El Origen del Mal

Capitulo cuatro

      

 

 

 

          Aun la rodeaba la misma ahora iluminada y arenosa oficina. Le seguía platicando el atractivo muchacho que logró sacarle una sonrisa más de una vez; sin darse cuenta se había olvidado de todo lo de antes, como si no hubiese vivido nunca, naciendo de alguna forma en ese momento. Aunque no estaba de mas el hecho de que le había dado un nombre al triste desenlace que la jovencita había tenido y que la había llevado a terminar en aquel lugar pero ese tema de conversación se había dado por finalizado.

        Parecía haber poca cosa que decir sobre Kilian Grewal, mas que era amable y atento, pero que también podía llegar a ser muy reservado y cauto, lo podía notar en la forma como calculaba con cuidado todo lo que iba a decir, con tal de no cometer errores, y menos se podía esperar de un psicólogo; al parecer su oficina antes era ocupada por un señor de unos sesenta y dos años, arisco y poco susceptible para el trabajo que tenía y que no se sabía muy bien si decir que “por desgracia” había fallecido al cabo de un mes atrás, pero lo que si quedaba claro era que no habían esperado demasiado en reemplazar.

       El humo frio del líquido se le metía por la nariz, penetrando hasta lo más profundo de su interior y haciéndola sentir placenteramente a gusto, su charla había cesado por unos instantes pero las miradas del castaño seguían muy sobre ella. Un sonido ensordecedor inundó los corredores, los salones y cada rincón del edificio, el sobresalto la hizo agitarse dejando caer el pozuelo de plástico al suelo, derramando lo que quedaba en su interior. Kilian apenas levantó la mirada hacia las paredes.

       ―Es solo el timbre, parece que la directora ha terminado su parloteo al fin ―comentó tranquilo recorriendo el cuarto con sus ojos. Cuando sus ojos terminaron puestos en la chica frente a él la notó temblorosa y eso lo hizo crear una mueca de confusión. Pero, en vez de convertir aquello en un interrogatorio prefirió compartir la confianza que lo caracterizaba. ―. Solo es un timbre, nada más.

        ―Sí, eso es ―confirmó, pero seguía mirando inconscientemente a todos lados.

       Apretó sus labios―Bueno, ha sido una plática bastante agradable, pero tú debes ir a tu salón antes de que se te haga tarde ¿Sabías eso? ―manifestó con una voz tan calmada que pareció un suspiro―, me parece que lo mejor sería que te acompañara, y así nos evitamos ambos otro suceso como el anterior

       La pelirroja no dijo palabra alguna, pero su cuerpo se entumeció de solo pensarlo.

       Aunque pareciera tonto, dar aquel primer paso dentro del aula fue de las sensaciones más espeluznantes que pudo haber tenido, estando mentalmente consciente de que era solo cuestión de tiempo para que empezara a ser juzgada, clasificada y evaluada, como toda su vida. Sabía perfectamente que el mundo real y en el que estuvo viviendo eran igual de devoradores y crueles, solo que el que se presentaba en ese momento tenía una mejor fachada.

       ―Tranquila, no muerden ―murmuró jocoso en su espalda―, o tal vez sí, pero solo no las provoques

       Después de sus simpáticos susurros la vio caminar hacia adentro, encogida de hombros y a paso lento, sumergiéndose en el bullicio de risas y chillidos que emitían las demás adolescentes, ella se ubicó en uno de los pupitres y se notó que estaba más calmada, había encontrado de que sostenerse. Grewal hizo un saludo disimulado con la mano y sonrió con firmeza, despidiéndose y asegurándole en silencio que todo saldría bien.

        El día pasó demasiado deprisa, tanto que casi no podía ni recordarlo del todo. La mayoría de personas allí caían en lo normal, algunos menos simpáticos que los otros pero nada de qué preocuparse, en realidad había pasado mas tiempo mirando por la ventana que poniendo atención y las chicas no parecieron notar su presencia a excepción de algunas sonrisas que le regalaron al cruzar junto a ella, Kilian Grewal tenía razón, todo había salido bien.

       Agatha se introdujo casi saltarina en el asiento trasero del auto, deslizó su mochila y se clavó en el sillón, a sus espaldas el castaño la despedía asiendo un saludo con la mano desde la entrada principal y ella no dudó en hacerlo también, sonriente, el ademán no terminó hasta que el rubio conductor le hizo una señal fría con la cabeza a Grewal marchándose.

―¿Qué tal tu día Eugine? ―los nombres variados no se hicieron esperar, pero como por lo general el bronceado no hizo más que responder de forma cruda y continuar la trayectoria.

―¿Quién era él? ―preguntó tan poco amigable como de costumbre, a penas arrancando el auto

―Celoso ―ella levantó la barbilla orgullosa

―Eso le gustaría ―comentó él, sin cambiar nada en su semblante, cruzando la salida del lugar y metiéndose en la carretera―, inmediatamente sube a este vehículo pasa a ser mi responsabilidad, yo quiera o no, así que es mi deber conocer a sus relaciones

        ―Un amigo ―culminó ella. Parecía y se sentía definitivamente mejor que nunca, y ni siquiera por Grewal, simplemente por todo. Su cuerpo se estremecía por dentro de emoción, y por otro lado de miedo, por el hecho de que no sería la primera vez de que lo que quería se le escapara crudamente de las manos.




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