El Oscuro Daradise

Capítulo 2

Escucho como tocan la puerta de mi habitación, ¿quién toca así de fuerte? Me levanto de la cama, alistándome para el sermón de mamá por haber llegado tarde, o mejor aún, los golpes de papá, veamos que me tienen preparados los dos.

—¿Qué quieres? — pregunté de mala forma, casualmente la que toco la puerta de esa manera es mamá, nada interesante, pero hubiera sido mejor ver a Kurt Cobain en la puerta de mi habitación.

—No me hables así, primero que nada, ¿por qué llegaste tan tarde anoche? —preguntó.

—No es tu problema. — Exclamé mientras trato de cerrar la puerta de un portazo en su cara, pequeño detalle, me lo impide y de un momento a otro siento mi cara girar de una forma brusca, también siento como mi mejilla arde. Genial.

—Fuera, — Dije tranquilamente, o mejor dicho tratando de conservar la tranquilidad para no aniquilarla.

—Veo que sigues siendo la pequeña cobarde que no se defiende, querida hija. — Reveló de forma despectiva.

—No me digas hija, ahora afuera antes de que pierda la paciencia. — Informé, ella solo se dedica a salir con una sonrisa en sus labios.

Yo por mi parte me dirijo a tomar mi teléfono para ver la hora, el reloj marca las once de la mañana, justo a tiempo para bañarme he irme a trabajar, tomo una toalla, y me dirijo a la ducha. Me adentro en el chorro, este consigo trae una sensación relajante, por lo tanto, solo me dedico a pensar. Minutos después salgo de ella, me visto y tomo mis cosas para salir de casa, para no entrar en detalles aburridos.

Camino por las calles, hoy hace un bello día, la gente camina alegre con sus hijos y van murmurándoles cosas, pero eso no evita que me sienta intranquila, odio escuchar los chillidos de los niños o de los adultos hablando. Me centro en adelantar mi paso hacia la cafetería para no tener que soportarlo y no ponerme de mal humor. Como voy tan centrada en mis cosas no me fijo por donde voy y choco con alguien, para mi mala suerte caigo en un pequeño charco que hay por la fuerte lluvia de anoche.

—Oye, fíjate imbécil. — Murmuré con evidente enojo. Él por su parte se agacha para ver si estoy bien, pero cuando lo hace me permite ver los mismos ojos grises de anoche, genial el imbécil de ayer. — No me toque. — Comenté cuando intenta ayudarme.

—¿Por qué tan enojada, preciosa? — preguntó con una sonrisa sínica en sus labios. Me levanto del chaco, y obviamente siento mi trasero mojado.

—Adiós. — Me despido, pero no me despido sin antes voltearle los ojos.

—¿A dónde vas? — me toma fuertemente del brazo. Yo por mi parte le doy un puñetazo en la nariz, consiguiendo que sangre levemente.

—No me toques te dije. — A pesar de estar lastimado me sonríe como si hubiera dicho algo lindo. Lo ignoro por completo y sigo mi camino hacia la cafetería, justo queda unos cuantos metros de distancia, pero eso no quita el hecho de que tenga mojado el trasero por un idiota, “¿será que no se fija por donde va?’’ Ojalá se tropiece con una piedra y caiga a un barranco, le haría un favor a la humanidad.  

Me adentro a la cafetería, todo está lleno de gente y se escucha mucho ruido de gente hablando, eso me irrita, pero no queda de otra. Entro en la cocina y veo que todos están en lo suyo así que no me molesto en saludar, aunque lo digo como si ellos o que yo lo hiciera todos los días. Me pongo mi delantal y agarro un lapicero y la libreta para apuntar las ordenes, comienzo atendiendo las mesas del fondo, en esta me piden algo de tomar y a los minutos se los traigo, en la siguiente mesa hay un grupo de chicas ricas o eso parece, me acerco para atenderlas. Que conste estaba más o menos de buen humor, y ellas lo han echado a perder. Su acento rarito de niñata, terminó por colmar mí paciencia. Me basto escuchar su voz para que me cayeran mal, ¿es eso posible? ¿Soy la única que con solo ver o incluso escuchar a una persona automáticamente le cae mal?

Termino de atenderlas y sigo con las demás mesas, me mantengo así por una hora más, hasta que me toca atender la mesa de un chico con capucha negra, o bueno mejor no digamos el género, pues no sabemos si es chico o chica. Me dedico a atenderlo de manera normal como a los demás, y no me equivoque, sí era chico, le traigo su pedido y minutos después él me pide la cuenta.

—Son tres dólares, niño. — Informé, él solo se queda en silencio, cabe mencionar que cuando pidió la cuenta lo hizo por papel, al parecer no le gusta hablar mucho.

 

—No soy un niño, preciosa. — Reveló, él se quita la capucha negra, dejando a la vista su rostro, tiene un bello cabello negro, ojos del mismo color, nariz respingada y sus pecas se notan levemente. Es bastante apuesto.

—Solo supuse eso, como te dije son tres dólares. — Ignoro el hecho de que me dijo preciosa, odio que los hombres me llamen así, yo tengo mi nombre. Él saca de su cartera los dólares y me los da, los tomo y comienzo a caminar hacia la caja, él por su parte se queda quieto viéndome, pero pronto desaparece por la puerta. <<Extraño>> pienso. Sigo en lo mío durante el resto del día.

Cuando el reloj marca las siete de la noche guardo las cosas en mi casillero, y tomo mi bolso dispuesta a salir de la cafetería, hoy creo que no tomare otro camino, estoy cansada y no me apetece. Comienzo a caminar por las calles de Gatlinburg, el pequeño pueblo en el que vivo desde que nací, el cual le tengo un amor odio.



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En el texto hay: asesinatos, asesinos, romance

Editado: 19.01.2023

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