no le hagas nada— súplica.

En ese preciso momento el hombre a su espalda se desploma, el rostro de Nereida se desfigura.

—¡Jack! — Grita y se sitúa frente al cuerpo inerte del hombre—¡Jack! — llora e intenta tocarlo pero al acercar su mano al cuerpo la retira inmediatamente, ahogando un grito de dolor, es como si el simple tacto le causara daño.

A su espalda, el lobo  se transforma en una chica de blancos cabellos.

—El daño se lo has hecho tú— le dice fríamente mientras extiende la mano— vamos, devuélvelo.

Nereida con sus manos temblando y los ojos llenos de lágrimas, pese al dolor que le causa hacerlo hurga debajo de la camiseta de Jack.

Hace silencio.

—No... no... no está — dice volviendo a llorar.

—¿Cómo que no está? — pregunta Shey furiosa.

—El ópalo ha desaparecido.

Y como si fuera respuesta a las palabras de Nereida, o quizá un indicio de lo que eso significaba, el lugar que siempre permanecía a oscuras y en el que no se conocían más colores que una gama de blanco y gris, se tornó de los mismo colores que la piedra que le había quitado la vida a un pobre hombre. Pese a no haber sol, era como si de un atardecer se tratara, más sin embargo nunca nadie había visto uno tan triste.

El ópalo de fuego ardía y al morir su portador había desaparecido, pero sin duda, permanece a la espera de ser encontrado.

 




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