El oráculo Dremlevolt.

D I E C I N U E V E

Pasamos dos semanas más en la casa, y recibimos el nuevo año sin Lee. Dolía mucho, pero cada día entendía mejor la situación y la amargura iba atenuándose y convirtiéndose en agradecimiento.

Pensaba a diario en él, lo veía en todas partes, me refería a él frecuentemente, recordaba mucho nuestras vivencias, nuestras indelebles conversaciones.

Ahogaba mis penas con la almohada de la solitaria habitación que compartí con él. Reprimía las ganas de correr a sus brazos, me obligaba a razonar y a ponerme como prioridad, a mi avance. De igual manera, era inevitable imaginar qué sería de su vida.

Pasados tres meses, nuestra telepatía desapareció, porque la conexión era cada vez más débil. No volví a tener contacto frecuente con él, muchas veces no respondía mis mensajes, y cuando lo hacía, enviaba monosílabos o frases abiertas a diversas interpretaciones. Era extraña la oportunidad en que recibía noticias sobre su vida. Me era difícil visitar lugares en los que estuvimos juntos, escuchar las canciones de las que compartíamos el gusto.

En clase de química cada vez que se hablaba de las leyes de los gases recordaba a Lee ayudándome: «No olvides nunca que pivito es igual a povoti», y cómo se burlaba porque no entendía a qué se refería, para luego, al ver mi frustración, animarme a no rendirme. Cada vez que aprobaba me hubiera gustado contárselo.

Le hacía referencias en diferentes aspectos de la cotidianidad, y buscaba la manera de encontrarlo en internet o en la vida presencial.

Pero me obligué a no aferrarme a esa etapa de nuestra amistad que ya había pasado, por mi bienestar.

Supongo que sus poderes desaparecieron también, porque al fin y al cabo la práctica hace al maestro, y él jamás volvió a Solmerville, donde podía entrenar. Probablemente, solo los dejó de usar. Conociéndolo, sabía que si se alejó de mí también lo hizo de la hechicería. Un cierre definitivo de etapa...

Había momentos en los que la pasaba mal, días en los que no tenía ánimos y la nostalgia me derrotaba al pensar qué habría pasado si estuviera a mi lado en determinada situación.

A veces, me desvelaba pensando en si estaba bien, y al considerar la posibilidad de que pudiera estar pasándola mal me angustiaba y deseaba poder acompañarlo. También, me entregaba a imaginármelo en un grandioso laboratorio, logrando cosas espectaculares; en otras oportunidades, me preguntaba si pensaba en mí y sentiría mi ausencia.

Pero, como me repetía Shawn, no debía pensar tanto en el tema porque lo único que iba a lograr era que la nostalgia me frenara; debía aceptar que ya no estaba, que jamás sería lo que fue. El tiempo se encargó de calmar el dolor que me producía su partida.

Seb también perdió un poco su chispa por la ausencia de Lee. A veces, lo encontrábamos llorando, apartado de nosotros, en silencio o con la mirada perdida. De hecho, cuando se mencionaba a Lee su expresión se tornaba afligida y solía escabullirse del lugar o cambiaba el tema de conversación. A pesar de que ellos dos jamás llegaron a conocerse del todo, Seb lo quería mucho y su duelo era indudable.

Seis meses y medio fueron suficientes para que ya no me generara tanto malestar pensar en Lee, y su recuerdo pasó a convertirse en una fuente de alegría y motivación. Siempre recordaba lo bonito que vivimos, cuánto me ayudó a progresar y los muchos momentos más memorables que en mi joven vida le debía a él.

Después de aquel año nuevo, tras la despedida de Lee, volví a Northampton a seguir con mi vida de estudiante de secundaria, pero ahora en compañía de Shawn. Vivíamos juntos en la casa que solía compartir con mi abuela.

Un día, logré convencer a Shawn de que me acompañase a casa de los Byrne a visitar a Lee. Él no creía que fuese buena idea porque yo aún estaba en un proceso de desapego emocional. De todas formas, ya había pasado un año y estaba casi segura de que estaría bien y ya no podía ocultar que las ganas de verlo me carcomían silenciosamente.

Al llegar a su vecindario, me sentí atrapada en un tornado de emociones, en una montaña rusa de sentimientos. Podía escuchar mi corazón latir a mil revoluciones por minuto, mi respiración tenía altibajos y Shawn no hacía nada más que estar atento a mi expresión y apretar mis manos.

Llegando a la estancia pudimos ver una estructura solitaria con un letrero de una inmobiliaria.

SE VENDE, decían aquellas crueles letras rojas. Sin poder evitarlo, me puse a llorar con amargura, mientras caía en la grava. Shawn tenía los ojos vidriosos y, mirándome con tristeza, me abrazó muy fuerte.

Claro que Shawn extrañaba a Lee, tal vez no a mi nivel, pero llegó a apreciarlo sobremanera. Yo era consciente de que su tristeza también se debía a la mía, pues no soportaba verme mal.

Algún tiempo después, durante el cual miles de recuerdos y una que otra bruma ligera me embargaron, respiré profundo, sonreí ligeramente, me incorporé y me erguí, limpié mis lágrimas y ayudé a Shawn a levantarse.

―Todo está bien, él está bien. Tengo la profunda certeza de que lo está... Yo estoy bien. Si él pudo continuar, yo también debería hacerlo ―afirmé con resolución. Shawn me sonrió aunque no podía ocultar su pesadumbre. Compartimos unas últimas lágrimas y me enganché a su brazo para volver sobre nuestros pasos.

La vida siguió e inicié mi etapa universitaria, me arriesgué a vivir lo que el destino me tuviera preparado. Cursé mis estudios en la universidad local donde suponía que encontraría a Lee, pero, en cambio, me encontré con la feliz noticia de que estaba aprovechando su beca del 80 % en química pura en Oxford, donde siempre soñó y mereció estar.

Estaba orgullosa de mi mejor amigo y de todo lo que había logrado con sus capacidades y su maravillosa forma de ser. Esa era la vida que siempre quise para Lee. Sabía que él estaba dichoso y eso me reconfortaba.

Por mi parte, seguí en mi papel de la soñadora, entrenando y transmitiendo buena energía con mis acciones para que el resto de las personas estuviesen a salvo, viviendo como merecían hacerlo. Mi vida se desenvolvía entre Northampton y Solmerville.




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