El oráculo Dremlevolt.

C I N C O

Finalmente, volvía a tocar suelo. Todo a mí alrededor daba vueltas, sentía que en cualquier momento me caería.

Un olor a polvo y a rosas me producía algo de náuseas. Con extrañeza, me percaté de mi locación, parecía una gran casa vieja, bueno, era una gran casa vieja.

Grandes cuadros con pinturas de hechiceros adornaban la estancia.  Una  pared  mostraba  cinco  pinturas  enmarcadas  en oro, con rubíes incrustados, ¡vaya excentricidad! Cada una tenía una inscripción con un nombre: Nicholas Dremlevolt, Barnabas Dremlevolt, Alisha Dremlevolt, Robert Dremlevolt y Emily Dremlevolt.

Hay un cuadro con mi rostro en un lugar en el que jamás había estado, reflexioné con asombro.

―¿En  dónde  estamos?  ―preguntó  Lee,  analizando  cada detalle del lugar.

―Bienvenidos a Solmerville, hogar de los hechiceros británicos. Tal vez se estén preguntando por qué el apellido no ha cambiado…

Ambos asentimos, a pesar de que no habíamos pensado en esa cuestión.

»Bueno, porque es una orden que no cambie. Cada soñador permanecerá con el apellido original.

¡Qué dato tan interesante!, pensé.

―Yo nunca vi que mi abuela tuviera poderes. ―No lo había pensado. Tal vez solo los ocultó de mí y cabe destacar que lo hizo muy bien, nunca vi nada raro en casa ni en ella.

―Los dejó de usar cuando tu padre cumplió dieciséis. Él la reemplazó y se quedó al mando. Por si te lo preguntas, ninguno de los dos usó sus poderes frente a ti. El secreto equivalía a un plan muy desarrollado, aparentemente, con muchas personas detrás.

Mi modo interrogatorio se acababa de encender de nuevo.

―De acuerdo, ¿qué hacían los soñadores que le siguieron a Nicholas si Stroldenmare decidió no armar más batallas?

―Solo controlaban situaciones pequeñas que también ameritaban su atención. Tu padre, en su último año, tuvo mucho trabajo por las visiones que tenía del regreso de la oscuridad.

Con razón viajó con tanta frecuencia el año antes de su muerte, me dije. Tristemente, fueron contadas las ocasiones en las que pudimos compartir más que breves momentos.

»Tras su asesinato, los del sueño se escondieron. Yo traté de estar al tanto de cada movida de Stroldenmare y sus caballeros, pero sin el don del soñador el trabajo resultaba mucho más difícil.

―¡Enhorabuena, llegaste!

―¿Soy la representante? ―Qué negligente dejar a una inexperta en el cargo―, pensé sin poderlo evitar.

―Eres la soñadora desde hoy, así que, por derecho y tradición, sí, solo  hay  que  entrenarte.  Muy  bien, ¡eh,  bienvenidos a  la guarida de los del sueño!

Asentí con lentitud, reprimiendo un sinfín de dudas, y me acerqué con parsimonia a un viejo espejo que tenía un peculiar marco victoriano. Al observar su antigua superficie me sorprendí de no encontrar mi reflejo en él; en su lugar, estaba el chico de cabello castaño con su amplia y peculiar sonrisa, mirándome fijamente.

Retrocedí,  y  para  mi  sorpresa,  él  hizo  lo  mismo.  Levanté levemente mi brazo y él lo hizo igual. Finalmente, toqué con el índice el vidrio y nuestros dedos se encontraron, generando una ligera neblina electrizante.

―¡Qué casa más vieja! ―comentó Lee, haciéndome desviar la atención hacia él. De inmediato, volví mis ojos al espejo, que ahora solo reflejaba mi incertidumbre. ¿Qué había ocurrido? No tenía ningún sentido. Una inquietante sensación me recorrió de pies a cabeza, dejándome estática.

―La casa perteneció a Nicholas Dremlevolt en su infancia, y ahora aquí nos reunimos a planear nuestros movimientos. He de confesar que los últimos diez años han sido muy poco productivos, hemos capturado a uno que otro caballero en los calabozos, pero por lo demás, nada. Stroldenmare siguió fortaleciéndose y destruyendo ―dijo de repente Oply haciéndome posponer mis dudas sobre el chico del espejo―. Por cierto, Emily… él ya sabe que cumpliste dieciséis, no tardará en buscarte.

―¿Y  qué  se  supone  que  debo  decirle  si  me  encuentra? ―Intervine por fin.

―Que no te pasarás a su lado por nada del mundo.

Eso es algo que se podía inferir con lógica. Solo esperaba que cuando llegara la hora ese simple argumento me sirviera para salir adelante.

―Hay que evitar que se encuentren ―propuso Lee.

¡Gran idea!― murmuré.

―La encontrará. Si tratamos de evitarlo, sospechará y no destruirá.

¡Qué pocas esperanzas nos daba ese comentario!

»Pasen a comer… por allí, por aquella puerta ―añadió Oply sin inmutarse―. Llamaré a Seb, enseguida vuelvo.

¿A quién? Nos dirigimos a una gran puerta de roble que chirrió al abrirse. Daba a una sala con tapices color champaña y una larga mesa de granito para veinte personas. Nos quedamos de pie cerca de la cabecera, al final de la habitación, y la puerta volvió a abrirse con un chirrido.

Oply pasaba con un chico. ¡El chico de los ojos turquesa! Ahora podía observarlo detenidamente; rubio, de rostro dulce y bueno; para ser sincera, era guapo.




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