No salí de la habitación en toda la mañana y toda la tarde, extrañamente mi pesadilla cambio he incluía a mi arco, ya no podía hacer nada, ya estaba roto y mis padres jamás me permitirían utilizar otro.
-Sal del cuarto ya querida, puedes ir con Vania-habló mi madre al otro lado de la puerta.
Deseaba quedarme en mi habitación para siempre, no quería salir nunca más, sin embargo, debía hacerlo ya que por fin y después de tanto tiempo Aleister me contaría toda la verdad, mi curiosidad siempre ganaba ante todo y esa situación no iba a ser la excepción.
Salí de mi cómoda cama y me puse mis tenis, abrí la puerta y ahí estaba esperando mi madre.
-Son las 6 de la tarde y aun no has desayunado, te puede hacer mal, te prepare tu comida favorita-comunicó preocupada.
-No tengo hambre, comeré en casa de Vania-respondí sin emoción alguna.
Salí de casa antes de que mi madre se arrepintiera de haberme dejado salir sin desayunar. El viento fresco echo a volar mi pelo hacia atrás, el sol comenzaba a ocultarse, el cielo se veía maravilloso con algunas nubes de tonalidades naranjas, rosadas y moradas al horizonte.
Bajé la costa baja y seguí mi camino acercándome al arroyo, pero un silbido proveniente de los corrales llamo mi atención, volteé a ver y por los barrotes de la reja se podía ver a Aleister parado mirándome.
Sin pensarlo me acerqué rápidamente a la reja y la abrí con demasiado cuidado, no me podía arriesgar más, mis padres me castigarían horrible si supieran que de nuevo estaba en los corrales.
Cerré la reja y quede frente a frente con Aleister, era hora de saber todo, de descubrir lo que tanta curiosidad me causaba, al fin podría saber el contexto de todo.
-Habla de una buena vez-exigí cruzándome de brazos.
-De verdad que me he divertido mucho contigo, pero es tiempo de confesarte todo aquello que muy probablemente te sorprenderá-habló con ese tono divertido de siempre.
Fruncí el ceño, por fin sabría el contexto de las cartas y resolvería las decenas de dudas que día a día se repasaban en mi mente.
- ¿De qué hablas? -pregunté mirándolo a los ojos.
-Es hora de que sepas quien verdaderamente eres-. Lo miré con extrañeza-. Eres una jodida psicópata, cariño.
Solté una carcajada mirándolo con diversión, pero él siguió con su semblante serio, lo que ciertamente me desconcertó.
-Vas de mal en peor con tus bromas, Aleister.
Él suspiro frente a mi rostro, haciendo que el aire que había soltado impactará en el.
-No es ninguna broma, es la verdad y aún hay más.
-Si según tú es la verdad, ¿Cómo lo sabes? ¿Qué pruebas tienes? -pregunté cuestionándolo.
Eso era verdaderamente ridículo, ¿Yo siendo una psicópata? Algo en mi interior me decía que esa era una broma o un estúpido juego de Aleister para asustarme y meterme ideas locas a la cabeza.
-Tú en el fondo lo sabes y sí tengo pruebas, ¿Crees que te puedes engañar? -. Él tomo mi rostro acariciando mis mejillas con sus pulgares-. Sé que sueñas despierta con que matas a los que más odias, sé que al tomar tu arco te imaginas matando y se de esas pesadillas, de tu mente se borró todo el panorama, pero si la examinas es más que clara.
¿Cómo sabe eso? ¿Eso es normal cierto? ¿Cómo sabe de mi pesadilla y lo que signifique? Tal vez me miró cuando desperté con la respiración acelerada y empapada en sudor, y solo usaba ese argumento para asustarme y hacerme creer su broma.
Quedé estupefacta y retrocedí mirándolo a los ojos, la seriedad y la veracidad del asunto lo veía reflejado en esos ojos tan exóticos.
-Es mentira, es mentira, es mentira-murmuré más para mí que para él.
Se acercó con cautela a mi observando cada uno de mis movimientos.
-No lo es y en el fondo sé que tú lo sabes. La pesadilla pasó en realidad, tú tenías 8 años y tu amiga Melanie 7-. Melanie ese nombre me resultaba familiar, pero era confuso-. Estaban en el arroyo que tanto te gusta, ella se fue al lugar más hondo y tú estabas en la orilla. La niña no sabía nadar y la corriente se la comenzó a llevar, ella pedía ayuda y yo sé qué tal vez tú no podías hacer mucho, pero en lugar de intentar hacer algo lo estabas disfrutando, sentías placer y felicidad al verla morir y reías como nunca lo habías hecho, risa tras risa salió de tu boca mientras la niña se hundía en el arroyo.
Las pesadillas eran reales, pero ¿Por qué no la recordaba? No podía ser una psicópata, eso no podía ser cierto, si lo de Melanie paso mis padres debieron saber algo. La situación se había tornado más confusa.
-No es cierto-vociferé con un toque de miedo.
Él soltó una pequeña carcajada muy fingida.
-Sí lo es y te digo algo, recuerdas la pesadilla no porque sea un suceso traumático, sino porque es un suceso que te hace recordar felicidad y placer, te recuerdas satisfecha, por eso te encanta volver al lugar en donde verdaderamente fuiste tú y debo decir que eres muy fuerte y a la vez muy débil. Tuviste la fuerza que yo no he tenido para controlarme-había cierta diversión en esa mirada profunda-, porque el solo hecho de ver a una vida desvanecerse en mis manos me causa satisfacción, el ver a una vida apagarse. A un corazón dejar de latir. A una respiración cesar. A los órganos dejar de funcionar genera placer en mí y debo decirte que no he podido contenerme, pero tú si, has reprimido esas ganas carnales de matar. De torturar. De ver la vida desaparecer frente a tus ojos, pero también eres débil.
La manera en que expresaba todas esas atrocidades me causaba náuseas y repugnancia.
- ¿Cómo sabes lo de la pesadilla? ¿Cómo sé que lo que me estás diciendo es real? -pregunté confundida, debatiéndome entre creerle o no.
-Por el diario de tu madre-respondió enseguida.
-Mi madre no tiene ningún diario-aclaré tragando ese grande nudo que se había formado en mi garganta.
Sentía mi garganta helada. Mi corazón en los pies. Mi respiración entrecortada.
Editado: 28.07.2021