El Origen del Mal

Capitulo veintitrés

         

 

 

 

         No me siento la peor persona del mundo, lo que me hace inmediatamente sentirme como tal.

          La luz sobre nosotros es titilante, me molesta, me hace sentir como si ese instante fuera un conjunto de flashbacks perturbadores, pero, en cambio no me detengo.

           Han cambiado cosas, yo he cambiado, lo sé por la forma en la que disfruto ver a Ninochka Vasílieva presa en la silla vieja de tablones. Me siento frente a ella, está completamente inmovilizada y de alguna manera la estudio, se me ha hecho un verdadero pasatiempo.

           Son criaturas curiosas, sin personalidad, tras el mismo propósito, y me pregunto si antes de que sus padres las hicieran como son ellas, tenían sueños y aspiraciones, o tal vez solo alma. Porque es evidente que en éste momento ya la han perdido, y siento que yo también.

           Recibo un escupitajo, uno fuerte, concentrado y directo al rostro, que cae de forma rápida sobre mi pómulo izquierdo, para descender suavemente por toda mi mejilla, en una mezcla de saliva y sangre. Siento la mano de Cypriam posarse sobre mi hombro y pasarme una servilleta de papel, ignoro la cortesía y termino por limpiarme con la manga algodonada de mi suéter negro.

           Quiero miedo, yo ya no lo tengo, eso es algo que ha muerto en mí, pero quiero que ella se estremezca al saber que soy yo quién decidirá sobre su vida o su muerte, aunque ella no parece reaccionar.

           Me ve con furia, ni siquiera con odio y eso me hace detenerme a divisarla con un poco más de entusiasmo. No me odia por la tortura que he estado proporcionándole hace ya varias horas, sino porque sabe que es su fin, o más bien, el fin de su oportunidad para alcanzar el dichoso poder tras el que todos corren, cual perro tras su hueso.

           No siento la necesidad de devolverle la acción, ni tampoco me parece valiente de su parte, más bien, me da lastima su desperdicio de sensatez.

          Resoplo, cada vez que me encuentro en este lugar espero algo, no sé exactamente el qué, pero siento que espero quizás que una de esas chicas reaccione de una manera distinta. Que llore, que tema por su vida, que tenga otro pensar, tal vez parecido al mío, que quiera un cambio, pero eso nunca sucede. Son tan idénticas que recordar sus rostros se me hace ya algo imposible.

           Me sigue mirando de la misma manera, no puedo soportarlo, me aburre.

           ―¿Necesitas que haga esto por ti? ―escucho voz gruesa y firme de mi escolta detrás y lo miro por encima de mi hombro, decepcionada. él también sabe lo que espero, y es posible, que de tanto tiempo que hemos pasado hasta el momento, espere lo mismo.

           ―Por favor ―es lo único que digo mientras aparto la silla sosteniendola por debajo. A él le veo arrastrar el tubo grueso de acero que ha estado sosteniendo desde que llegamos. Cruza con él por mi lado mientras yo tomo su posición anterior, pasando a ser yo su guardiana.

           Aún cuando el palo se encuentra en el aire y se nota perfectamente que se dirige en su dirección ella no titubea, no sale una sola lágrima por sus ojos. Sonrío un poco, con ironía, se cree tan valiente, pero no lo es, porque para serlo debe tener miedo y es claro que no lo tiene.

           La golpea muy fuerte, justo en el cráneo, haciendo que su sangre salpique hacia la pared  rocosa.

          Las pistolas ya no me agradan, nunca lo hicieron, eso era porque me atemorizaban, pero ahora me parecen irreverentes. Acaban con una existencia de una forma veloz y sin sentido, haciendo que todo lo que alguna vez fue se esfume en un instante, y ni siquiera la escoria mas grande del mundo merece una muerte tan rápida, todos somos meritorios de ver pasar nuestras vidas delantes de nuestros ojos.

           El sonido del metal contra el hueso y piel me produce una sensación irritante en los diente, como uñas en un pizarrón, pero no puedo dejar de ver a pesar de eso.

            Cuando mi escolta termina, dejando un cuerpo sangrante y sin vida ni siquiera jadea, eso fue demasiado fácil para él, admito que tambien para mí, ya ni siquiera me tomo la molestia.

           Me acerco a paso marcado y con los brazos cruzados, Cypriam ya sabe qué hacer. Me entrega el sobre, serio, mis ojos buscan la fuente se sangre fresca más cercana, aunque toda la complexión de la chica está cubierta de ella. La yema de mi dedo pasa suavemente sobre la roja humedad y con el dedo cubierto me pinto delicadamente los labios, para marcar un beso como el inicial, pero al otro extremo.

           No quiero sus cartas, sus citaciones, las regreso de la misma forma en la que me las entregaron, aunque lamentablemente el destinatario no tenga la dicha de recibirlo; en todo caso, así y sin dar la cara cobardemente, les hago saber a las familias que he cumplido con mi deber y que sus hijas no han cumplido con el suyo.

           Las cuatro ruedas susurran en el suelo al avanzar, cuando pasamos delante del que fue mi instituto hace pocos meses no puedo hacer más que agachar la cabeza, me doy vergüenza el saber el daño que hice allí, a pesar de todo.

           Cypriam lo nota, con una mirada de reojo pero no dice nada, somos confidentes ahora, eso nos permite hablar con los ojos.

           —Sigue llamando —menciona, me gustaría golpearle el rostro, sabe cuánto me molesta recordar el asunto y aun así se empeña en recalcarmelo.

            —Lo sé —mascullo con la vista fuera, pero está oscuro, y la verdad es que no veo nada más que recuerdos.

            —Puedes hablarle, pedirle que no se preocupe más —sugiere con la vista en el camino.

          —Defenderme es tu deber —le aclaro en un refunfuño.




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