El Origen del Mal

Capitulo cuarenta y tres

 

 

 

Agatha

        ¿Por qué tengo tanto frio? ¿Por qué de pronto me siento tan...vacía? Y sobre todo ¿Cuándo me he levantado para llegar hasta aquí?

        Todo está en su mayoría oscurecido por una negrura sin precedentes que se hace molesta para mis ojos que visualizan borrosos. Algo anda mal, algo anda muy mal, no puedo descifrar exactamente el qué, pero estoy aterrada. Mis piernas avanzan débiles mientras que mis manos tocan las paredes con tal de guiarse, realmente no puedo ver nada, solo el reflejo de una vela que viene del piso de abajo.

        Las grandes ventadas del corredor están abiertas de par en par, y se mueven de un lado a otro golpeándose contra los muros de la casa. Mientras tanto, una tormenta empieza a dar señales de aparición, con sus chispeos de agua congelada y los destellos de luz entre el cielo nocturno.

        Bajo los escalones con cuidado hasta que me encuentro sobre tierra firme, o al menos una buena imitación de eso. Me estabilizo al fin, pero por más que me estrujo los ojos, esa niebla borrosa no desaparece de mi vista.

        Las teclas del piano me espantan de golpe cuando empiezan a sonar sin aviso alguno, me sostengo del pasamanos de las escaleras, pero fallo en el intento, cayendo sobre mi posterior de forma brusca. Maldigo entre dientes y me llevo la mano al vientre, justo donde mis ojos se abren y el pecho me salta. ¿Por qué está plano? ¿Por qué está empapado? Y ¿Por qué es ahora cuando empieza a doler?

        Continúo toqueteando en el intento de saber qué es lo que pasa, y me esfuerzo en que mis ojos visualicen algo, pero lo único a mi alcance es la luz naranja que titila a mi lado izquierdo, donde está el salón principal y de donde viene esa escalofriante música.

        Escucho a alguien respirar jadeante, casi justo detrás de mi cuello, pero a la vez es como si se tratase de mi propia respiración, aunque, de alguna forma, no logra sincronizarse con la manera en la que el oxígeno entra y sale por mi nariz. Mi corazón va a atravesar mi pecho mientras que la música aumenta el ritmo y la intensidad, como si alguien intentara destruir el piano bajo sus dedos y a la vez mi caja torácica.

        Me levanto tan rápido como estas piernas temblorosas me lo permiten y avanzo rápido hacia la luz, tengo que saber por qué siento este vacío en mi vientre, y por qué hay algo liquido bajando por entre mis piernas.

        No existe manera de que las lágrimas en mis ojos dejen de brotar de esta manera. Me congelo en cuanto lo veo, sentado en el pequeño taburete, con sus dedos presionando con fuerza y no me lo puedo ni creer.

        Nikolai se vuelve a verme despacio y al notar lo estupefacta que me he quedado ante él, me medio sonríe. Doy un paso hacia atrás, seguido de ese doy uno más hasta que estoy fuera del cuarto. Me giro casi del todo, repitiéndole a mi mente de que nada de esto puede ser verdad. Los ojos de Leónidas están sobre mí cuando me giro por completo, y su sonrisa de dientes blancos y filosos se me clava en la vista y en la boca del estómago.

        No me muevo, y él no lo hace tampoco. No puede estar aquí, no otra vez, pero se ve tan materializado y huele tanto a muerte que solo puede ser producto de él.

        Hay llantos arriba, mientras que escucho como la puerta de un cuarto se abre con un rechinido. Es el llanto de un bebé. Ignoro el hecho de que de un momento a otro Leónidas ya no está delante mío y solo me esfuerzo por subir lo más rápido que puedo, entonces por alguna razón todo arriba es distinto. Hay más puertas, el pasillo es más amplio y juraría que más oscuro que antes, si acaso eso tenía posibilidad de ser.

        El llanto se escucha cada vez más cerca en cuanto abro puerta y puerta que no recuerdo haber cruzado jamás, hasta llegar a un cuarto que conozco a la perfección, el mío. Los lloriqueos se detienen a medida que mi mano se acerca al pomo, hasta que abro la puerta del todo, entonces ya no hay nada, solo unos diminutos soniditos y un bulto cubierto por una manta azul, que de alguna forma se mueve y está iluminado por un candelabro a su lado.

        Admito el hecho de que toda la tensión que había en mi cuerpo desaparece al instante. Me acerco despacio esta estar al borde de la cama, y sonrío un poco al imaginar lo que voy a ver. Muevo un poquito la manta, pero me siento espeluznada. Es una muñeca pálida de porcelana, sí, la recuerdo, es Alissa, la muñeca que me dio mi madre.

        Me siento propensa a derrumbarme y el miedo regresa en un abrazo asfixiante, la verdad es que no entiendo realmente por qué, entonces la puerta detrás de mí, se cierra y Abigail me ve directo a la cara desde ahí.

        Casi no puedo verla bien, pero se acerca y un olor a podrido me llega hasta la garganta. Doy pasos en reversa hasta que mi espalda toca la pared, y mientras mi madre viene hacia mí su imagen se vuelve más clara. Tiene el cabello hecho un desastre, cenizo y reseco, hay tierra pintándole la piel y hay un líquido negro que sale de sus ojos y que le chorea del cuerpo, dejando un rastro putrefacto al andar.

        Quiero atravesar la habitación con mi cuerpo y caer fuera, pero no parece que vaya a funcionar. La desesperación crece, grito desesperada para darme cuenta de que no tengo ni el más diminuto ápice de voz y las manos pegajosas y podridas de mi madre me sostienen el rostro para que la vea directo a la cara, la cual aproxima hasta tenerme acorralada contra ella. Puedo ver más allá de todo a través del abismo negro de las cuencas vacías de sus ojos

        Cuando se inclina veo a todos detrás suyo, a mi padre, a Masha, River, Leónidas, Cypriám, Laika, Dashiell, incluso a Leiza y a su padre, a las chicas del instituto, a Maya, incluso a los colegas de Leónidas a los cuales yo asesiné, y detrás yo, con un bebé entre mis brazos. Todos nosotros descompuestos e infectados de gusanos como ella.




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