El Origen del Mal

Capitulo veintiuno

       

 

 

 

         De no haberlo leído en las letras gastadas de mi propia madre no me habría creído el que Nikolai pudo algunas vez ser un chico enamorado y noble.

         Apenas había leído un poco, estaba muy sorprendida. El corazón me palpitaba con fuerza al ver sus hermosas letras cursivas, no estaba leyendo desde el principio, ojeaba por segundos, yo solo no podía con todas las sensaciones que me provocaban los fragmentos al azar.

         De igual forma, muchas hojas estaban esparcidas y otra parecían no existir, así que requería de un poco de tiempo para el tratar de ubicarlas en orden y aventurarme a la lectura.

            No tenía idea de quién lo había dejado allí para mí, pero fuera quién fuera le estaba agradecida, pues sentía que ahí encontraría muchas respuestas a las tantas preguntas que me estaban carcomiendo la mente.

           Lo traía en mi bolso camino al instituto y casi lo sentía palpitar, tocarlo era tan tibio como los besos de mi madre en todo mi rostro.

          —¿Lo guardaste en un lugar seguro? —me preguntó Cypriam sin mirarme y sin dejar de conducir.

          Desperté de mis pensamientos y me enderecé con curiosidad—¿De qué hablas? —le inquirí.

          —Del diario de Abigail —puso sus ojos verdes en el retrovisor y yo abrí un poco más los míos.

         —¿Tú lo dejaste ahí para mí? —negó con la cabeza.

         —Tu abuelo lo dejo ahí para ti y debes cuidarlo muy bien, pues Nikolai no sabe nada sobre eso. Solo lo sabemos él y yo, y ahora tú —hablaba por sobre su hombro, con sigilo.

         —Entiendo —suspiré, guardando silencio unos segundos.

         Quizás era esa la razón por la que la atención y sonrisa del anciano estaban puestas sobre mí el día anterior. No me quedaban muy claras sus intenciones, pero tampoco me importaban; como ya había dicho con anterioridad, yo no le conocía, él tampoco a mí.

       —Sobre lo que pasó con Nessa —bajé la mirada, imposible el poder sacarme las imágenes de la cabeza.

        —Eso es tema muerto —musitó serio, sin dejarme terminar.

        —Jamás pensé poder hacer algo como eso y siento muchísimo haberte involucrado —mi voz tiritaba un poco, tenía la escalofriante sensación de estarme convirtiendo en algo que no me gustaría.

         Aun podía escuchar cómo resonaban sus dedos al romperse mientras que Cypriam aplastaba sus manos con la enorme roca. También el sonido de su lengua cuando las cuchillas filosas de la tijera le atravesaban pliegue por pliegue, y lo peor era que no me arrepentía en lo absoluto.

         Lo sentí bajar un poco la velocidad y tomar aire—Aunque sea complicado de entender lo hago, y aunque no sea normal que lo diga de forma seria, debo comentar que estoy para servirte, lo quiera o no —era su trabajo después de todo, obedecer, sin importar las órdenes descabelladas.

          Aunque tal vez al principio estaba más enfocado en las imposiciones y reglas de Nikolai, ahora lo sentía—más o menos—un poco más de mi lado, aunque ni yo misma tenía muy claro que lado era ese.

         —Pero, eso fue grotesco —sentí como la tensión tibia se apoderaba, quemando mi garganta—, también la forma en la que mentí a la policía —me abalancé un poco hacia adelante, exaltandome un poco con el corazón muy latente.

          —Para los ojos de Nikolai mostraste determinación por primera vez. Demostraste que aunque te falten aspectos varios por pulir, eres una verdadera ochamy

        —Demostré que me estoy convirtiendo en un verdadero monstruo

. . .

           Encontrarme al pie de las escaleras del instituto me hacía pensar en Leiza, y por ende en River, lo que me obligaba a cascar un poco los dientes. La sola idea de que evocar a uno me hiciera evocar al otro de manera automática me estaba fulminando.

           Me sentía tan torpe, últimamente no había hecho más que tomar decisiones según las emociones que me rebosaban del cuerpo. El enojo me hizo hacer lo que hice a Nessa, el miedo y la furia me hicieron demostrarle a River North cuanto me importaba Leiza y lo aterrada que me hacía sentir el perderla por su culpa, lo que era como su fuente alimento.

         «Las ochamys no tienen amigas» esas palabras se repetían una y otra vez dentro de mí. Yo era diferente, Ninette me hizo darme cuenta de ello.

          Yo quería vivir, pero no por poder, ellos sí, todas esas familias y las demás ochamys sólo querían poder, tanto así que los padres ponían a sus hijas en juego y sus hijas ponían sus vidas sobre el tablero, tan simple como si no valiera nada.

           —Señorita Soloviova —escuché la voz de la señora detrás y me giré sobre mis propios pies un poco sorprendida.

           —Buenos días Directora Schwarzkopf —saludé con una reverencia.

          —Buenos días querida —ella me sonrió con su blanca dentadura uniforme—que a leguas se notaba el ser postiza— su cabello en moño y sus ojos oscuros—¿Podrías seguirme a mi oficina? no pienso quitarte mucho tiempo




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