El Origen del Mal

Capitulo cuarenta y cuatro

 

 

 

Agatha

        Puede que exista la posibilidad de que esté exagerando, o tal vez no. He vuelto a reorganizar mis pensamientos y a básicamente regresar a ser la misma, aunque hace bastante tiempo que sé que jamás volveré a ser quien fui, porque la realidad es que no sé con certeza quien era yo antes de todo esto.

        Hoy es un día especial, Michail quiere aprovechar la fecha del cumpleaños de mi madre, para celebrar a su vez, la llegada de mi hijo y ser que ha llenado la casa de esperanza sin siquiera haber nacido aún. Eso cada día se encuentra más cerca de pasar, de hecho, lo espero ansiosa.

        ―¿Sigues pensando en lo mismo? ―me espanto un poco cuando la mano de Cypriám se ubica en mi hombro. No me he dado cuenta cuando mi mente se disipó como vapor y se quedó flotando en el aire. Mientras, me he quedado mirando la misma página del libro sin leer nada en especial.

        ―¿De qué hablas? ―sonrío sintiéndome boba, cierro el libro mientras miro a Cypriám a la cara.

        Su ceja se eleva un poco―El sueño de hace rato ―él está sentado en una de las sillas acojinadas próxima al sofá donde me encuentro yo. Lo visualizo levantarse con tranquilidad y caminar hasta acomodarse a mi lado.

        Permito que me abrase y me acomodo hasta estar acurrucada a su lado―¿Cómo sabes que pienso en eso? ―susurro.

        Suelta un resoplido gracioso y me quita un mechón de cabello que traigo en la cara―Eres muy transparente, al menos para mí.

        Cypriám, quiero verlo y poder sentir que he olvidado el pasado, pero si dijera que lo he hecho estaría mintiendo. Todavía, cuando lo diviso a los ojos, puedo evocar en mi mente su mirada el día en que me entregó a Leónidas. Aunque trato siempre de entenderlo, trato de comprender su posición al querer cuidar de sus seres queridos ¿Y qué clase de ser sería yo al pedirle que viese a su familia morir para salvarme? Un monstruo. De igual forma aún se me hace un ligero nudo en la garganta al pensar en eso. No, miento, no uno ligero, uno definitivamente muy apretado.

        Todo lo demás me hace traer a la cabeza algo aún más cruel, mi hermano. Leónidas. No he podido dejar de pensar en él desde que se marchó, creo que el hecho de que no esté aquí es el que me hace plantearme que tal vez yo solo esté agonizando, y que todo esto sea un simple producto de mi imaginación.

        Aun no logro olvidarme de ese cuarto oscuro, ese piso duro y frio y por supuesto de esas pesadas cadenas que me mantenían atada a las pareces de ese abismo. En ocasiones sigo sintiendo el olor a putrefacción que tenía ese lugar, aun me sobresalto al tacto de cualquiera, porque sigo pensando que es la señal de que un golpe de Leónidas viene hacia mí con todas sus fuerzas.

        Hay días en los que suelo tratar de pensar en el por qué me odia tanto, hay días en los que no me lo quiero ni imaginar, y hay días en los que simplemente no me sale de la cabeza. Los terceros han sido los más habituales en estos últimos meses.

        Tengo miedo, y eso me mantiene jodida la mayor parte del tiempo. No quiero juzgar las decisiones de Michail, pero dentro de mi cabeza siempre pienso en que haber enviado lejos a Leónidas fue una de las peores cosas que ha podido hacer, porque él nunca está lejos, no para mí. No recuerdo la última vez que pude abrir las cortinas de mi cuarto sin imaginar que cualquier día de estos Leónidas estará de pie ahí, mirándome.

        Me aterra no saber dónde está o que está haciendo. Me niego a aceptar la idea de que solo se rindió y ahora trata de hacer una nueva vida en otra parte. No, ese no es Leónidas. Leónidas no se rinde, Leónidas jamás es humillado. Obtiene lo que quiere, tarde o temprano lo hace y que no esté aquí, al alcance de mis ojos, donde pueda ver lo que trama y escuchar lo que dice, me hace sentir como si estuviera en todos lados, hasta escondido debajo de mi propia sombra. Mientras mas lejos aparenta estar, yo le siento más cerca, respirándome en el cuello.

        ―¿Qué fue lo que soñaste?

        ―Lo mismo de siempre ―me aprieto un poco más hacia él―, desesperación y muerte por todas partes ―hablo en un suspiro, es como si mi voz sintiera terror hasta de sonar―. Quisiera que parara.

        ―Es normal, ha pasado muy poco tiempo como para que estés bien del todo ―da un beso en mi frente mientras habla.

        ―Lo sé, pero es que...tengo un mal presentimiento ―me alejo de él para verlo al rostro con cierta mueca de preocupación, no existe una manera verbal en la que pueda transmitirle la angustia que me carcome el interior así que trato de proyectarla en mi rostro, cosa que parece no resultar.

        Me planta un beso en los labios, es cuando me doy cuenta de lo que pasa. Está muy feliz, está demasiado satisfecho como para volver a preocuparse de alguna cosa. Jamás nos habíamos sentado con esta tranquilidad alrededor, para él y para los demás las cosas parecen encajar, todo aparenta haber terminado con un final feliz, pero yo no lo creo, no aún.

...

       Nada es igual, y ya nunca lo será, eso, es un hecho.

        No importa cuanto lo intente, ahora, mi esfuerzo no tiene nada que ver. No importa cuánto intente reparar las cosas, no existe algo que yo pueda hacer, ni yo, ni nadie.

        ―Todo estará bien ―me mira a los ojos y se deja caer en el sillón.

         Suspiro―Sí, lo estará ―no me queda más que mentir. No sirve de nada angustiarle por algo de lo que no estoy segura, y que probablemente sea producto de una paranoia justificada.

         Escucho la puerta principal abrirse tras nosotros y me enderezo en el asiento para seguido ladearme un poco, en búsqueda de saber quién hace acto de presencia detrás. En realidad, cada vez que esas puertas se separan y abren paso a una conexión directa con el exterior, pienso que Leónidas entrará, con su aire mortífera y su despiadado corazón bailándole en el pecho. Pero esta vez no es él quien aparece.




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