Cuando se introdujo a su casa con Cypriám tras ella los vio de pie en medio del salón principal, apretujándose alegres con unas cuantas palmadas en la espalda incluidas. Las personas alrededor eran hombres de traje, y ella podía reconocerlos a la perfección mucho más de lo que ellos se imaginaban, pero sus ojos estaban puestos en otro sitio, en la cabellera pelirroja y piel blanquecina, como aquel día en medio del bosque, solo que estaba vez no había arbusto tras el cual esconderse.
Había crecido demasiado a la última vez que le había visto, ahora la superaba en tamaño por mucho, cuando una vez fue ella quien lo superó. Su piel seguía igual de descolorada, su cabello más intenso que antes, bien peinado, su espalda se había ensanchado como en ella sus caderas y su posición erguida estaba siendo desconocida para la jovencita.
Se quedó quieta en la puerta y nadie parecía notarla hasta que los ojos azulados se giraron hacia ella como si la hubiesen sentido y seguido se dibujó una media sonrisa, con los mismos afilados y maliciosos dientes de la primera vez.
―Agatha ¿No piensas saludar a tu hermano? ―preguntó el robusto señor en medio del jolgorio.
Se quedó paralizada ante la pregunta y esperó a que la complexión de su hermano se acerara a ella, haciéndola sentir empequeñecida delante de él. Tenía ambas manos en los bolsillos de su pantalón negro de vestir, y los dos primeros botones de su camisa blanca estaban abiertos, eso con el detalle de las mangas remangadas lo hacían parecer bohemio, poco preocupado y juvenil aunque ella dudaba mucho sobre eso.
Se vio envuelta en el antebrazo del muchacho, apretujada entre su pecho, y luego sintió el beso estamparse en su frente, un cosquilleo en la espalda baja la penetró incómodamente junto con la arcada que se presentó seguido, la misma combinación de sensaciones que se manifestaban en ella con el simple hecho de que Nikolai Soloviov hablase cerca suyo.
Leónidas Soloviov era cinco años mayor, pero sus ojos apagados y de alguna forma siniestros siempre lo hicieron ver mayor, desde muy pequeño fue así. A pesar de ser su hermano mayor y de vivir juntos un largo tiempo siempre lo había visto como a un perfecto desconocido, aunque verlo muy de cerca era sinónimo de apreciar a la imagen viva de su padre, y un reflejo masculino de la pelirroja en el espejo.
Se separó de ella, dejándola anonadada y por encima de su hombro pasó su brazo para darle la mano a Cypriám, quien lo saludó con su normal seriedad y en silencio.
Sin más preámbulos volvió al medio de los espectadores que casi lo idolatraban, como si tal vez un héroe de guerra hubiese regresado luego de haber luchado en cuerpo y alma por la libertad del país, pero ella sabía perfectamente que no se trataba de eso.
…
Así no la recordaba ella, con ese cabello sedoso y lleno de brillo, esos ojos vivos y esa sonrisa reluciente, muchos menos aquella ropa delicada. A penas lograba recordar una pálida y poco atendida complexión, un cabello que aunque largo y abundante se veía descolorido y marchito, y unos ojos azules que se percibían opacados por una penumbra de tristeza; aquella pintura de su difunta madre en el estudio no podía ser más mentira.
El estudio de Nikolai parecía la imagen viva de un basurero, el que emanaba la peste mas abrazadora de todas las antes olidas, y era sino producto de la mezcla de colonias intensas que irradiaban las escorias sonrientes esparcidas en ese cuarto.
Ella los conocía a cada uno de ellos, más profundo de lo que se podían esperar. En la ventana mirando hacia afuera y con un cigarro en su mano se encontraba Ademaro Reiniger, un funcionario político de la región, a más de uno le sorprendería verlo allí, sin su sonrisa encantadora y falacia, se rumoraba más de una cosa de ese señor, como la violación de su hijastra o el maltrato a su ex esposa que en paz se encontraba descansando, y ella no dudaba que todo eso fuese cierto, por la simple manera en la que estrujaba los restos del cigarrillo, apagándolo de forma indolora en la palma de su mano.
Por otro lado, y como siempre, Andrey Zimmer se mantenía ingiriendo de la bandeja de bocadillos, creyendo que pasaba por desapercibido como muchas otras veces; parecía demasiado torpe e inofensivo como para hacer las cosas que hacía, o que al menos se cotilleaban por los rincones de la casa. Había trabajado en un campo de concentración irlandés por años, pero en el momento en el que lamía sus dedos luego de comer el queso en rodajas, no parecía estar ni cerca de ser un experto tirano torturador.
Por otro lado Yaroslav Nolikov intentaba como de costumbre seducir a una jovencita de la servidumbre, siendo sino conocido por una red de trata de blancas, o al menos Agatha había escuchado comentar aquello de la boca de las muchachas sirvientas mientras preparaban la comida en las tardes de domingo.
Y así la lista podía continuar toda la noche, estar sola y encerrada en la paredes de su casa le daba mucho tiempo para engurruñar entre comentario y comentario que se hiciera en la casa, y vaya que lo había aprovechado todo.
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Editado: 08.05.2020