El Origen del Mal

Capitulo veintinueve

 

 

 

        Todo el cabello rubio está ahora sobre mi cara, cuando despierto lo hago con notable desesperación. Mi boca sabe a sangre, tengo partidas varias de mis uñas, así que arden, y la oscuridad hace que abrir los ojos no tenga mucha diferencia entre mantenerlos cerrados.

No estoy feliz de haber despertado, porque estoy perdida, definitiva e inevitablemente estoy acabada. Diría que no quiero morir, pero quiero, porque la muerte es en definitiva mejor que lo que sé que viene después.

Palpo cuanto puedo sobre mi cuerpo, es lo único que puedo hacer en éste momento, aparentemente sigo completa, aunque desarmada totalmente.

El tacón plano de sus zapatos resuena en el suelo, en mi mente el sonido es más envolvente y hasta me molesta. Tengo el corazón latiendo como carreta, cada vez está más cerca de la puerta, impulsivamente me arrastro sobre mi posterior hasta que mi espalda termina contra una superficie solida y fría que supongo es la pared, con el enorme deseo de poder atravesarla, pero completamente consciente de que eso no va a pasar.

Alguien parece venir detrás suyo y tengo el presentimiento de que sé de quién se trata, por el golpeteo de sus tacones pesados.

Enciende la luz y debo entrecerrar los ojos, cuando intento abrirlos lo hago de la manera más exagerada que puedo, porque el golpe en mi estómago me deja buscando exasperadamente bocanadas de aire que no vienen ni van.

Aprovecha que mi boca esta enormemente abierta para meter allí la punta de su zapato, mientras hace mi cráneo carbonizar al arrancar la peluca y sostener con fuerza mi cabello. Va a humillarme, me hará someterme, y éste es solo el principio.

Horas antes.

¿Qué tanto puede dolerme el dedo pulgar del pie, por culpa de estos infernales zapatos?

Es una tarde calurosa, así que realmente me cuesta concentrarme. Laika ha estado callada como una tumba, así que yo también me limito a no decir nada mientras nos ponemos nuestros disfraces.

 Aparentemente, el oportuno chico de varios días antes, ha sido de gran ayuda con respecto  lo nota que me dio. Parece ser que Leónidas quiere realizar una gran reunión, en la que habrá muchos blancos importantes que podemos aprovechar para tachar de la lista con su ejecución.

Por la descripción rápida que nos dio en la nota, solo puedo pensar en todos en un lugar cerrado, me viene a la mente más de un idea para encerrarlos a todos dentro e incendiarlos allí. Hasta que recuerdo que será un evento casi escandaloso, donde habrá muchos inocentes que no saben en el gran problema en el que se están metiendo.

Ella sale sin decir una palabra, ni siquiera me ha mirado en todo el día, realmente no se que tanto le molesta el que yo sepa que está casada, o como será su relación con Dashiell para que la mención del asunto la convierta en lo que aparenta ser ahora.

Me hago un nudo luego de pasar las tiras de los tacones negros desde mi tobillo, en varias vueltas cruzadas hasta la mitad de mis pantorrillas. Mi peluca rubia se balancea de un lado a otro en una perfectamente peinada cola de caballo.

El maquillaje me molesta, pero parece ser necesario en este momento. Mi vestido azul marino me hace ver un poco más pálida de lo normal, pero me sienta bien a pesar de ello, aunque debo sostenerlo, porque subir el cierre en mi espalda realmente me está costando.

Toca dos veces en la puerta pero aun así abre sin recibir una respuesta de mi parte.

―¿Necesitas ayuda? ―Cypriám se asoma en la entrada, después de las cosas que dijo la ultima vez ha habido tensión entre nosotros. Realmente desde un principio, desde que entró a mi casa y desde mucho antes de que se convirtiera en mi niñero ha habido tención.

Lo miro a través del espejo y trato de sonreírle, aunque mi esfuerzo se nota.

―No, gracias ―digo, casi ahogándome. Lo veo componer una mueca y acercarse, trae mis tijeras y dos pistolas en las manos.

Levanto una pierna, apoyándola de la esquina de la mesita de noche, y me levanto un poco la falda holgada de mi vestido. Él se acerca y se dispone a colocar cada arma en los estuches que tengo rodeándome los muslos.

Lo detengo con mi mano y lo miro directo al rostro―Yo puedo sola ―vuelvo a sonreír de esa manera tan fingida. Asiente y da un paso hacia atrás, solo me pasa las armas y yo las ubico.

―¿Algo que quieras decir? ―me levanta el rostro con un dedo bajo mi barbilla―, tus palabras se ven subiendo por tu garganta ―medio sonríe, casi me dan ganas de volver a romperle la nariz.

Pongo los ojos en blanco―No, ¿Por qué?  ―arranco mi cara de sus manos y sigo en lo que estaba.

―Porque has estado evitándome estos dos últimos días, y realmente no me parece cómoda la situación ―bajo la pierna de golpe, produciendo un sonido por mi tacón y la madera del suelo.

―¿Cuantos crees que hayan allí hoy? ―pregunto, desviando el tema de forma exitosa.




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