Leonidas.
―¿Y? ―le pregunto a River cuando entra detrás de mí. Tengo tiempo concentrado en algo que sencillamente me tiene en medio de un sentimiento de fascinación y enojo que no logro comprender.
La casa es un desastre en este momento, parece que pasó una tormenta que dejó específicamente sangre y muerte a su paso. Esa idea no me desagrada, pues tengo que admitir que soy un fan del asunto, pero, no me gusta que el huracán Agatha se mueva en direcciones que no me convienen.
―Nada ―me responde, parándose a mi lado, para admirar los restos de porquería que una vez fueron Hedeon Smirnov, justo la noche anterior―, es una perra rápida
Ladeo mi cabeza para verlo con todo menos sutileza, se ríe sin remordimiento y se cruza de brazos.
―Lo siento amigo, pero es la verdad ―eleva una ceja.
Ambos nos quedamos en silencio, hasta que River vuelve a reír―Y pensar que era una mocosa inservible, y mirala ahora, ahora sí quiere jugar con nosotros.
Chasqueo la lengua para terminar pasando la punta de ella por cada uno de mis dientes uniformes―Lo que me gustaría saber es a qué quiere jugar.
―Señor, no hay nadie ¿Qué hacemos? ―uno de mis hombres entra al cuarto entre disimulados jadeos, mientras tanto, me arrodillo frente al cuerpo para verlo aún más de cerca.
Creo que estoy orgulloso de ella y de lo que ha conseguido por sí sola, pero el solo pensar en que podría estar por ahí con el bastardo de George, me revuelve el estómago. Si le pone un dedo encima juro que voy a asesinarlo, aunque pienso hacerlos de todas formas.
―¿Señor? ―insiste el hombre y me levanto para caminar hacia él, mirándolo fijamente a la cara, con la severidad que heredé directamente de Nikolai.
―Sigan buscando, bajo las piedras e incluso debajo del agua, hasta poner a Rusia de cabeza ―no puedo sonar más autoritario, aunque eso es suficiente para ver que detrás de sus ojos muertos él tiembla―, pero quiero a mi muñeca de regreso.
...
Debajo del agua, las cosas suenan diferente, como estar dentro de un burbuja en la que nadie me ve y nadie me escucha, pero en la que yo puedo sentir a todos, justo como antes de que las cosas se volvieran como son ahora, donde estoy a la intemperie, expuesta y siendo el centro del mundo, cosa que jamás quise ser, mucho menos de un mundo tan cruel.
Cypriam y Laika no están en casa, hasta donde sé, desaparecieron muy temprano, cuando yo aún dormía, y no han regresado desde entonces. Lo que realmente me hace pensar si estoy más segura con ellos o sin, y también me hace preguntarme si este sitio es bueno como para que me abandonen de esta forma.
Por otra parte, pensar en el cosquilleo de tener la boca de mi escolta con la mía me lleva a paralizarsme en las aguas frías del lago y hundirme para luego tener que salir con desesperación, como si no supiera nadar en lo absoluto. Pero no puedo pensar en eso, no puedo sostenerme de esa sensación tan confusa y permitir que algo dentro mío se abra para él, me ha quedado más que claro lo que pasa cuando decido amar algo, lo que sea.
Las ruedas de auto blanco rompen cuanta rama y hoja que hay frente a la casa. Desde donde estoy puedo ver un poco de lo que pasa, el coche se ha estacionado en frente.
Me hundo lo suficiente para que solo queden mis ojos y la coronilla de mi cabeza fuera del agua, justo como un cocodrilo. Alcanzo a ver que la puerta del piloto se abre y que alguien sale con sigilo, pero mis braceos en el intento de no hundirme obstruyen el que logre reconocerlo desde aquí.
Salgo del agua tan rápido como puedo, aunque el contacto con el mundo exterior es frío y me hace temblar mientras me cascan los dientes, odio la sensación de no poder controlarlo. Me he acostumbrado a que una pistola cargada sea mi mejor amiga, con la que voy a cualquier lado, así que tengo una debajo de la toalla que me espera al salir y en la que envuelvo mi cuerpo desnudo.
Mientras me acerco de puntillas a la puerta trasera de la cabaña, escucho que quien sea que haya llegado sin invitación abre la puerta delantera, con mucho cuidado, pero aun así rechina y otro auto más parece posarse sobre el jardín. Me cercioro de que la cocina esté despejada y continúo mi camino hasta el salón principal, donde alguien de estúpido sombrero, deja algunas cosas en el sillón y se dispone a subir las escaleras sin decir palabra, como perro por su casa.
Le apunto desde atrás, sin decir nada. Èl no lo nota, asì que solo sigue subiendo, juraría haberlo visto antes, pero, me limito a no llamar su atención.
La mano de alguien se posa sobre mi hombro como si fuera mi conciencia, me sobresalto dándome la vuelta y entonces ya estoy de frente hacia èl, apuntàndole directo al rostro, sin importar el hecho de que mi toalla se ha resbalado hasta el piso.
No es más que solo Cypriam, aunque restarle importancia me parece tonto, ya que aunque quizás no quiera parecerlo, el también representa una amenaza en èste momento.
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Editado: 08.05.2020