El oráculo Dremlevolt.

D I E Z

Diciembre 16, viernes.

Aún era de madrugada cuando desperté, y por más que lo intenté me fue imposible retomar el sueño a causa de las angustiantes ideas que rondaban mi cabeza. Cargaba una gran responsabilidad sobre mis hombros, una aldea entera quería confiar en mí, pues, de una u otra manera, yo les ofrecía esperanza.

Sin embargo, en esos momentos la esperanza me resultaba ajena y no sabía si sería capaz de enfrentarme a una multitud cuando a duras penas podía enfrentarme con lo que me afligía. Me tomé el resto del día para discernir, intentado mantenerme serena; quería creer que si seguía adelante, en algún punto volvería a estar bien; bueno, en lo que cabe.

Seguí meditando hasta lograr, medianamente, llegar a la conclusión de que esa desafortunada situación podría dotarme de herramientas para fortalecer mi carácter y para impulsarme a entregarme al servicio de los demás. Aunque no me sintiera preparada del todo, consideré que lo mejor era actuar en ese momento, porque cabía la posibilidad de que después los aldeanos no confiasen en mí por mostrarme débil.

Alejé las ideas que amenazaban con hundirme más en aquella desolación, sustituyéndolas con otras que me impulsaran a luchar; por ejemplo, demostrar que mi abuela fue un ser humano maravilloso que me inculcó grandes lecciones, y que si no fuera por ella no sería la persona que era en ese momento, es decir, alguien que, sin importar la adversidad, lo daría todo por defender a los suyos.

Pensé mucho en pedirle a Lee que hablara conmigo, tal vez desde su perspectiva podría orientarme un poco más para superar aquella odisea desatada en mi interior. No obstante, creí que después de haber avanzado tanto en la resolución del problema una segunda mano podría hacer que me confundiese y así prolongaría el proceso. Concluí que, aunque somos seres sociales por naturaleza y tenemos que buscar apoyo en los demás para sobrevivir, hay luchas que se emprenden en solitario.

Entrada la noche, Seb entró a mi habitación y me comunicó que Oply había citado a los aldeanos afuera de la casa para que compartiera con ellos un breve comunicado relacionado con el incendio y su razón.

¿Cómo explicaría que mi abuela había sido víctima de la crueldad de Stroldenmare resultando muerta y que yo había estallado en furia, destruyendo todo a mi alrededor? Un doloroso nudo se armó en mi garganta e incapaz de soportar tanta presión me solté a llorar desconsoladamente, deseando apartarme de todo y todos para poder extrañar a mi abuela en paz, pero sabía que ya era tarde para cambiar de opinión respecto a enfrentar a la aldea; si lo hacía, mi imagen quedaría manchada irremediablemente y jamás creerían en mí, por lo cual sería mucho más difícil recomponerme.

―Respira hondo ―me aconsejó Seb, y me abrazó consolador, dándome un poco de tranquilidad y determinación. Hice caso a sus palabras y poco a poco pude volver a respirar con regularidad.

Bajamos y al cruzar el umbral de la entrada principal me encontré una gran multitud observándome expectante. Me sentía apenada de haber destruido parte de su aldea de tal manera. Empecé a formular rápidamente en mi cabeza un discurso y tras un inquietante silencio, me decidí a hablar.

―Buenas noches, habitantes de Solmerville... soy Emily Dremlevolt, la soñadora. Sé que se preguntan la razón del incendio... En verdad, estoy arrepentida por ello... Verán, la razón por la cual reaccioné así fue que... ocurrió un asesinato. El responsable fue nada más y nada menos que el amo de la tormenta.

»Frente a ustedes, me comprometo a acabar con el reinado de terror de Stroldenmare. Estoy segura de que, como a mí, les ha arruinado la vida. Por favor, confíen en mí. Lucharé con todo lo que esté a mi alcance para procurarles una vida tranquila. Soy consciente de que absolutamente nada va a compensar las terribles consecuencias de sus actos, pero espero poder brindarles la posibilidad de que el resto de sus días sean agradables... Estén juntos y nunca pierdan la esperanza de que el sol volverá a salir.

Tras un silencio que me erizó de pies a cabeza, me vitorearon. Un instante después, una anciana levantó su mano al cielo, y en él comenzó a formarse una letra; los demás la imitaron. Paulatinamente, más resplandeciente que las estrellas, apareció la palabra Solmer en color turquesa brillante. Todos estaban preparados para lo que viniera.

Pensé en eso, en el apoyo y en la ilusión de acabar con la tragedia; cerré los ojos, me dejé llevar por la buena energía y comencé a llorar agradecida. Lee se acercó y limpió mis lágrimas, Seb me besó delicadamente la mejilla y Oply me abrazó con dulzura.

Al cabo de un rato, todos se fueron después de saludarme, agradecerme o felicitarme; yo apenas respondía por educación. Todo a mí alrededor me resultaba borroso, tenía ganas de ahogar mis penas con la almohada, de aislarme un rato de la sociedad.

Diciembre 17, sábado.

Aquella mañana me sentí obligada a ponerme de pie a causa de los compromisos asumidos la noche anterior. Lee se sorprendió al verme levantada, pues los últimos días los había pasado, en su mayoría, en cama.

―Buenos días. ¿A dónde vas tan temprano?

―No es temprano, son las diez. Voy a desayunar, deberías arreglarte y acompañarme.

Me miró con gesto de reproche y extendió su mano hacia el clóset, del cual salieron unos pantalones, una camisa y unos zapatos. Se encaminó al baño.

―¿Cómo aprendiste eso?―exclamé boquiabierta.

―Viendo a la mejor.

Me sonrojé por su adulador comentario. Salí de la habitación y bajé como siempre a la cocina, esperando encontrar a Seb y a Oply. Al no hallarlos, desayuné y luego me dirigí a la trampilla. Al abrir, me encontré con diez personas entre hombres y mujeres, incluyendo a Oply y a Jay. Minutos después, entraban Seb y Lee, quien al pasar junto a mí me susurró: «Eres importante para el mundo, soñadora».




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