El Origen del Mal

Capitulo treinta y ocho

 

 

 

      No he logrado dejar de zambullir mi cabeza dentro de la taza del baño, desde que mis ojos se abrieron y visualizaron la luz del amanecer. Volver el estómago a primera hora de la mañana se me ha hecho un gran deporte en estos últimos días, conozco las razones a la perfección y por supuesto no puedo hacer otra cosa que no sea resignarme a los hechos.

Limpio mi boca con mi muñeca y me quedo de rodillas esperando la repetición, para mi suerte no llega, así que me dejo caer sobre mi posterior y me froto la frente sudorosa.

―No sé qué es lo que intentas, pero si es acabar conmigo, lo estás logrando ―musito en un jadeo. Impulsiva e inevitablemente debo regresar de inmediato a mi posición anterior.

Escucho la puerta del cuarto de baño abrirse detrás, pero no tengo la oportunidad de girarme a ver de quien se trata. Unos pasos lentos van a mí, con dedos delicados me apartan el cabello de los hombros y el rostro para sostenerlos detrás.

―No creo que intente acabar contigo ―la voz de Laika se escucha bajo el apenas notable eco del cuartito―, aunque debería, estuviste haciéndole mucho daño al ocultarla por tanto tiempo.

Me esfuerzo por recuperarme, aun presionando mis dedos contra la taza de porcelana brillante―Ya le he pedido disculpas, creo que debería ser un poco más gentil.

Escucho a Laika reír un poco detrás―Aun no nace y ya se parece mucho a ti, terca y malcriada ―no puedo evitar sonreír ante el comentario.

El vómito parece cesar al fin, extiendo el brazo para empujar la palanquita y que el agua se lleve todo lo que ha salido de mí, y así lo hace. Me siento con la espalda contra el inodoro y miro a Laika, que me visualiza con una sonrisa tierna. Debo detenerme un breve instante solo para analizarla y sorprenderme con los resultados de su cambio. En unos meses atrás ella estaría mirándome con los ojos cargados de un sentimiento que jamás logré identificar del todo, una mescla mixta entre sobriedad y desdén que salían al mundo disfrazados de rudeza.

Ahora todo es tan cálido en ella que me parece estar conversando con otra persona.

―¿Cómo te sientes? ―me pregunta, yo le sonrío y regreso a frotar mi frente húmeda.

Suspiro exhausta―¿Cómo me veo?

―Como la mierda misma ―ambas reímos apenas.

Inspiro aire con los ojos cerrados―Realmente no me siento tan mal como parece.

Ella lleva sus manos a sus codos, para seguido recargarse de la meseta con espejo a sus espaldas e inspeccionarme con sus ojos verdes.

―Sigues teniendo esas pesadillas

―No mucho ―aparto la vista, aunque por las ojeras bajo mis ojos es más que evidente que dormir no es algo que se me ha hecho fácil, mucho menos quedándonos en la casa de Kilian las últimas dos noches.

―No te lo estoy preguntando, lo doy por hecho. ―me da un sonrisa amarga―. Dashiell y yo te escuchamos en las noches, estuvimos hablando sobre todo esto, el plan que tienes.

Llevo mis manos a mi barriga y la acaricio con la mirada perdida―No tengo ningún plan.

Vuelve a componer una sonrisa cargada de amargura―Exacto, estamos corriendo un riesgo al quedarnos aquí. Esa chica, Leiza, no sabemos si lo que dice es verdad, no sabemos si George está realmente vivo.

El pecho me salta al pensar en lo contrario―Al menos hay una esperanza ―atino a hablar con la garganta dudosa.

Laika suspira inflando sus mejillas, recorre el cuarto con los ojos cristalinos y va a parar de regreso a mi rostro―Sí, pero han pasado meses, meses desde que está bajo el poder del desquiciado de Leónidas...y se me hace demasiado difícil creer que algo pueda estar en sus manos más de unos segundos y no marchitarse hasta morir.

No respondo nada ante su comentario, me resulta interesante como los papeles se invierten para nosotras, convirtiéndome en el alma esperanzada y a ella en la reina de la desdicha, cosa que ha sido mi papel protagónico desde el principio. Todo lo que acaba de decir es demasiado cierto, hasta yo sé tal cosa, en realidad lo sé más que cualquier otro, pero, tengo una pizca de fe en el corazón que no me deja dormir en las noches ni respirar con normalidad en los días, no hasta que compruebe qué es lo que ha pasado con mis propios ojos.

Me paso la lengua por los dientes―Ya te dije que si no quieres participar en esto no tengo ningún problema

Su cuello se tensa―Y yo ya te dije que no voy a permitir que hagas esto sola ―se pasa los dedos por el entrecejo, deslizando su piel de arriba hacia debajo de forma marcada―, sea lo que sea que tengas pensado hacer.

Suspiro, dándome cuenta que me he quedado unos largos segundos sin respirar―Yo solo necesito saber la verdad. No podría perdonarme que hubiese pasado tanto tiempo sufriendo por mi culpa y no hacer nada al respecto, por el miedo a enfrentarme a lo que pasa.

Aun a mi distancia aprecio como traga saliva cuando algo se mueve bajo la piel de su cuello―Pero yo estoy segura de que esto no es lo que él querría que hicieras.

Le aparto la mirada con algo de recelo―Esto no se trata de lo que él quiera, sino de lo que quiero yo y de lo que sé, aunque no lo digas, que quieres tú.

Un silencio realmente denso nos abraza por un instante hasta que Laika se aclara la garganta para aparentemente volver a hablar―Tenemos un villa a las afueras de Lulea, en Suecia. Es un sitio realmente tranquilo y un muy buen lugar para vivir y criar un hijo ―me sorprende que parezca tener miedo al comentármelo―, Dashiell y yo estuvimos hablando sobre irnos a vivir allí, dejar de una vez por todas tanto...caos.

Finjo la más cruda y farsante sonrisa―Perfecto, cuando Cypriám vuelva podríamos proponérselo ―disparo con entusiasmo y el doloroso sonido de cómo mi corazón se quiebra lentamente.

―Me refiero a irnos ahora, es solo cuestión de algunas llamadas y estariamos lo suficientemente lejos para no saber de esto nunca más.




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