El Origen del Mal

Epílogo

 

 

 

Kilian

Algunas semanas antes.

Me mira cuando entro, aunque yo solo la percibo por el rabillo de mi ojo. Se ve bien, es decir, se ve mejor que la última vez. La última imagen que tenía sobre ella era de alguien destruida, solo pedazos de algo que alguna vez fue, ahora es la misma, en todo caso, no realmente, pero al menos lo parece.

Noto que susurra mi nombre, y Cypriám a penas me observa por encima de su hombro, con desprecio, o quizás simple desinterés.

―El señor Soloviov lo espera ―habla el escolta cuando me deja en la entrada del estudio. Le asiento y cruzo la puerta segundos después de que la abre.

Michail levanta la cabeza inmediatamente me nota allí, se pone en pie y camina con paciencia rodeando su escritorio.

―Parece que organizan una gran fiesta ―supongo, por el meneo por el que he tenido que cruzar para llegar hasta este cuarto. Me avergüenza un poco como mi voz suena lastimada.

Michail guarda silencio unos segundos.

―Así es la vida, mientras unos celebran otros en algún lado lloran alguna calamidad.

―Sí ―suelto con pocas ganas.

―Alexander, es imposible que sirva de algo, pero realmente lamento tu perdida ―su mano se posa firme sobre mi hombro―. Tu hermana siempre fue persistente, pero la vida es demasiado frágil, hasta para los más fuertes.

Bufo y muevo mi cuello de un lado a otro hasta que mis huesos crujen. Mis ojos arden, mi garganta por igual, está ceca como nunca antes, y se dice, que el corazón no duele, pero lo hace, y lo hace como si se fuese a reventar en cualquier momento.

―¿Por qué me citaste Michail? ―pregunto sin rodeos. Me ve por unos segundos hasta que se aleja y vuelve a ubicarse del otro lado de la mesa.

―¿Algo de tomar?

Gruño―No creo que hayas insistido tanto en que viniera solamente para ofrecerme un maldito trago.

Suspira gracioso. Se sienta y extiende su mano como una invitación a que yo lo haga por igual. Lo observo con mis ojos algo enrojecidos, me mantengo quieto, pero Michail siempre es pasivamente insistente, hasta que solo le sigo el juego con tal de que empiece a hablar.

―Escuché que te irás de Sumlichter, sin aparente fecha de regreso

Gruño en lo que termina siendo un suspiro de decepción―No debería sorprenderme que todo este mugroso pueblo lo sepa.

―¿A dónde piensas ir?

Resoplo con una media sonrisa cargada de ironía―¿Realmente crees que es asunto tuyo?

Hace un gesto de resignación.

―Alexander, comprendo tu dolor. Perdí una esposa, y también una hija ―coloca los codos sobre la mesa y luego ubica meticulosamente su barbilla sobre sus manos entrelazadas―, Pero ¿Te sientes en posición de reprochar alguna cosa? Después de todo, tú buscaste esta situación por tu propia voluntad.

La sangre me hierve casi al instante. Cuando me levanto velozmente de la silla, la misma cae detrás provocando un estruendo que hace a dos escoltas asomarse en la puerta.

―¡¿Insinúas que yo maté a mi hermana?!

Eleva su mano como señal de que no está ocurriendo nada de importancia y ambos guardias asienten y vuelven a sus posiciones.

Michail suspira mientras niega con aparente decepción.

―Esas palabras no han salido de mi boca, pero si eso es lo primero que te ha saltado en la mente, entonces deberías revisar quién insinúa qué.

Mi respiración es marcada, como la de una bestia furiosa.

―Me largo de aquí, no tengo por qué escucharte más, Soloviov.

―¿La viste, cierto? ―inquiere cuando apenas he dado medio paso hacia la puerta. Me detengo en seco.

―¿A quién? ―por un momento mi garganta parece cerrada cuando me dispongo a hacer la pregunta.

―A Agatha, la niña a la que sacrificaste cuando te viste caminando sobre un hilo

―Sí...ella se ve mucho mejor.

―Parece, solo parece que está mucho mejor.

Me froto la frente antes de girarme.

―Al menos ella vive, pero Mila... ―mis dientes se chocan unos con otro de solo sentir el peso de la impotencia.

―Si piensas que eso me hará más piadoso con respecto a lo que has hecho, te equivocas horriblemente niño.

Chasqueo mi lengua― ¡¿Qué era lo que querías que hiciera?! ¡Se estaba muriendo y yo no tenía como ayudarla! ―mis malditos ojos me traicionan y se asoman unas lágrimas, las contengo lo suficiente como para que no salgan al exterior, pero por lo observador que es este hombre sé que las ha notado.

No decimos nada un par de microsegundos que parecen eternos entre esta neblina de tensión, hasta que un suspiro del viejo rompe con ella completamente.

―Alexander, no te he llamado para juzgarte. Cometer errores es de humanos, maldito sea quien en el ciclo de su vida no cometa un error. ―mi mirada cae al suelo de inmediato― El tuyo fue un error que, como ves, resultó muy costoso.

Me paso la lengua sobre los dientes y dejo salir un suspiro más calmado―Entonces...si no me llamaste aquí para reprocharme ¿Por qué estoy aquí?

Se revienta los dedos uno por uno―No, no voy a reprocharte nada, tu propia conciencia debe ser suficiente castigo ―aparto mi mirada de la suya―. Te he llamado, para cobrarte nuestra deuda.

Otra risa pesada de ironía se me sale al instante mientras que intento calmarme para no terminar sobre él, en estos momentos, la cordura lo no es mi mayor virtud.

―Dinero, tenía que ser maldito dinero ―gruño entre dientes―. Voy a pagarte Michail hasta el último maldito peso, desde que tenga la oportunidad ―me doy la vuelta―, si eso era lo que querías decirme, me hubieses ahorrado el viaje hasta aquí.

―No ―me detengo justo donde estoy―, dinero no es lo que quiero. Quiero algo más importante que eso.

Me abro de brazos hacia el cielo. ―¿Entonces qué? O imponente Michail Soloviov ¿Mi alma?




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