El Origen del Mal

Capitulo diez

         

 

 

 

        Vi el desastre en mi recámara y un montón de sentimientos se apoderaron de mí, tenía sangre salpicada en la ropa, propia y ajena. A ese paso mi herida nunca iba a sanar, pero había llegado a un punto en el que ese dolor había pasado a no tener importancia alguna. 

          Comencé a llorar. Me hice un espacio entre los escombros que había dejado antes de irme, sostuve la manta rota y la almohada desplumada y formé un nido pequeño en el suelo, donde me acurruqué para ahogar mis llantos.

           Cuando sospeché que mi familia se movía en cosas turbias no pensé que tanto, aunque ¿A quién quería engañar? Claro que pensé que tanto, lo que nunca imaginé era el algún día tener que estar involucrada en ellos.

         Aún no podía creer las cosas que me habían dicho, ni lo que había visto y mucho menos lo que había hecho. Todo sonaba simplemente tan descabellado y fantasioso que me parecía difícil de ingerir. Tanto caos a mi alrededor y dentro de mi ser me estaba enloqueciendo, mi vida no estaba sobre una base firme de por sí, jamás lo había estado, pero ahora tendía de un hilo, uno muy delgado y a medio comer.

         A penas había logrado dormir, me desperté varias vece a mitad de la madrugada, con sobresaltos, de solo imaginar la última expresión de April Western y el orificio en su frente.

           Mientras el auto avanzaba yo me empeñaba por no quedarme completamente dormida en el asiento trasero. Percibí como Cypriam me observaba desde el retrovisor, chocamos miradas varias veces, pero nadie tuvo el valor de decir nada, en realidad no había nada que decir.
      

         Me pareció cruel el hecho de que aun con mis heridas frescas Nikolai quisiese hacerme asistir al instituto, pero no me quejé, todo lo contrario, estaba feliz de salir de casa y si mas lejos mucho mejor. 

        ―No te molestes ―le dije al rubio al ver como pensaba bajar para abrirme la puerta, como siempre. Mientras más rápido pudiese alejarme de todo lo que tuviese que ver con la noche anterior yo no sería más feliz, pero al menos me mantendría un poco más tranquila.

          ―Que tengas un buen dia ―me deseó justo luegos de que yo cerrara la puerta y me encaminara dentro. No le respondí, ni siquiera me giré, solo seguí caminando hasta que le escuché desaparecer.
Me sorprendió que todos los pasillos de la planta baja se encontraran en silencio, era un poco tarde, por eso esperaba el bullicio en los salones, pero nada. Llegué a pensar que se encontraban vacíos, pero era todo lo contrario, cada aula estaba tan repleta como siempre, solo que esta vez un aura melancólica  parecía viajar por los corredores.

         Al ponerme de pie en la puerta de mi clase algo se revolvió dentro de mi estómago, incomodándome. Todas las chicas del salón miraban hacia delante, donde se encontraban la directora Schwarzkopf, la maestra de literatura y quienes se clavaron en mi pecho, el señor y la señora Western.

         Yo no les conocía de nada, pero al igual que yo, April era una réplica exacta de su madre, así que verlas a ambas era casi lo mismo.

         La mirada de esa mujer se fue hacia mí en la puerta, la directora recitaba algunas palabras con tal de darles apoyo por su pérdida, y al ver sus ojos húmedos y enrojecidos no pude evitar que mis piernas temblaran. 

          La directora les dio un fuerte abrazo a ambos, y las chicas se despidieron de ellos. Pude ver que a un lado habían puesto un retrato de April, y que algunas llevaban una que otra flor o alguna nota, más mal sabor de boca no cabía en mi paladar.

         ―Disculpen ―les perseguí y llamé su atención con aquel mascullo. Se giraron, ver el rostro de su madre hacía que la imagen se repitiera una y otra vez, y no podía detenerlo. 

         ¿Cómo iba a explicarles que su hija había muerto por mi culpa?¿Como les iba a decir que el miedo pudo más que yo? que murió por mi causa, que tuve su vida en mis manos y que solo la dejé ir.

          Las lágrimas se me salieron por las comisura de mis ojos.

          ―Lamento su pérdida ―fue lo único que pude decir, entre tartamudeos. Me agradecieron con una sonrisa casi invisible y continuaron su camino a la salida.

          Todo en mí vibraba, incluso mi barbilla, que apretaba con tal de que no se me escapara ese grito que deseaba disparar al aire. Corrí lo más rápido que pude, tambaleándome por todos lados, las lágrimas no me dejaban visualizar el camino. 

          Al entrar al baño solté mi bolsa sin pensárselo y terminé arrodillada frente al retrete, volviendo el estómago. Quería que parara, necesitaba que parara, esa imagen, ese sonido, todo me torturaba despiadadamente.  

         Mis sollozos formaban escándalo, pero me empeñé en ahogarlo al morder mi brazo. Las arcadas seguían obligándome a vomitar, pero ya nada salía, ya no tenía más para dar. 

         Apreté la taza del baño con mi mano, ejerciendo una fuerza indebida en mi brazo lastimado, hasta hacer que un punto amplio de sangre traspasara las telas que cubrían mi herida, y con ellas el uniforme.




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