Sentí que alguien me tomaba por detrás, ahogué un grito, volteé a la defensiva y me encontré con el rostro confundido y preocupado de Lee. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos y a resbalar por mis mejillas. Mi mejor amigo me abrazó. Nos sentamos en mi cama e inmediatamente reposé mi cabeza en su pecho.
―Fue una pesadilla, cálmate, estoy contigo ―susurró en mi oído.
Me aferré más a él, mientras una sensación de vértigo hacía temblar mis sudorosas manos.
―Lee… estoy asustada, algo no anda bien.
Todos mis sentidos estaban en alerta; empecé a sudar copiosamente, temblando de pies a cabeza. Una incertidumbre abrumadora me taladraba. ¿Por qué me seguían ocurriendo esas cosas?
―Tranquila, ahora descansa ―dijo Lee mientras me indicaba que volviera a acostarme. Lo hice cautelosamente, sintiendo un gran vacío al separarme de su lado. Quería que siguiera consolándome, pues su contacto era lo único que lograba tranquilizarme.
Silencio sepulcral.
―Lee… llamé con timidez.
―¿Dime? ―Se volvió a mirarme con esa mirada dulce que me hacía sentir protegida, como si estuviese en un hermoso castillo y fuese una princesa.
―¿Podrías dormir a mi lado? No quiero estar sola.
―Ehh, pues…, bueno, si eso te hace sentir mejor.
Lee se acostó a mi lado con cierta incomodidad. Vacilando, me acerqué y me acurruqué junto a él. Sorprendido, Lee se quedó quieto como una estatua, pero pasado un momento se relajó y trató de corresponder al gesto ¿abrazándome? Bueno, si así se le podía llamar.
En la mañana, unos golpes en la puerta me despertaron. Abrí los ojos y vi que Lee seguía en la cama, pero alejado lo más posible de mí. En ese instante, mi abuela entró en la habitación.
―¡Vaya! si no fuera Lee creería otra cosa ―dijo.
―Buenos días, tuve una pesadilla y le pedí a Lee que… Bueno, ya sabes.
Lee bostezó al tiempo que se incorporaba.―Hola ―dijo y se levantó de un golpe―. Bueno, feliz sábado. A las diez nos vamos para el invernadero del castillo Ashby.
―No le digas invernadero, es un conservatorio victoriano.
Lee era muy inteligente, aunque su ignorancia en ciertos aspectos de mi interés solía molestarme.
―Por cierto, son las once y treinta ―terció mi abuela.
―¡Rayos! Me bañaré de prisa. ―Agarró una toalla del armario y se apresuró al baño.
―Mientras tanto voy a desayunar ―levanté la voz para que me escuchara.
Tan pronto estuvimos listos, salimos en el coche escarabajo de Lee. El conservatorio estaba igual de hermoso a como lo recordaba. No solo visitamos el conservatorio, todo el castillo era una maravilla arquitectónica que valía la pena disfrutar. En nuestro paseo final por los emblemáticos jardines me detuve en seco al ver a aquel extraño chico haciendo crecer unas flores en los nevados arbustos.
Sentí cómo mí alma cayó a mis pies y aquel miedo abrumador retomó su lugar en mi interior, haciéndome sentir débil y desubicada. Tras la sorpresa por aquel peculiar suceso, me vi envuelta de nuevo en la bruma.
Podía ver el cadáver de mi padre, del cual salía una especie de vapor turquesa que poco a poco tomó la forma de un niño de aproximadamente siete años, que salió corriendo asustado al notar que estaba rodeado de extrañas figuras encapuchadas, cubiertas con máscaras tenebrosas, mirando fascinadas a un hombre que parecía ser su líder.
Los presentes trataron de acorralarlo, sin embargo, el niño fue más rápido y su líder ordenó que lo dejaran marchar.
Esa bruma otra vez no… Volvió. ¡Maldición!
Al volver a la realidad noté que Lee me observaba preocupado. Con un gesto le hice saber que estaba bien, aunque, claramente, no lo estaba. Miles de preguntas y preocupaciones atestaban mi cabeza; encendí mi modo de paranoia y nos dispusimos a marcharnos.
Eran casi las cinco cuando llegamos al escarabajo rojo. Decidimos ir a Cup’s por chocolate caliente y, de paso, en el camino, tuve tiempo para calmarme. ¡Solo lo imaginé! ¿Cierto?, pensé.
―Muchas gracias ―le dije a la mesera que nos trajo las tazas.
―¡Oh, está caliente! ―dijo Lee al tiempo que soltaba el pocillo, ensuciando sus pantalones con la bebida. No pude evitar dejar escapar una risita; el gesto en su rostro era muy gracioso―.
¡Demonios! voy al lavabo ―refunfuñó mientras se marchaba.
Reí por lo bajo. Lee caminaba como un pingüino hacia el lavabo.
Tomé mi taza con una mano, y sí, estaba hirviendo. Mi cuerpo reaccionó igual que el de Lee: solté la taza y con una rapidez impresionante extendí las manos para alcanzarla. Pero no alcancé a agarrarla, en lugar de ello la taza quedó suspendida en el aire y volvió a la mesa como yo hubiera querido.
Quedé petrificada, no fui capaz de gritar, comencé a temblar y a llorar.
¿Qué fue eso? ¿Por qué hizo lo que quería? Algo anda mal.
Lee volvió y se sentó cauteloso.
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Editado: 10.10.2022