Aún dentro de mi sueño logro deslizar la mano al espacio vacío junto a mí. Tengo la cara adherida a la almohada y la siento arrancarse con lentitud mientras levanto mi cabeza. Como lo esperaba Leonidas ha desaparecido, tampoco era como que tuviera fe de que se quedase, mucho menos del sueño sangriento que tuve para con él.
He dormido todo el día, lo sé porque para cuando miro hacia el enorme ventanal, el sol está a punto de caer.
Estoy desnuda bajo la sábana, al menos se tomó la molestia de cubrirme al salir, lo que muchas veces me hace preguntarme quién es en realidad mi propio hermano.
Masajeo mis sienes sentándome al borde del colchón, han estado ocurriendo tantas cosas que las siento abrumarme cada vez que me despierto, haciéndome desear no haberlo hecho.
Hay alcohol sobre la mesita de noche, un recipiente casi vacío de whisky puro; en un tiempo atrás lo hubiese sacado repugnandome de su olor y de los recuerdos que me trae verlo, pero ahora lo necesito.
La forma abrupta en la que la puerta se abre me sobresalta un poco, pero no lo suficiente como para que me alarme, nada que entre por ahí va a provocar algo que no haya sentido ya.
Los tacones de Masha resuenan sobre el tablón de mi cuarto, me visualiza en pose a unos centímetros de la cama, como si esperara alguna cosa. Dejo el vaso de vidrio sobre la mesita y apenas hago un movimiento para verla mientras me sostengo la cobija, tapando mi desnudez.
―Cuando necesite que alguien me mire en silencio toda la maldita noche, procuraré pararme frente al espejo ―gruño neutra.
Sabe cuando la desprecio, lo hemos dejado más que claro, por lo que las cortesías no son algo que me interese para con ella.
―Nikolai quiere que seas puntual ―me dice lanzando sobre la cama una bolsa transparente con un vestido dentro.
―Yo quisiera que Nikolai y todos ustedes se vayan al infierno, pero adivina, la vida no es lo que uno quiere ―me atrevo a esbozar una sonrisa.
Camina con lentitud hacia mí con brazos cruzados, mientras sonríe. Su mano sostiene de forma poco amable mi barbilla, pero no la detengo.
―No estoy para juegos mocosa
Me amenaza justo en el rostro, su aliento se siente arder dentro de mis fosas nasales.
―Creí que todo esto era un juego después de todo ―le susurro. Me suelta bruscamente y termino por devolver a mis manos el vaso de antes, mientras la veo volver a la puerta.
Antes de que eso pase, una pequeña cajita cae sobre mi cama―De Leonidas —informa—, tú ya sabes que hacer ―dos pastillitas blancas bailotean dentro del pequeño recipiente.
Ella termina de salir y yo solo puedo morderme los labios con tal de no rabiar. Estiro mi parte superior hacia al suelo y me empeño por palpar bajo la cama, hasta que el libro es tocado por mis dedos.
Casi no tengo el tiempo de poder ojearlo, y cuando lo tengo no quiero mas que dormir, esperando morir en mi sueño y nunca tener que regresar.
Tomo las pastillas a un lado y las trago acompañada del líquido fuerte en la botella. Ojalá fuera una mezcla suficientemente fuerte como para matarme, pero lo único que me hará será darme un dolor de estómago del que luego me quejaré. Igual lo hago, eso es mejor que un accidente.
Abro la tapa del libro y avanzo entre las palabras de mi madre hasta donde he podido la última vez, he aprendido mucho de lo que dice ahí.
Una de esas cosas es que envidio a mi madre, envidio a Abigail Soloviova. Porque fue hermosa, porque fue valiente, porque fue fuerte y porque está muerta.
«La peor parte del día es el amanecer, porque las esperanzas ya se han perdido y ellas eran las únicas que me ayudaban a levantarme.Verte al espejo y no tener idea de quién está de pie frente a ti; abrir las ventanas y tener miedo de encontrarlas a una de ellas allí de pie, esperándote.
Ya hace una semana que mi madre hizo desaparecer a Lana, su familia está desesperada y mi padre tiene las agallas de tratar de consolarlos y decirles que todo saldrá bien.
Lana era simplemente mi primer amor, mi amiga, mi mejor amiga, mi única amiga. Ahora no sé donde está y conociendo todo lo que conozco es posible que no la vuelva a ver.
Mi único error ha sido nacer, nacer en la familia y con el apellido equivocados.»
. . .
—Te ves hermosa —me dice Cypriam en voz baja, ayudándome a entrar al coche. No le agradezco aunque él extiende una sonrisa amplia.
En este asiento trasero, hace algunos días, se desangraba el cuerpo de Anya Golubeva, pero ahora está más impecable que nunca. Estar sentada aquí detrás me hace sentir como si me revolcara en sus restos y este vestido color rojo vino fuera el resultado de estar cubierta de ellos.
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Editado: 08.05.2020