Enarcó una ceja mientras analizó cada rostro que tengo enfrente, veo a uno de ellos que una gota de sudor recorre su mejilla, sonrío y desvío la mirada hacia mis cartas, una noche más donde llenaría mis bolsillos... aunque esta noche no era un juego limpio.
Decido terminar con el tormento de los hombres y pongo las cartas sobre la mesa, quitó por un momento el cigarillo de mi boca y lo pongo en el cenicero.
Los rostros perplejos y luego de furia no se dejan esperar.
— ¡Eres un maldito ladrón! ¡Estoy seguro que has hecho trampa!
Me recuesto en el respaldo de mi silla, mientras el hombre continúa gritando improperios.
Hago una seña con la cabeza al de seguridad, esté lo sujeta fuerte de ambos brazos.
— ¡Me las pagarás Elias! ¡Has robado mi casa! — me inclinó sobre la mesa y lo veo a los ojos.
— Nadie a robado nada, tú no te retiraste a tiempo, sólo continuaste jugando, te quedaste sin dinero y ofreciste la escritura de tu casa — barri con la mirada a los ahí presentes que miraban con pesar el dinero perdido, los documentos firmados cediendo propiedades —Encima pusiste en letras grandes y con tinta roja: "Cedo mi casa con todo lo que hay dentro" gané el juego, así que mañana a primera hora sales de mi propiedad.
El hombre se retuerce como un gusano en los brazos del guardaespalda.
— ¡No olvidaré este robo Elias!
Me levantó y me acercó a él.
— Te aconsejó que no olvides a Elias Arévalo.
Dos días después.
La puerta cede, Mario asoma la cabeza y luego me mira.
— Todo en orden — ruedo los ojos por que él aún actuaba como si estuviera en la policía, revisaba el perímetro antes de entrar a algún lugar, subo las escaleras, llevó echada sobre mi hombro mi chaqueta de cuero, las mangas de mi camisa arremangadas hasta la altura de mis codos, el cigarrillo de lado y las gafas de sol suspendidas sobre la punta de mi nariz.
Entró y me paró en medio de la sala, sonrío porque había recuperado mi hogar de niño, ese maldito se lo había robado a papá, haciendo trampas en una mesa. Había pagado ojo por ojo.
Mario abre puertas, su arma continúa levantada.
Me dejó caer sobre el sofá y subo las piernas en la mesita de café, el idiota había tenido un pésimo gusto con la elección de muebles, pero la casa volvería a ser la misma que yo recordaba.
Iba a enviar a botar toda esta basura de muebles horripilantes y colocaría los que pertenecían a esta casa.
— ¡Ouch! — el gritó de Mario me ha sacado de mis pensamientos, de un salto me he puesto de pie y he sacado mi revolver.
Con sigilo avanzó de donde provino el gritó, mi cuerpo va pegado a la pared mientras me deslizó sobre ella.
Al llegar veo la escena, una mujer está con un bate de baseball apuntando a Mario quién se está sobando la cabeza.
— ¡Fuera de está casa!
— Me temo señorita, que es usted la intrusa — responde Mario — El dueño de la casa está detrás de usted.
Ella se gira y me mira, sus ojos están hinchados señal de que ha pasado llorando.
— ¿El...due..ño? — una lágrima recorre su mejilla, la veo sorber — ¿Entonces es verdad? ¿Fui ganada en un juego de cartas?
Frunzo el ceño y apago el cigarrillo en el suelo.
— ¿Quién eres? — ella aferra más el bate en sus manos, sus dedos se ven rígidos y blancos de la fuerza que a empleado.
— ¿Cómo pudo aceptar este trato? ¡Una casa no hay problema, pero con una mujer!
— Para comenzar ¿quién eres? — la impaciencia se está haciendo presente dentro de mi, no puede ser que el idiota de Bernardo se haya vengado dejándome a una mujer ahí.
— ¿Me ganaste en un juego de cartas y no sabes quién soy? — resopló molesto ocasionando que ella de un paso hacia atrás.
— Soy Gazmira, la hermanastra de Bernardo.
— ¿Qué te hace pensar que te he ganado en un juego de cartas?
— Por esto — saca la hoja de papel arrugada que yo conocía bien, era la copia del contrato que habíamos firmado — Bernardo me dejó aquí, porque voy incluida con la casa, puedo pertenecerle por este maldito papel, pero no tiene derecho sobre mi.
Enarcó una ceja y cruzó una pierna.
— Puedes irte cuando desees.
Ella me miró con furia.
— Sabes bien que no tengo donde ir y no puedo trabajar aún por mi maldito problema.
— Honestamente Gazmira, no sé porque das por hecho que todo lo sé de ti.
— Bernardo me lo dijo, que te has obsesionado en tenerme para vengarte de mi.
— ¿Vengarme? — miró a Mario sin entender.
— Era yo la que iba conduciendo esa noche....
— ¿Tú? — apretó los puños y ella se ha encogido.
— Si, pero nunca fue mi intención, fue el infarto que estaba sufriendo...
— Eso no se probó fue tu maldita palabra, tienes razón, Gazmira me perteneces — me giré molestó.
— Me iré cuando me sienta mejor.
— No irás a ningún lado, llevas algo que me pertenece.
Ella soltó un gemido y lloró desconsoladamente.