El Origen del Mal

Capitulo cuarenta y dos

 

 

 

Agatha

        Admito que me encuentro algo temerosa de preguntarme esto, porque no sé si hago tal cuestionante a mí, o a la vida. O porque quizás tengo la inquietante sensación de que esto se trata de una especie de sueño del que aparentemente no me logro despertar.

        Me da miedo pensar ¿Acaso todo ha terminado? ¿Es aquí donde acaba el doloroso camino de cristales que he tenido que recorrer descalza hasta hoy? Siendo consentida y vigilada, no sometida, no más encadenada. Me gustaría, la verdad es que me encantaría que fuese eso, pero las heridas que ha dejado el pasado palpitan bajo este maquillaje pálido y espeso que forra y disfraza mi piel. Me avisan alarmadas que este es solo el ojo del huracán, y que la furia de la tormenta está simplemente tomando un pequeño impulso para regresar y llevarse todo a su paso con aun más fuerza.

       Pero no importa, nada importa en este momento, pues estoy demasiado nerviosa como para pensar en algo que no sea Hopkins haciendo chequeos en mi cuerpo. Chillo un poco en cuanto me presiona la barriga, casi quiero saltar sobre él y entonces arrancarle de verdad la otra oreja.

        ―Tranquila, terminará pronto ―es realmente interesante este sentimiento, pero ¿Será posible que la sonrisa y la voz de alguien apellidado Soloviov pueda realmente tranquilizarme? pues apartemente la sonrisa de Michail y la forma en la que sostiene mi mano y la acaricia sobre la suya me hace sentir reconfortada, aunque no prometo bajar la guardia del todo, no después de lo que Hopkins ha intentado hacer unas horas atrás.

        Vuelvo a chillar, porque sus manos frías se han apartado repentinamente de mí. Las chicas de la servidumbre me ayudan a sentarme cuando mi abuelo se levanta de mi lado y sigue al doctor, que recoge sus cosas y se encamina junto a él hacia afuera.

        Aunque solo quedamos dos chicas y yo, mi abuelo deja dos de sus escoltas a mi cuidado mientras se me terminar de acomodar. Se me pregunta por cosas que me gustaría comer o beber, o si solo quiero descansar, pero a todas ella mi respuesta es la misma, no. Estoy verdaderamente estropeada y adolorida, aunque esto último ha ido cesando en poco tiempo, aun así me siento curiosa de qué es lo que depara mi destino ahora, no quiero perder un solo detalle.

        Michail entra unos minutos mas tarde y con un simple pero sonoro chasquido de dedos hace a todos salir del cuarto, no sin antes hacerle una mínima reverencia con la cabeza. Camina hasta llegar al borde de mi cama y sentarse a mi lado.

        Me mira por unos largos segundos sin decir alguna cosa―No podría atreverme a preguntarte cómo te sientes, estoy seguro de que cada una de tus palabras serian desgarradoras para mis oídos.

        Lo miro y me obligo a medio sonreír. Su mano se posa sobre las mías, que descansan juntas sobre mi regazo.

        ―Estoy procurando que las malas noticias se extingan del vocabulario en esta casa, por ello hablaré de las buenas ―su mano se eleva y acaricia mi vientre por un momento, esta vez, me contengo de saltar, de hecho, mi cuerpo no reacción de esa manera al tacto suyo. ―, cargas en tu vientre un fuerte y saludable varón. Es increíble, como se ha mantenido vivo bajo estas circunstancias, pero es solo cuestión de verte y ver cuánto has soportado para saber que no toda nuestra sangre ha sido envenenada.

        Me muerdo el labio en medio de una sonrisa y hasta siento que todo mi rostro se ilumina en cuento lo dice. Un varón, un fuerte y saludable varón.

        ―Limpiaré de malos sucesos esta casa, incluso extinguiré los malos recuerdos, solo para que ese niño nazca en un sitio diferente, en un hogar, no en el nido de putrefacción en el que esto se ha convertido.

       Se levanta y me invita a hacerlo con él, lo hago sin refutar.

        ―No regresaremos las cosas a cómo eran antes, haremos que sean mejores. ―me levanta la barbilla con su dedo―, nadie volverá a dañarte nunca más, ni a ti ni a nada de lo que amas, lo prometo.

          Yo también lo prometo.

. . .

Cypriám.

        Contrario a lo que esperaba, Hopkins ha regresado sin refutar a la casa y se ha encerrado junto con Michail y Agatha en la recamara de ella. He estado esperando casi por una hora, junto a dos escoltas de Michail, y dentro, hay dos más. Finalmente, Laika y Dashiell se han ido de aquí, Michail ha prometido que me mantendría al tanto de ellos, y le ha dicho a Agatha que son bienvenidos a verla cuando las cosas por aquí se hayan calmado lo suficiente.

        La puerta se abre a mi lado y no puedo contener que de un momento al otro el pecho me salte. El primero en salir es el doctor, no repara en mí hasta unos segundos fuera del cuarto y al hacerlo me asiente con la cabeza a modo de saludo, yo le respondo con el rastro del mismo gesto.

        Agatha es la segunda en salir, me da la necesidad de hablarle, e incluso siento la voz subirme por la garganta, pero me trago las palabras de inmediato en cuanto Michail viene tras ella. Él me mira sin decir nada y con su cabeza me invita a acercarme.

        ―Ayúdale, vayamos al estudio ―me pide amablemente, titubeo un poco para obedecer.

       ―Sí señor ―me acerco a ella y hago de mi brazo un gancho, para que ella se sostenga, pero no lo hace.

       Empieza a bajar por si sola los escalones, Michail suelta un suspiro gracioso, dejándola avanzar un poco delante de nosotros.

        Niega con la cabeza, pero de hecho no parece decepcionado de este asunto, parece incluso satisfecho―Esta niña es una Abigail ―me ve por sobre el hombro y medio sonríe, tal vez esperando que yo haga lo mismo. Lo intento, aunque sé que el resultado fue una incómoda mueca.




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