No puedo respirar, alguien está sentado sobre mi estómago. Me ahogo, la presión cada vez es más fuerte. Intento mover las manos, pero me las sujetan por las muñecas. Intento hacer fuerza pero es imposible, en esta posición ni siquiera puedo levantar un centímetro los brazos. Las piernas, pienso rápidamente. Pruebo y si, puedo levantarlas, intento dar rodillazos en la espalda de mi agresor, pero mis rodillas impactan con…nada.
De pronto, abro los ojos, no me había dado cuenta pero aún los tenía cerrados. No hay nadie, absolutamente nadie. Lo que hace que entre en pánico al momento e intente con más fuerza revolverme, con lo que no consigo otra cosa, que agotarme. Cuando no puedo más, dejo de hacer fuerza e intento relajarme y pensar. Estoy en ello, cuando una risita irrumpe en mi conciencia. Giro la cabeza y le veo, bueno eso es mucho decir, porque solo veo una silueta y por lo que puedo averiguar me da la espalda. Está situado frente a una especie de altar. La habitación está en penumbra, sólo entra un poco de luz por unas rejas minúsculas situadas en la pared más alejada, cerca del techo.
—Veo que te das por vencida. Chica lista. No conseguirás nada si sigues intentando soltarte, sólo agotarte.
—¿Quién eres? ¿Qué hago aquí?
—Cuantas preguntas… Traed a la anciana.
En el fondo de la estancia se abre una puerta y entran dos hombres sujetando a una pequeña mujer. Debe tener más de ochenta años, su pelo es blanco y cae suelto por su espalda hasta la cintura. Sus ojos me encuentran al levantar la vista y los abre desmesuradamente. Está sorprendida, bueno ya somos dos, aunque yo además estoy…como decirlo…aterrada, aunque creo que aterrada se queda corto.
—¿Qué hace ella aquí? —dice la anciana. ¿Se refiere a mí?
—Pues realmente no te importa, pero te diré, que lo mismo que tú. Morir— dice como si hubiera dicho, viene a tomar el té. De pronto, la abuela rompe a reír en histéricas carcajadas, cuando por fin para, gira la cara hacia él y muy seria dice:
—Sabes que no puedes hacer esto. No va a funcionarte. No puedes matarnos a todas. Siempre habrá una de nosotras. Hasta el fin de los tiempos. Nunca creí que fueras tú, pero veo que mis predicciones no fallaban por muy increíble que me pareciera.
—Cierto, deberías haberte fiado de tus predicciones. Por ahora, empezaré por vosotras. Lo siguiente será apoderarme del libro. Ponedla en el altar.
Los dos hombres que aún la sujetan, la llevan hasta el altar y allí la atan. La abuela intenta resistirse, pero es inútil, los otros dos la sujetan de manera implacable. El que ha hablado, se acerca a ella aun dándome la espalda.
—El libro… ¿crees que vas a poder hacerte con él? Aunque lo consigas no podrás ni siquiera abrirlo.
—Si, si, si. Lo que tú digas. ¿Últimas palabras? —dice acercando un puñal al pecho de la anciana, justo sobre su corazón.
—Déjala, ¿por qué haces esto? —digo gritando, sé que puede salirme muy caro pero no puedo evitarlo, va a matarla.
—Tú, cállate —ni me mira. — ¿Últimas palabras Nerisa?
—Tu ansia de poder te consumirá, literalmente.
Empiezo a revolverme otra vez, pero es inútil. Pronto me paro agotada, fijo la vista en el techo y me sobresalto al notar un movimiento. Entre las sombras distingo algo. Unos ojos se encuentran con los míos, estoy a punto de gritar pero me contengo, esos ojos me dicen que calle y mantenga la calma. En un momento, todo se vuelve caótico, esa sombra cae del techo sobre el hombre que hablaba, pero los otros dos enseguida se lo quitan de encima para que este pueda salir corriendo. Mientras uno de ellos, intenta golpear a la sombra, el otro se acerca a la anciana y acaba el trabajo. Justo antes de que la apuñalen, sus ojos se encuentran con los míos y me dice algo en silencio, pero no la entiendo, seguidamente pone los ojos en blanco y yo empiezo a gritar.
Me incorporo de golpe en la cama, estoy cubierta de sudor. Pi pi pi piiiii, qué es ese ruido pienso, intentando salir del estupor del sueño. Se me enciende la bombilla, es el despertador, lleva un buen rato sonando. Intento apagarlo de un manotazo, pero sale volando de la mesita de noche y se estampa contra el armario, aun así el maldito sigue sonando. Me pongo en pie y frotándome los ojos voy a buscarlo. Vaya pesadilla, me estremezco. ¿De dónde habrá salido eso? En fin…no voy a darle más vueltas.
Toca ponerse en marcha, empiezo mi ritual diario antes de ir a trabajar, al menos hoy es viernes. Ducha, ropa, desayuno, radio o libro mientras desayuno. Cojo mi café y mi tostada y me siento en la mesa de mi pequeña cocina, al lado de la ventana, a desayunar. Me gusta sentarme ahí y ver como despierta la ciudad mientras desayuno y escucho música en la radio. La verdad es que tuve suerte de que Mía me encontrara este piso, es una agente inmobiliaria estupenda. Aunque es pequeño, está muy bien ubicado en el centro de Barcelona y puedo llegar al museo en el que trabajo, en sólo unos minutos en metro.