El Origen del Mal

Capitulo dieciocho

 

 

 

        —Podemos detenernos cuando desees —me dijo entre jadeos, yo también  jadeaba sin control, estaba adolorida en el suelo; su último golpe me hizo caer con mi espalda y posterior al suelo.

           Negué con la cabeza, aunque cada ápice de mi cuerpo doliera, yo no iba a detenerme.

          —Aguantaré —contesté mientras me levantaba.

          Estaba agradecida con los intentos de Cypriam, los intentos de no asesinarme con un solo de sus mortales golpes. Él sudaba a cántaros, pero me parecía más por el nerviosismo de no lastimarme demasiado, que porque yo fuera alguna competencia para él.

         Aún era de madrugada, pero había recuperado la fuerza muy pronto, así que le supliqué a mitad de la noche que me entrenara al menos un poco, no podía seguir siendo un ser tan inservible como lo había sido hasta ahora. Se negó rotundamente hasta que recordó que aquel era mi propósito después de todo.

          Sus puños se acercaban a mí y me golpeaban en el estómago, sacándome el aire. Me dejé caer sobre mis rodillas aunque me esforzaba por no dejar que pasara.

         —No voy a seguir —culminó alejándose y cogiendo la toalla que había sobre la rama de un arbusto cercano.

         —Oye, espera —pude decir limitadamente—, necesito esto —le supliqué casi arrastrándome a él; tenía el estómago encogido y casi no llegaba aire a mis pulmones.

          —Ya fue suficiente por hoy —musitó seguro y se hizo un moño en el cabello.

          El sol comenzaba a salir en el horizonte y supe que otro día estaba delante de mí. Se reflejaba de la forma más hermosa en el lago tras la casa y un impulso me hizo caminar hacia el agua para verla moverse con suavidad.

          Bajé por mis hombros ambos tirantes finos de mi vestido y sentí como se deslizó, descendiendo por mi cuerpo. Fuera del dolor yo me sentía relajada. En ropa interior y con la brisa mañanera recorriendome el cuerpo me lancé al agua sin pensarlo.

          El agua estaba casi congelante, no escuchaba nada del exterior, solo las burbujas que se formaban con mis movimientos. Me sentía liviana, como si volara ahí dentro, como si fuera un lugar distinto y como si todos mis miedos desaparecieran allí. Hacía años que no entraba al agua, la última vez lo hice con mi madre, yo era muy pequeña y cuanto no hacía de eso.

         —¿Puedo saber qué haces? —preguntó Cypriam cuando saqué la mitad de mi cuerpo del agua, me sentía como nueva después de ello y aunque mi cuerpo aun sintiera los golpes palpitar en él, el frío del agua los estaba calmando.

           Me miraba aburrido junto al vestido tirado en la tierra.

          —Quería que despertaras con sentido del humor y en vez de eso lo has hecho ciego —musité con mis ojos cerrados —tomo un baño, Patricio —empujé mi cabello hacia atrás, ya estaba empezando a crecer otra vez, al punto de caer sobre mis hombros como sangre fresca.

          —¿Interrumpo alguna cosa? —los pasos suaves y marcados de Leonidas retumbaron todo, así como su voz me hizo abrir los ojos de golpe.

          Cypriam se inclinó un poco para saludarle con respeto, pero mi hermano solo me miraba a mí.

          —Nikolai tiene unos encargos para ti —le dijo a Cypriam y él me miró de reojo.

           —Si señor —desapareció sin decir ninguna otra cosa, yo por mi parte no me interesé y solo continué bailando con suavidad dentro del agua.

           Las ondas que provocaban sus pasos a la orilla llegaban a mí, haciéndome saber que él estaba cerca, y cuando me giró violenta y a la vez furtivamente por el hombro tuve claro ese hecho.

         —¿Qué cojones intentas hacer? —me preguntó, enderezándome y haciéndome mirarle a los ojos.

           Su toque fue como un chirrido desgarrador, como el de una filosa pieza de aluminio arañando a otra.

          —Nadar, eso hago —me solté de su agarre con agresividad.

            —Lo que yo veo es a una maldita niñita enseñandose a su escolta de la forma más vulgar —me regaño con firmeza y no pude evitar reír sarcástica por unos fugaces segundos.

          —¿Acaso hablas tú sobre vulgaridad? —me acerqué a su rostro sin temor, había entendido una cosa: él era una persona, y no le iba  a temer; pues al igual que yo, era humano y por ende era frágil — Dime Leonidas ¿A qué saben los besos de tu madrastra ?

           Su mano terminó aterrizando en mi rostro, provocando un sonido impactante que me hizo caer hacia atrás, aunque no dolió como parecía, solo coloró mi mejilla.

          Nadé un poco más lejos y a la distancia que quedaba vi como mi hermano se sacaba el reloj, la chaqueta y los zapatos, terminado por entrar al agua con las vestimentas sobrantes.

          Intenté alejarme lo más rápido que pude, pero siempre fue mejor nadador que yo. Sus dedos se metieron entre mis cabellos y los sostuvieron con fuerza, haciéndome caer hacia atrás. Entre pataleos le hice hundirse conmigo y ojala lo hubiese ahogado.




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