El Origen del Mal

Capitulo treinta y cuatro

         

 

 

 

        ―Tranquila, tampoco es para tanto ―me suelta Dashiell en un susurro sobre mi hombro. He estado varios segundos detenida en frente del televisor, el volumen está completamente en silencio, pero las imagines en pantalla son suficiente.

        Él se inclina tras mío para tomar el control y toda imagen en frente se disipa tras un sonido eléctrico que deja la pantalla en negro.

       Siento una impotencia que me carcome la complexión, me abrazo a mi misma y me giro para verlo sonreírme a penas, con las manos metidas en los bolsillos de su pijama.

         ―¿No te parece para tanto? ―casi lo taladro con la mirada, aun sin ser su culpa.

       Leónidas y River han estado esparciendo rumores por todos lados, han estado asesinando gente inocente, cada día mas deprisa y de forma mas despiadada. Han estado manchando mi nombre y mi imagen cuando ya eso estaba manchado de por sí, incuso en el instante en que mis ojos se abrieron por primera vez a este mundo.

       ―Sabes que no has sido tú, así que no debes preocuparte por eso ―trata de alentarme, aunque en sus clavículas puedo notar cómo se esfuerza demasiado en mentir para mi bien.

       ―De alguna manera sí es mi culpa, no he matado a esas personas, pero ellos sí, y lo hacen porque quieren hacer que regrese.

        ―Es tan simple como no darles el gusto.

        ―¿Y que más gente muera? ―mis cejas se juntan.

        ―No conoces a ninguna de esas personas ¿Por qué sacrificarte? ―sus palabras son duras, son verdaderamente realistas y siento que se me meten por las venas.

         ¿Cuál es la verdadera razón por la que debería regresa? No conozco a ninguna de las personas que han estado muriendo por mi causa y sin tener ni idea, hacerlo solo sería darles el gusto de tenerme bajo su nube espesa de poder una vez más y para siempre.

         Es duro pensar de esta forma, creí haberme acostumbrado a ser un tempano de hielo, pero la imagen de mi madre se aparece en mi cabeza. Siempre tan noble, siempre tan amable y siempre tan al pendiente de los demás, pero yo no soy ella.

        ―De igual forma esto es caótico ―suelto luego de unos incómodos segundos de silencio.

        ―Sí, Leónidas ha estado exagerando más de la cuenta, pero va a cansarse, eso o eliminará todo Rusia ―bromea. Empieza a caminar en dirección a las escaleras.

       Entiendo la ignorancia de Dashiell, él no conoce a mi hermano, no lo conoce como yo, no tiene ni la más remota idea de lo que es capaz de hacer por conseguir lo que quiere y los desastrosos resultados que pueden quedar si las cosas no funcionan como le gusta. Él va a encontrarme, lo sé, porque al fin y al cabo siempre me encuentra, el seguirme escondiendo es simplemente un retraso para un final que ya está mas que predestinado.

...

       Yo podría quedarme aquí, esta casa es todo lo que nunca había sentido en la vida. Es cálida, es tierna y es muy sencilla. El silencio aquí no es tenebroso, más bien es reconfortante. Maya, Dashiell y Amhenadiel se han ido a la cama ya, pero yo por mi parte no puedo dormir, así que no me queda de otra que sentarme en el sofá y ver lo mágica que puede ser una noche a solas con la tenue luz de este espacio.

       Me siento como una pequeña curiosa, tentada a tocar todo a mi paso para explorar y conocer. Mis ojos van directo al librero junto al televisor. Paso mis dedos sobre la pila de libros y me detengo para sacar uno de los más abultados, dándome cuenta de que es una biblia. Casi me río, no por el hecho de tenerla en las manos, sino porque yo he estado rezando, aunque de una manera casi inconsciente. Le he estado pidiendo a Dios y al cielo que las cosas se resuelvan, aunque por mi experiencia hasta hoy, estoy algo desconfiada de que me vaya a servir de algo.

         La puerta principal se abre y me siento como si fuese encontrada con las manos en la masa.

        Me apresuro a esconderme al otro extremo del sofá y miro de reojo lo que pasa. Cypriám y Laika han llegado al fin, los escucho susurrarse una que otra cosa que no alcanzo a entender y luego veo como ella sube las escaleras bostezando mientras estira los brazos. La forma en la que mi escolta deja que su cuerpo caiga en el sillón hace que este se choque en mi espalda, mientras aún abrazo el libro.

         Un suspiro se escapa de sus labios y sus piernas se relajan por completo.

       Siento como su cabeza se ladea hacia mi lado―¿Va a salir de ahí o tengo que ir a buscarla? ―su voz me estremece, me toma muy por sorpresa, cuando saco la cabeza de mi escondite él sonríe solo con sus labios y con los ojos aparentemente cerrados.

       ―¿Cómo sabías que estaba ahí? ―pregunto mientras me acerco a paso lento.

       ―Tengo buen olfato ―se rie―y usted huele particularmente bien.

      Me abrazo del libro con aun más fuerza―Mentiroso ―atino a soltar, eso lo hace reír.

      ―El cabello te ha crecido ―sus ojos se abren con lentitud, y como siempre, su mirada me penetra―lo vi a un lado cuando entré.

       Divisarlo ahí, sudoroso, con la camisa de fuera, la corbata sobre sus hombros y las piernas ligeramente abiertas provoca la sensación de que el corazón me palpita a todo dar. Señala con la barbilla para que me siente a su lado, dejo el libro sobre la mesa chata de en medio y obedezco. Él se frota la frente y luego vuelve a mirarme de esa forma tan tierna de la que justamente no puedo contenerme.

      ―Hola ―susurra enderezándose.

     ―Hola ―contesto de la misma forma. Se acerca y estampa un dulce, húmedo y tibio beso en mis labios.

      ―Hola ―respondo en igual tono. Vuelve a repetir el beso con una pequeña sonrisa y no excitarme con su comportamiento es solo algo fuera de mi alcance.




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