El Origen del Mal

Capitulo treinta y siete

         

 

 

 

       Mi pecho bombea al mismo ritmo en el que las pupilas de Kilian se dilatan ante mí. Tiene el cabello vuelto un desastre, la barba le ha crecido y por las cuencas oscuras bajo sus ojos, parece no haber estado durmiendo lo suficiente.

         Me quedo paralizada mientras me apunta al pecho y le tiembla la mano, me ve muy fijamente a rostro, pero no parece mirarme a mí, parece visualizar algo dentro mío.

        No siento nada en particular por el hecho de que me esté encañonando, definitivamente esta no es la mejor definición de un reencuentro de amigos, pero, supongo que es lo que hay. Me siento algo confundida, es decir, a quien tengo en frente no es a Kilian, él era cálido, su mirada era dulce, su sonrisa podía captar la atención de quien fuera, pero lo que tengo delante no es nada de eso, no es ni el rastro de eso.

        Aun así, aun siendo un impostor, parece saber quién soy, porque aunque la boca de su arma esté adherida a mi piel por sobre mi ropa, percibo que su guardia está baja, como si amenazarme de esta forma no fuese más que un compromiso.

         De inmediato vienen a mí unos cuantos recuerdos, principalmente de cuando nos vimos la primera vez, recuerdo tan claramente el color de su camisa, el olor de su perfume y la brisa en su oficina que es casi como si pudiera tocarlo. Evoco el hecho de que supiera mi nombre en un primer instante, de que supiera donde vivo, de que fuera conmigo como fue y me dan arcadas, las mejillas se me calientas, el estomago se me revuelve, mi corazón aprieta, en cambio mis ojos no muestra ni medio ápice de alguna lagrima.

         Visualizo por sobre su hombro sudado y aprecio a Dashiell entrar silenciosamente por la ventana que da al lateral de la casa. Se acerca a paso lento e insonoro, me clava la mirada y quita el gatillo de la pistola sosteniéndola con ambas manos, para apuntar justo en el cuello de Kilian, o como se llame esta persona.

         ―Bájala ―le ordena firme, aunque en voz moderada, pero él no se mueve ni un poco. No deja de mirarme con los ojos ensombrecidos pero húmedos y yo tampoco dejo de hacerlo.

         No responde, no se mueve, no pestañea, solo respira.

         ―No pienso repetirlo ―agrega Dashiell, sosteniendo su pistola con más fuerza y determinación entre sus manos.

         Me arriesgo a subir el brazo hasta mi pecho, deslizar la mano por los alrededores y encaminarla hasta que mis dedos tocan el arma que me amenaza. Espero alguna reacción defensiva aun mirándolo a los ojos, o un disparo, o solo lo que sea que me demuestre que lo que tengo en frente no es parte de mi imaginación. Envuelvo el cañón con cada uno de mis dedos y lo hago descender hasta que Kilian lo devuelve a la parte trasera de sus vaqueros.

         Aun así sigue cabizbajo y en silencio. Coloco la yema de mis dedos en su barbilla y las hago rasparse contra los bellos de su rostro, con suavidad, luego hago que mi palma empuje su mejilla hacia un lado, como en un intento de bofetada que resulta fallido, o más bien temeroso.

         Repito la acción de forma más remarcada, una vez más, y luego otra vez más. Las manos me titilan, pero culmino con un golpe que resuena en todo el salón, su mejilla palpita y mi palma cosquillea ardiente.

        ―Agatha... ―murmura mientras se frota el rostro.

       El sonido sube por mi garganta hasta que explota en una demanda grave y clara―Cállate

          ―Escucha... ―pide poniendo su mirada de regreso en mí, pero antes de que pueda continuar lo empujo con apenas fuerza, eso solo consigue que él de un paso hacia atrás y que apriete los ojos, como si le hubiese golpeado mas por dentro que por fuera.

          ―Cállate ―hago énfasis en cada silaba y me parece que hasta duele. ―¿Quién eres? ―pegunto. Sus ojos se abren lentamente.

           ―Kilian ―asegura. Casi puedo sentir mi sangre arder bajo mi piel.

          Lo empujo con más fuerza, y al no poner resistencia lo hago tambalearse contra Dashiell, que se aleja ágilmente, sin bajar la guardia ni un solo segundo.

          ―¿Quién eres? ―vuelvo a enfatizar. Niega con la cabeza mientras me aparta la mirada. ―espera, déjame adivinar, Alexander Von Kleist ―decir estas palabras, decirlas casi idéntico a aquel día en que me las dijo; el día que nos conocimos, o que creo que había conocido a esta persona, me sonroja de mala manera y me hacer chocar los dientes unos con otros.

          La forma en la que no se atreve a verme a la cara, el hecho de pensar en cómo me hizo sentir, en las cosas que me dijo y en cómo han terminado justo aquí me llena de rabia. Me acerco a Dashiell en cuestión de algunas zancada y le quito el arma, para ser yo quien apunte hacia Kilian, hacia Alexander, hacia como sea que deba llamarle ahora.

          Él se da la vuelta hacia mí, aun con la mirada gacha y la mejilla brillante de un rojo intenso.

          Aprieto los labios y juro que hasta tiemblan de la tensión que me fluye como hiel por el cuerpo. ―¿Por qué no comenzamos desde cero? ―atino a preguntar, con un gesto que me asusta incluso a mí misma.

          ―¿De qué hablas? ―suspira exhausto, al fin viéndome a la cara.

          ―Hola, soy Agatha, Agatha Solovióva...―mi voz se muestra propensa a temblar un poco, pero me aclaro la garganta antes de perder el control―, es un placer conocerlo, señor... ―lo ultimo sale de mí casi como un suspiro que se lleva todo el aire que hay en mis pulmones.

           Vuelve a negar con la cabeza y se atreve a chasquear la lengua. Pongo ambas manos en el mango de la pistola y mi dedo firmemente en el gatillo, suspira y me ve.

          ―Hola, soy Kilian... ―mis pestañeos parecen ser suficiente para que trague saliva―, Alexander, Alexander Von Kleist. Es un placer conocerla ―termina entre dientes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.