Esa noche, después que las luces de mi cuarto parpadearon tres veces como siempre, algo en mi cambio.
Al principio fue solo una sensación, un pensamiento que me apretaban el pecho, como si alguien estuviera a punto de tocarme el hombro desde la oscuridad. El miedo seguía ahí, agazapado, pero por primera vez no me congelaba; era distinto...como si algo hubiera activado una decisión nacida del terror. Si, pero también de la necesidad de no morir esperando. Sentí que si me quedaba quieta, si me tapaba con la frazada fingiendo que nada pasaba, ese seis de julio sería el último día de mi vida.
Y no porque algo viniera a matarme....sino porque yo misma iba a desaparecer por dentro. Tenía que hacer algo, lo que fuera.
Me levanté en silencio. Mis pasos eran suaves, como si no quisiera despertar la noche. Camine hacia mi mochila, que estaba tirada a lado del escritorio. No sabía que buscaba, no había ningún pensamiento claro en mi mente, solo un impulso.
Y ahí estaba. Un cuaderno viejo aparecido de la nada. No lo recordaba, no siquiera como una de las cosas olvidada entre otras. Juraría que jamás lo había visto antes, y sin embargo, al tocarlo, algo en mi vibró.
La tapa era gris, gastada por los años, con marcas como si hubiera sido arrastrado por el tiempo. Tenía esa textura de papel envejecido de cosas que no deberían ser tocadas. Y ahí, en el centro, casi borradas, unas letras escritas a mano decían:
"Cuaderno de registros: No alterar el orden"
Le pase los dedos por encima, dudando. La frase me sonaba más como una advertencia y no como título, como si abrirlo fuera una regla que no que existe. Aún así, lo abrí.
Las primeras páginas estaban escritas con una letra extrañamente parecida a la mía. Pero era más tensa, más antigua, más inestable....como si lo hubiera escrito alguien que estaba al borde de algo.
Y entonces lo entendí: no era mío...pero hablaba de mi.
Cada página relataba momentos que yo había vivido, detalles que nadie más podía conocer, pensamientos que nunca dije en voz alta, miedos que escondi tan profundos que ni yo los recuerdo con claridad.
Pero ahí estaban. Escritos. Negro sobre blanco.
Sentia como si la garganta se me cerraba cuando pasaba las hojas. Había cosas que directamente no recordabahaber pensado jamás, pero al leerlas, me generaban incomodidad, como si fuera real. Pero algo de que estaba segura era que el cuaderno no mentia.
Llegué a la última página con las manos frías. Y ahí, en letras firme, como escritas con rabia o urgencia, decía:
"Faltan tres días. El ciclo debe cumplirse. Debe recordar lo que olvidó".
No tuve tiempo de pensar. Algo en mi cabeza zumbó con fuerza, como si me hubieran golpeado desde adentro. Todo se volvió borroso, el cuarto giró, el cuaderno cayó de mis manos y sentí que las piernas me temblaban.
Cerré los ojos, mareada. Y cuando los abrí...ya no estaba en mi cuarto....estaba en la biblioteca.
La misma biblioteca de siempre, si. Pero no. Algo estaba mal, o diferente. La luz era más amarilla, más densa, las sobras parecían vivas agarrándose de los estantes. Todo tenía un silencio demasiado perfecto, como si el tiempo estuviera contenido.
Frente a mi, sentada en su escritorio, la señora Lucy.
Pero está vez no leía.
No fingió que no me veía.
Está vez, me estaba mirando fijo.
Con esos ojos oscuros y pacientes, como si hubiera estado esperándome desde hace años.
—¿Quién escribi esto? — pregunte con voz alta, mostrándole el cuaderno entre las manos que agarre del suelo.
Ella no respondió enseguida. Me observo unos segundos con una calma que me incómodo.
Y entonces sonrió. Una sonrisa pequeña, pero sincera, tranquila.
—Vos misma. En otra vida —dijo, como si fuera lo más normal del mundo.
Sentí que el estómago se me encogia.
—¿Que querés decir?
—La biblioteca guarda lo que la mente olvida —respondio — Y vos...olvidaste demaciado.
Sus palabras me atravesaron. Algo dentro de mí, en lo más profundo, se agito.
Un recuerdo, un eco.
Algo que no podía nombrar, pero que existia.
Y entonces....
Todo volvió a cambiar.