El oráculo Dremlevolt.

N U E V E

Aparecimos en una calle cubierta de nieve, muy oscura. Al fondo, a la izquierda, había un hotel llamado Silent Soul, cuyo aspecto era escalofriante, pues se trataba de una mansión viejísima con un cartel oxidado en el frente. «52 chispas la noche», decía. Sin embargo, parecía ser concurrido, puesto que dos carruajes se dirigían hacia allí.

Al otro lado de la calle, a la derecha, mucho más distante, se veían luces y se escuchaban voces.

―Es el sector comercial, está a cien metros de aquí. No se puede llegar allí con teletransporte, es una medida para evitar a los ladrones. Cabe agregar que tampoco hubiéramos podido aparecer a menos de cien metros del hotel por la misma razón, aunque, honestamente, no sé porque lo evitan, nadie se animaría a robar allí ―comentó Jay.

Comenzamos a caminar; de pronto, Lee se me acercó.

―¡¿Puedes creer que tengo poderes?! Fue mi sueño de niño, ser como Thor, aunque esto es más como ser el doctor Strange. No me cabe en la cabeza que pueda leer mentes, eso es lo más impresionante... ―dijo, emocionado, atropellando las palabras.

―No lees mentes, interpretas y accedes a fragmentos del pasado ―expliqué.

―Vale, no lo he hecho. Voy a intentarlo.

Inesperadamente, me tomó de la mano; no pude reaccionar por la sorpresa. Un recuerdo se apoderó de mí: Stroldenmare en el campo de entrenamiento pidiéndome que me uniera a él, y, luego, entregándome la botella de hechicería de Hades. Sentí una ráfaga de odio y miedo, exactamente lo que sentí en el momento en que me visitó.

»¡Stroldenmare estuvo en la casa, te dio la botella y no me dijiste! ¡¿Cómo ocultaste algo así?! ―Lee se veía algo molesto.

―¡Lo siento, en serio, Lee! No podía decir la verdad, yo quería hacerlo, pero, al irse, hizo algo que desconozco y le quitó importancia a su visita. Cuando trataba de hablar del tema, mentía involuntariamente, lo juro. ¡Créeme, por favor! ―Me sentía culpable, odiaba mentirle a Lee y más que me mirara con esos ojos decepcionados, aunque esta vez, se me salía de las manos.

Lee no pudo contestar, puesto que un estruendo al otro lado de la acera captó la atención de todos. Volteamos alarmados y vimos una gran cantidad de humo verde rodeando cuatro figuras. Al dispersarse, pude comprobar que había dos hombres, altos, vestidos de negro, con aquella máscara de águila. En la mitad estaba Stroldenmare... ¡con mi abuela aprisionada en sus brazos! Se me cayó el alma al piso y perdí la serenidad.

Oply y Jay se pusieron a la defensiva, y haciendo uso de su capacidad de telequinesis le lanzaban los objetos que se encontraban por la calle. No sirvió de nada, un escudo invisible los protegía.

―¡Liberen a mi abuela ahora mismo! ―bramé con el corazón latiendo desbocado. La sangre corría a través de mis venas descargando grandes cantidades de adrenalina, por lo que mi cuerpo, casi en automático pretendió ir hacia donde Stroldenmare para recuperar a mi abuela, sin embargo, Seb logró detenerme y me recordó que el escudo me impediría alcanzarla.

―Buenas noches, señorita Dremlevolt. Supongo que ya ha empleado la increíble sustancia que le obsequié y descubrió que su entrenadora le oculta cosas de gran relevancia y de su total incumbencia. ¿Algo en usted cambió últimamente? ¿No le gustaría tener un entrenador más honorable?

―¡Deja a mi abuela en paz de una maldita vez! ¡Olvídate de mí, jamás tendrás mi obediencia! ―exclamé, zafándome de Seb.

―Perdiste tu oportunidad, Dremlevolt, y ya no podrás hacer nada para que cambie de opinión; te dije que esa no sería la última vez que nos veríamos. Estoy aburrido, vamos a ver si con esto las cosas se ponen interesantes ―exclamó y miró a mi abuela con una inquietante determinación.

―¡Joder, suéltala ya! ―le ordené impulsivamente. Sentía que el fuego abrasaba mis manos.

―¡Impresionante! Si es así, será un placer ―dijo y la soltó, dándome una falsa tranquilidad.

¿Tan fácil desistiría? ¿Qué tramaba?

Mi abuela corrió hacia mí. Me dispuse a recibirla con lágrimas en los ojos y disminuyendo la intensidad de las llamas. Sin embargo, a mitad de camino, inesperadamente, una lanza le atravesó el costado, derribándola cerca a mis pies.

―¡Abuela! ―grité desgarradoramente―. ¡Abu!

Un río cárdeno corría por su cuerpo, derramándose en el suelo a su alrededor. Quedé petrificada. Mis ojos no acreditaban la escena, me los refregué una y otra vez esperando que al abrirlos de nuevo todo hubiera sido una mala pasada de mi imaginación.

Solo es una ilusión, nada de esto es real. ¡No puede ser real!, pensé, respirando entrecortadamente. Solo debía esperar a que pasara y mi abuela estaría en perfectas condiciones.

Desgraciadamente, el cadáver de mi abuela seguía frente a mí. Mis piernas comenzaron a sacudirse descontroladamente hasta que caí derrotada en el suelo. Sentía un dolor insoportable en el pecho y un zumbido interno de incertidumbre me atormentaba. Al tiempo, su cuerpo desapareció sin dejar rastro. ¡No es real!

¡Es una horrible pesadilla! Me incorporé con gran dificultad y comencé a dar vueltas buscando a mi abuela.

Ante mí, inmutable, estaba el responsable de aquella atrocidad. Sentía que el odio inundaba cada rincón de mi ser y un impulso irrefrenable de destruirlo y hacerlo pagar por sus acciones me dominaba.

Ya no eran solo mis manos, todo mi cuerpo estaba en llamas; sin saber cómo, me elevé unos metros y descargué toda mi furia contra Stroldenmare, que permanecía impasible protegido por esa maldita hechicería de Hades. Grité como nunca, histérica y frustrada. ¡Nada de lo que acababa de ocurrir era justo! La sangre me hervía y sentía cómo la vena de la sien palpitaba amenazadoramente.

―¡Que empiece el juego! ―sentenció Stroldenmare y desapareció con los dos caballeros.

Tras un momento de ofuscación, noté que toda la calle estaba en llamas. Caí al suelo destrozada, no me cabía en la cabeza lo que acababa de ocurrir y menos la forma como actué. Estaba decepcionada de mí misma y me sentía impotente.




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