El Origen del Mal

Capitulo treinta y nueve

         

 

 

 

      Anoche he soñado cosas variadas, todas oscuras y que me han dejado con el pecho saltante y el rostro hinchado por los lloriqueos. Hoy es un gran día, se cumple oficialmente un año de que todas estas cosas han comenzado a pasar. Un día como hoy, más o menos a esta hora, estuve sentada en la mesa del comedor, había un pastel delante mío, Nikolai caminaba a mi alrededor con su autoritaria peste que le emanaba por los poros, iba a ir por primera vez al instituto y eso me hacía temblar la conciencia.

        Recuerdo claramente la cara de mi escolta cuando le fui a sorprender a la cocina, eso me inunda más de una tibieza que me abraza de forma inquietante y aumenta abruptamente mis ganas de llorar.

        Recuerdo la gentileza de Kilian, la timidez de Leiza, la noche del regreso de mi hermano. Rayos y truenos, un disparo, una sensación fría a un costado de mi hombro donde todavía queda una cicatriz, solo para que no me olvide de ningún detalle.

        Una chica raptada, una chica encontrada, una chica muerta y yo su verdugo. Desde ese momento, en el que le di el permiso a la muerte para usarme como su cuerpo materializado en este plano, mis días empezaron a avanzar como una cuenta regresiva hasta hoy, creo que para llegar justo a este punto.

        Después de eso hubo fiestas, recuerdo rostros, pero no sus nombres, recuerdo armas, alcohol, palabras en concreto que me ponen la piel de gallina. Gente que vino y se fue, personas que no vi más que cruzando por mi lado en la calle.

        Chicas que murieron en mis manos, recuerdo exactamente cuándo hasta mi rostro empezó a verse diferente. Besos, helado de menta, coloreado de un azul brillante, una mano en mi muslo, un regaño, correr fuera. Un auto estrellado, un cuerpo en la hierba. Otra bala a un costado, la cabeza de Cypriám sobre el volante, su alma en extinción, más alcohol, el fantasma de la navidad, el doctor Hopkins, miedo, sangre, lagrimas, traición. Todo pasa demasiado rápido, me arañan los pensamientos.

       Me hundo en la bañera hasta que bajo el agua no escucho nada, como si el mundo exterior desapareciera, pero no hay tina lo suficientemente llena como para ahogar los gritos de mis pensamientos.

        Estoy más aterrada de lo que hago ver, no soy tonta, pero desde cierto punto lo soy. Sé, que esta no es una gran idea, ni siquiera es mínimamente buena. Yo no tengo un plan, solo estoy corriendo en cualquier dirección hasta que en algún punto, por un golpe de suerte, encuentre el camino indicado.

        Me parece ser la segunda en despertarme, hay pasos urgentes por toda la casa, se ven por debajo de la puerta de este cuarto polvoso y que está solo iluminado por el sol en una ventana circular, en la parte más alta de una pared inclinada.

        Me giro a un lado, y al otro extremo, los brazos de Dashiell cubren la cintura de Laika, que a su vez entrelaza sus dedos con los de él. Leiza duerme aun, con el rostro frente a la pared, no hemos vuelto a saber nada de ella desde la noche anterior y es que esto la ha dejado sin fuerza.

        Salgo muy despacio, amortiguando el rechinido de la puerta y camino en dirección al cuarto de baño, para lavarme el rostro y la boca. Creo que he empalidecido más en estos últimos días, ya parezco casi no tener sangre bajo la piel, toda parece haberse acumulado en mi largo y abundante cabello que ha pasado a ser molesto. Tal vez, cuando todo esto se arregle, le pida a Cypriám que lo corte. Yo solo quiero pensar que eso podría pasar.

        Me lo cepillo todo hacia atrás, dejando mi rostro y mi cuello al total descubierto. Lo sostengo con una liga vieja y sucia que traigo en la muñeca y veo como la cola se balancea. También, para un día como hoy, solía calmar mis nervios y resolver mis problemas metiendo hebras así de rojas y así de frágiles en mi boca, con el tiempo los problemas se volvieron más difíciles que eso.

        La casa es pequeña, y por el momento, salir de aquí es algo que no me puedo permitir. Tampoco rondar mucho por la planta baja, pero arriba no hay demasiado que ver aparte de dos cuartos cerrados, un baño y gente dormida.

        Bajo las escaleras, cuando mis pies tocan el primer piso debo detenerme en seco para notar como mi barriga se mueve con gentileza. Algunos lugares sobresalen más que otros en el meneo, creo que se acaba de despertar y se reacomoda para comenzar el día conmigo.

        Jamás me había detenido a percibir sus tiernos y diminutos movimientos, hay una sensación de calor en mi pecho, una sensación parecida a la que me produce el recordar a Cypriám mirándome de reojo o riéndose ante mis sonrojos.

        Me sobresalto cuando la puerta principal se abre a mi lado, empiezo a odiar que la casa sea así de diminuta. Me quedo paralizada, aunque no es Leónidas, ni River, tampoco ninguno de sus hombres, pero tampoco es Kilian, el único que puede entrar con esa facilidad a su casa.

        Una chica llega hablando, con un niño a su lado, tiene una sonrisa luminosa que se refleja a mis ojos inmediatamente termina de entrar, pero que se desdibuja al percatarse de mi presencia a unos pasos de distancia.

         ―¿Quién eres tú? ―atina a preguntar. Ella me mira con el ceño fruncido, lo da bastante a resaltar, aun con la escasa cantidad de cejas que le adornan el rostro.

         Junto las cejas, pero no como ella lo ha hecho, sino con confusión. Hay un pañuelo en su cabeza, que se nota de inmediato que no hay ni una sola hebra de cabello bajo él, lo que me da a entender que está enferma.

         El niño a su lado es parecido a ella, se le envuelve en el brazo y me mira con recelo, él no me suena de nada, aunque a ella juraría haberla visto en alguna parte.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.