Diciembre 4, domingo.
Mi teléfono estaba sonando. ¡Imposible, lo apagué tras escribirle a Lee! Ignoré ese hecho y me levanté de la cama para agarrarlo.
Había un mensaje de un número desconocido, un enlace, lo piqué y me llevó a un artículo titulado El poder de los sueños. Fruncí el ceño confundida al leer aquel título. ¿Cómo la gente puede ser tan desocupada? Sin leer el artículo, lo cerré sin vacilar.
De pronto, mi teléfono volvió a sonar; era una videollamada de Lee. Fue inevitable sonreír y atender de inmediato.
―Hola, Lee ―saludé con tono cantarín.
―Hola, Em. ¿Qué es mejor? ¿Un atuendo casual o uno más elaborado rayando en lo formal?
Entorné los ojos disimulando una risita mientras imaginaba lo sublime que habría de verse en traje.
―¿Acaso a quien vas a ver hoy? ―pregunté extrañada
―Pues a ti. No me digas que se te olvidó nuestro plan de cine de miedo. Paso por ti a las siete.
¡Se preocupa por cómo vestir para verme! ¡Ahhh!
―De acuerdo. ¡Madre mía, son las cuatro de la tarde! ― murmuré a la vez que veía la hora en la barrita de información de mi teléfono.
¿Cómo pude dormir tanto tiempo? Eso nunca había pasado.
―Oh, pensé que andabas en pijama por ser domingo, no puedo creer que te acabes de levantar ―comentó Lee con cierta ironía―. ¿Entonces, casual o formal?
―Casual, amigo, no te preocupes. Aparte, sería raro que vayas arreglado al cine…, es domingo, día de relax.
¡Aunque se vería tan lindo!
―Bueno, adiós, arréglate. Cambio de opinión, paso por ti las seis, iremos a la función de seis con cuarenta y cinco mejor ―dijo, y colgó de improviso, dejándome con las palabras en la boca.
Me dirigí al baño y tomé una ducha. Me vestí con un conjunto deportivo y unas botas de invierno, luego, me acerqué al tocador para verificar que me veía bien. Fue entonces cuando reparé en mi dije de búho que nunca podía faltar en mi cuello y me lo coloqué.
Mi estómago comenzó a rugir exigiendo que depositara algo en él, entonces, bajé a la cocina en busca de un desayuno apto para la hora; al final, no me quedó de otra que comerme unos copos de avena con leche.
Mientras comía checaba mis redes sociales y atendía a la tele, dónde presentaban un capítulo de la emblemática serie Drake & Josh. Tras terminar el capítulo, lavé los trastes y subí a lavarme los dientes. Faltaba media hora para que Lee llegara.
Inexplicablemente, me dieron ganas de dormir. ¿Estaba enferma? ¿Anémica quizá? El comportamiento de mi organismo no tenía ningún sentido.
La noche anterior había soñado con cosas extrañas e incómodas, así que lo pensé dos veces antes de tratar de conciliar el sueño. Finalmente, decidí quedarme mirando al exterior. Tras unos minutos, pude ver en mi jardín a aquel chico de ojos turquesa que estaba observándome hacía dos tardes y que… había estado en mi habitación y en el castillo Ashby
¿Era real lo que estaba sucediendo? Me refregué los ojos para confirmar que solo era una mala pasada de mi cabeza, sin embargo…, ahí seguía. Parecía que vigilaba y de vez en cuando revisaba una especie de mapa color oro. De improviso, dirigió su mirada hacia mi habitación y al verme salió corriendo.
Ya estaba cansada de esa situación. Y aunque estaba muerta de miedo me armé de valentía, bajé corriendo las escaleras y abrí la puerta dispuesta a alcanzarlo e interrogarlo, pero ya no había nadie. Quedé aún más confundida.
El escarabajo de Lee se estacionó en la entrada de mi casa, y cuando el claxon sonó, decepcionada, me encaminé hacia el auto, en el cual se escuchaba a todo volumen a los Red Hot Chili Peppers. Al verme, bajó el volumen y abrió la puerta.
―Hola, Em ―saludó con una ligera sonrisa.
―Hola, Lee. Te ves de maravilla ―dije, con ciertos matices de nerviosismo en mi voz.
Su sonrisa se ensanchó brevemente mientras me apuraba para que subiera al auto y pudiéramos llegar a tiempo a la función. No hablamos mucho, solo dejamos que la música inundara nuestros oídos.
Finalmente, llegamos al Cinema Vue en Doddridge St., el cual, para mi sorpresa, estaba lleno de estudiantes de Northampton High. Estacionamos a una cuadra y nos dispusimos a formar para comprar las boletas.
Para mi desgracia, allí estaba la insoportable Lavander Moon, porrista y prostituta seguramente, acompañada por su nueva presa: Asher Brown.
―¡Pero mira nada más a quienes tenemos aquí! ―exclamó en un tono displicente e irónico, ocasionando que al oír su voz se me retorcieran las entrañas―. Son los dos niños fenómeno.
¿Dónde están sus padres? Esto no es un patio de juegos.
Entorné los ojos sintiendo cómo la ira y la cólera, como un maligno monstruo, surgían desde lo más profundo de mi ser. Apreté los puños haciendo que mis nudillos se volviesen blancos. Lavander enarcó la ceja desafiante, incitándome a lanzarme sobre ella y arrancarle las extensiones de pelo. Lee me tomó del brazo porque sabía lo que pensaba.
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Editado: 10.10.2022