El oráculo Dremlevolt.

P R Ó L O G O

Siempre estuve convencida de ser una persona normal a la que le sucedían cosas diferentes. Bueno…, hasta que murieron mis padres, porque después de eso todo se tornó aún más extraño.

Ese suceso marcó un antes y un después en mi vida. Su partida fue un total misterio que hasta el día de hoy me atormenta, pues no pude compartir lo suficiente con ellos. Lo más frustrante fue no saber la verdadera razón por la que partieron.

Tras una desaparición de dos días las autoridades encontraron sus cuerpos inertes en el bosque.

Pasada la autopsia, nadie pudo explicar cómo dos individuos jóvenes y en perfecto estado de salud pudieron haber perdido la vida. Las autoridades y los médicos empezaron a considerar la posibilidad de un asesinato o de un suicidio, pero tampoco había heridas internas o externas, sustancias venenosas o aspectos de otra índole que lo demostraran.

Tenía yo seis años y me acababa de quedar huérfana; ahora, mi custodia pertenecía a mi amorosa pero misteriosa abuela, quien se limitaba a hablar conmigo sobre mis necesidades básicas en casa y en la escuela, y a cuidar de mi estado emocional para que de alguna manera pudiera sentirme mejor.

Con el pasar de los años, me vi en la obligación de desarrollar mi madurez tanto como pudiera, afrontar la situación e investigar. En primera instancia, tenía solo unos cuantos recuerdos, muy específicos, de mis padres a pesar de haber convivido con ellos seis años. Recordaba perfectamente sus rostros y lo feliz que me hacían. Peculiar certeza carente de argumentos.

Visualizaba claramente a mi madre cuando llegaba tarde a casa después del trabajo, y aunque tenía una expresión cansada siempre sonreía para hacerme sentir que todo estaba bien.

Mi padre era un hombre de aspecto cariñoso que viajaba frecuentemente a algún lugar de Inglaterra por motivos personales y de trabajo. Sinceramente, no tenía idea de adónde iba.

También recuerdo vagamente algunos sucesos salidos del contexto realista que, en un abrir y cerrar de ojos, desaparecían, y todo volvía a su lugar como si nada hubiese pasado.

Por último, creo que lo más importante que recuerdo son mis sueños. Desde el día en que mis padres dejaron por última vez la casa, comencé a soñar con situaciones que paulatinamente se iban volviendo reales, por ejemplo, aunque suene escalofriante, su muerte.

Además de estas premoniciones de la cotidianidad, repetidas veces  soñaba  con  un  chico  luminoso,  mágico,  que  con  cara de angustia corría por el bosque y se alejaba de un hombre de traje negro que estaba rodeado de un grupo de personas enmascaradas.

Con frecuencia, en mi cabeza se dibujaba claramente el rostro de otro chico, de pelo castaño oscuro y ojos cafés. Algunas veces, me veía a su lado, ambos envueltos en una neblina peculiar. La felicidad colmaba mi corazón al pensar en él y la nostalgia me llenaba de incertidumbre; estaba empeñada en saber quién era y en tenerlo a mi lado cuanto antes. Extrañaba a un desconocido, suena raro, pero de cierta manera lo necesitaba conmigo.

Siempre sentí que en realidad yo era más especial de lo que me decía mi abuela, sin embargo, a mis trece años, la llegada de una persona a mi vida logró convencerme de que era una chica con grandes capacidades y con una linda personalidad, y eso era lo que me hacía verdaderamente especial. Llegué a la conclusión de que no tenía que buscar más razones para saber lo que valía, pues todo estaba dentro de mí.

Esa  persona  es  Lee,  mi  mejor  amigo,  un  chico  tímido  y dulce que me atrajo desde el primer instante, cuando ingresé a un campamento programado por la escuela. Conocerlo me hizo sentir la chica más afortunada del planeta, pues encontré la verdadera amistad que tanto había anhelado en distintas circunstancias de mi vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.