El Origen del Mal

Capitulo once

 

 

 

Mi cuerpo empezaba a reaccionar, aunque me sentía como peso muerto. Aún tenía la fe de que al abrir mis ojos solo se tratara de una cruda y muy espesa pesadilla, pero era tan real como la primera vez.

         Tuve miedo de levantarme de golpe así que solo fui abriendo mis ojos poco a poco sin mover un ápice de mi cuerpo; ya había oscurecido, los grillos hacían sus cánticos mientras que yo descansaba sobre la hierba.

        Me mantuve en completo silencio mientras que le veía cambiar de vestimenta, se despojaba de su traje habitual por unos vaqueros y una simple camiseta negra, a la vez se hacía una coleta baja con una tira diminuta.

        Casi no lograba recordar lo que había pasado antes, pero los pensamientos al azar se desbordaban en mi cabeza como una cascada y no se dejaban ser organizados. Sabía perfectamente una cosa, estaba muerta, aunque no de forma literal, pero con la situación como iba eso me hubiese gustado.

        Cypriam movía unas cuantas bolsas y las lanzaba al lago junto a nosotros, con esfuerzo. Empecé a levantarme, tarde o temprano tendría que hacerlo, eso me gustara o no.

         —¿Qué hacemos aquí? —a penas ladeó su cabeza para divisarme, no parecía de buen humor; nunca parecía de buen humor pero esta vez iba algo más allá que sólo eso.

         Me mantuve en silencio hasta que culminó con las repetidas vueltas del auto al lago, escuché como un resoplido salió de sus labios y entonces sus pasos marcados fueron hacia mí.

          —¡Espera!—chillé. Me tenía sostenida del brazo, con una fuerza salvaje. A rastras me dirigía al coche y de un solo intento me lanzó en el asiento trasero, al final estampó la puerta con rabia.

          A pesar de mis chillidos al ser apretujada bruscamente no dije ninguna otra cosa. No estaba en derecho de hacerlo, incluso hasta lo entendía un poco. Era muy probable que se haya metido en un serio problema con mi padre, uno que le pudo haber costar la vida, y ahora era mi turno.

. . .

         —¿Donde están ellas? —saqué entre el sonido de las llantas y la carretera. Pude ver en sus brazos la presión que ejercía al conducir.

          —Ahora lejos —tenía miedo de la forma en la que me respondería pero lo había hecho de manera pacífica. Entendí muy bien su respuesta, recordando momentáneamente las bolsas y ahora entendiendo su contenido.

         El auto frenó de golpe, para mi suerte esta vez me sostenía el cinturón de seguridad así que solo me separé y me volví a estampar un poco del asiento.

        —¡¿Acaso te has vuelto loca?!—Su regaño se metió en mis oídos, su voz gruesa inundó hasta el más mínimo espacio dentro del vehículo y me hizo una incómoda cosquilla en la espalda baja. Por otro lado, la manera en la que se volvió en el asiento para mirarme directo al rostro me hizo empequeñecerme ante él.

         —Solo... —empecé a decir, comenzaba a enojarme, ni siquiera con él, conmigo; por ser tan ingenua de creer que iba a lograr escapar tan fácil de todo lo demás.

         —¡Has podido morir¡ —soltó, y en el sobresalto unas cuantas gotas de su saliva terminaron en mi cara— ¡¿Tienes al menos idea de quiénes eran esas personas?¡

       —¿Quienes eran? —mi ceño se frunció, estaba al borde de las lágrimas.

         Resopló exhausto e irritado—Que se lo explique su padre —sin más volvió a girar la llave dentro de la ranura para continuar la trayectoria.

    —¡No, espera yo solo! —me abalancé para tocar su fuerte hombro con tal de detenerlo.

        El auto se agitó por un instante. Se abalanzó en el espacio entre ambos asientos delanteros y más de una cosa crujió. Inspiré entre diente, la fuerza de sus manos contra mis hombros era dolorosa, pero lo soporté.

 

           Me estampaba contra el asiento, casi tatuandome en él. Apreté mis ojos y labios. Se quedó mirándome, directo a los ojos, pero había enojo y frialdad en ellos, una tan congelante que me atemorizó hasta dejarme sin palabras.

           Estaba completamente acabada, en el instante en que le contase a Nikolai mi intento fallido por escabullirme y que pude haber perdido la vida en el intento no tendría salvación alguna.

...

         Ambas puertas de abarrotes en la entrada se abrieron lentamente al unísono, el sonido nunca había sido tan penetrante como esa noche. Ahora solo era cuestión de segundos para que Cypriam comentara a mi padre lo ocurrido.

         Ambos salimos del auto en frente a las escaleras de la entrada y nos miramos fijamente, su mirada seguía siendo la misma, fría y autoritaria. Mientras tanto, traté de parecer menos interesada en el asunto, pero mis ojos se enrojecían y humedecían al mismo tiempo.

         Una corriente se me introdujo por todo el cuerpo y me obligó a correr despavorida hacia adentro, allí Leonidas, Masha y River parecían charlar tranquilos en la entrada de la cocina. Me miraron de reojo y yo preferí no divisarlos mientras subía a toda velocidad peldaño por peldaño hasta mi cuarto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.