El Origen del Mal

Capitulo diecinueve

 

 

 

         Procuré adelantar la siesta inmediatamente llegase a casa, necesitaba que todo pasara rápido o no podría soportarlo. Aún a la mañana siguiente, no lograba sacarme la imagen de Leiza de la cabeza, mucho menos el guiño de ojo que me dio River antes de partir, detestable.

Estaba muy nerviosa, tamborileando la cuchara dentro del cereal mojado frente de mí en la cocina.

River era peligroso, todos los que me rodeaban lo eran, por tal razón me era indispensable el mantenerla a ella—y  cualquiera que intentara acercarse—lo más lejos posible. Podrían atentar con la vida de esa chica y de cualquier otra persona, mucho más al saber que me importaban como ella lo hacía, como nunca lo había hecho nadie.

De pequeños, River y Leónidas, se encargaban normalmente de desaparecer o romper todos mis juguetes, por el simple hecho de verme llorar desconsolada, y tenía miedo de que sus intenciones fueran las mismas con la única chica que consideraba mi amiga o lo más cercano a ello.

Debía admitir, aunque no quisiera, que estaba muy asustada al respecto. En tan poco tiempo, Leiza me había hecho sentir como una adolescente normal, con conversaciones normales y sentimientos normales, aunque muy en el fondo yo siguiese estando tan vacía como siempre. No podía permitir que alguien que había logrado tanto en mí fuese lastimada por alguien como River North.

—No sé cuando Nikolai entenderá que no soy tu maldito mensajero —se quejó Leonidas entrando a la cocina.

Dejó delante de mí, un paquete grande y cuadrado, envuelto en papel satinado negro y con un moño plateado que rodeaba todo el contenido de extremo a extremo. Encima, el beso de sangre, ya hasta lo había olvidado.

Leonidas, luego de hurgar en los gabinetes, se volvió a mí y me miró por un momento, yo apenas lo divisaba en silencio. Puso su dedo índice bajo mi barbilla y me hizo levantar el rostro. Me sonrió, con esa sagacidad suya, y yo no dudé en arrancarle mi rostro de las manos.

—Hoy no irás al instituto —me informó marchándose a paso lento.

Se quedó de pie bajo el marco de la puerta, tal vez esperando a que le preguntara la razón, pero la verdad era que no había palabra que lograra salir de mi garganta si era dirigida a él.

Nos quedamos en silencio y sus pasos se fueron hacia alguna parte de la casa.

Me mantuve visualizando el paquete, su envoltura era preciosa, me había quedado enamorada de ella, pero al tener la escalofriante carta encima, me hacía saber que el contenido no era algo bueno.

Localicé un cuchillo filoso de los que decoraban en el envase junto a las frutas y con él rasgué el papel plateado, rompiendo el moño. Mis manos no se sentían muy seguras de querer abrir la caja, era de color negro y venía de parte de mi propio padre, eso dejaba mucho que pensar.

Al abrirla fruncí el ceño. Saqué lo primero que mis manos palparon, unas botas sin tacón, largas hasta las rodillas y bastante pesadas, de una especie de cuero plástico. Debajo había algo del mismo material, un enterizo de extremidades prolongadas que brillaba de impecable, aunque su textura era algo arrugada. Pesaba mucho para ser sólo ropa, pero no puse demasiada atención en ello. En todo caso, me dediqué a palpar ambas cosas unos segundos, hasta que terminé por ponerlas de forma organizada a un lado.

No había más contenido bajo eso, pero, a un extremo de la caja, esperaba otra cajita más pequeña, de cuero rojo vino, con mis iniciales marcadas a una esquina A. S.

Ejercí presión para poder abrirla, tenía el presentimiento de que encontraría un arma dentro, eso no me hubiese sorprendido en lo absoluto, pero, me extrañé al encontrar allí unas puntiagudas tijeras plateadas y relucientes.

Las saqué y visualicé con detalle, eran de un material macizo y cargante; al igual que la caja, tenía las mismas iniciales, aunque diminutas, y del otro lado unas cuantas flores talladas sobre su metal, haciendo un diseño precioso.

No me quedaba muy claro el significado de ese obsequio, tampoco el propósito, pero no estaba mal viniendo de Nikolai, pude esperar algo mucho peor, eso seguro.

Devolví las tijeras a su empaque igual que todo lo demás y me dispuse a dirigirme a mi cuarto, no sin antes tomar el beso de sangre entre mis manos; como me había dicho mi hermano antes, el día parecía tener un giro inesperado, y tenía el presentimiento de que algo tenía que ver con ese papel.

. . .

El traje me estaba asfixiando, se adhería a mi cuerpo de una forma succionante. Cypriam se mantenía muy callado y no parecía de humor, por mi parte tampoco me encontraba demasiado platicadora. Con el asunto de Leiza y lo apretujada que me mantenía mi ropa, tenía suficiente, aparte de saber hacia dónde me dirigía y el propósito de ellos, cosa que tenía a mi corazón palpitando en mi garganta.

Como Cypriam ya me había dicho antes, los Ory eran una familia que al igual que la mía, estaba ligada a muchos negocios oscuros, pero, se mantenían resguardados tras propiedades aparentemente serias como las tiendas de modas de la señora Ory y un gran hipódromo a las afueras de Kibol, una ciudad a la que en la vida había ido, pero, después de tantas clases particulares de historia, tenía más o menos al pendiente su ubicación.




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