Gazmira
— ¿De dónde salieron las medicinas? — Josefa se encogió de hombros y siguió preparando el desayuno — Pero... — ella me miró sobre su hombro.
— Bebelas que las necesitas, estas muy descuidada.
— Pero no tengo para pagarle a ... quien sea que las compró.
— Cuando heredes le pagas, por el momento, concéntrate en terminar de sanar.
Bajó la mirada y suspiró.
— ¿Y dónde está? — mordí mi labio inferior.
— No lo sé, no se ha aparecido en toda la mañana, fui a su habitación a dejarle el desayuno y no estaba.
— Entiendo — me puse de pie — Llevaré fruta a Paquito.
Caminé despacio hacia la terraza, soplaba un delicioso viento, refrescando el ambiente ya que unas horas atrás estaba un calor.
Paquito estaba quieto en un rincón, fruncí el ceño al verlo callado, me acerqué y él me observaba.
— Paquito... — él no dejaba de mirarme — ¿Te comió la lengua el ratón?
— ¡Paquito murió de hambre!— su chillido me causó dolor de oído, estaba resentido, pero había desayunado.
— Eres un glotón, te di desayuno, imposible que mueras de hambre — abrí con cuidado la puerta de la jaula y le puse unos trozos de fruta.
Paquito se acercó y tomó entre una de sus patas la fruta y empezó a degustarla.
— Lo tienes muy mimado — mi corazón latió errático ante el susto, Elias se ubicó junto a mi, su olor a sol, colonia, cigarrillo llegaron hasta mis fosas nasales, todo combinaba tan perfecto en este hombre.
— No... es mimado — quise morderme la lengua porque soné torpe.
— Lo es, deberías enseñarle a hablar más — sonreí.
— No conoces a Paquito aún, de repente imita a una mujer gritando como si la estuvieran matando, otras la de un hombre y cuando está aburrido juega a los bomberos, comienza a gritar ¡fuego! a grito partido, ya han venido vecinos alarmados con cubetas de agua para apagar el fuego.
— Deberías asarlo en el fuego por gritar fuego.
— ¡Eres un idiota! Paquito te odia — abrí los ojos como plato por que esas fueron mis últimas palabras que dije en contra de Elias.
— Déjalo Elias, es un animal. No sabe lo que dice— él se encoge de hombres.
— Su dueña quien le enseña sabe lo que dice — sonríe mostrándome los dientes — Debo irme.
Lo veo marcharse de la terraza, suspiró y me dejo caer en la silla, no se que rayos pasaba conmigo, pero había visto a Elias muy varonil, con sus Jeans gastados, pero estaba muy bueno el condenado, sacudi la cabeza y pensé que me estaba volviendo loca.
— Hola — levantó la mirada y Mario estaba frente a mi.
— Hola Mario — él se sienta frente a mi y pone en la mesa de hierro que está junto a él, un ramo de flores frescas recién cortadas.
— Corte estas flores para ti, me he dado cuenta que no vas al jardín, pero contemplas las flores.
Sonreí y extendí mi mano para tomar las flores las acerqué a mi nariz y cerré los ojos al sentir su fragancia.
— Me gustan — sonreí.
— Me alegra Gazmira, ¿cómo te has sentido?
— Un poco cansada, pero es que no estaba bebiendo las medicinas.
— ¿Ahora lo haces? — asiento y desvío la mirada.
— Elias las compró — Mario asintió.
— ¡Aquí estás! — Elias llegó agitado — Te he buscado por toda la casa... — su mirada estaba fija en las flores.
— Muy bonitas flores, no deberías ir caminando rápido al jardín para cortarlas.
— Mario las cortó para mi — sonreí observándolas — Son preciosas.
— Lo son... debo irme a trabajar — Elias tenía la mandíbula tensa y las manos hecho puños — Mario, te pago para que hagas tu trabajo no como jardinero — se giró y se marchó de ahí.
— ¿Qué fue eso? — le pregunté a Mario, él negó.
— Ni idea, mejor me voy antes que explote, ya se ha puesto muy rojo.