- ¿Me acompañarás después de clases? -pregunté presionaba la punta de mi lápiz contra en cuaderno, cada vez más fuerte, hasta que el crujido del grafito rompiéndose me hizo dejar a un lado el lápiz.
Enfoqué mi vista en Vania, quien estaba anotando lo que estaba plasmado en el pizarrón, se limitó a encogerse de hombros.
-Necesito tu ayuda, sabes que mis padres últimamente están demasiado paranoicos, además no me dejan salir sin ti-supliqué mientras escuchaba la voz de la profesora a lo lejos.
Apretó los labios, fijó su vista unos segundos en el cuaderno y finalmente me miro.
-De acuerdo, sabes que más que mi amiga eres como mi hermana. Te quiero, eso incluye todo lo que conlleva ser tu amiga, hasta ayudarte a hacer cosas que no deberías hacer, me preocupo por ti y si en algún momento pones tu vida o futuro en riesgo créeme que no cederé a hacer algo que sé que terminara por afectarte-aclaró antes de comenzar a guardar las cosas en su mochila, ya que era la hora de salir.
Hice lo mismo esbozando una ínfima sonrisa, tomé mi mochila color lavanda y salimos del salón de clases. Al observar quien venía en nuestra dirección rodé los ojos, tenía pensado tomar cartas en el asunto, pero no en ese momento.
-Miren a quien tenemos aquí, si es el fenómeno y pitufina-se burló Lucy mientras se plantaba frente a nosotros con una expresión de superioridad.
Siempre tenía esa expresión, era como si ese fuera su escudo. Como si esa fuera la máscara que la protegía del exterior. Así influía en las personas y humillaba a otras.
-Nunca te he hecho nada y siempre has estado en mi contra, humillándome, insultándome e incluso golpeándome. Pero sabes qué, ya que cansé de todo, es suficiente. Muchas veces te pedí que pararas con todo. Que prometía quedarme callada y hacer como que nada había sucedido, pero llegue a mi limite, el cual ya cruzaste y te juro que algún día pagaras-hablé seria y firme, terminé añadiendo algo más-Ah y, por cierto, adivina quién hizo que Daniel te dejara. Sí, este fenómeno lo hizo, perra.
Unos meses atrás había manipulado a Daniel, el chico más popular de la clase. Era novio de Lucy y sabía que, si él la dejaba, ella sufriría, literalmente eran uña y mugre, pero eso había terminado gracias a mí, aunque nunca tuve nada con Daniel formamos una amistad nada duradera.
Pasé por su lado empujándola intencionalmente con mi hombro, todos alrededor se quedaron mirándonos y al salir, Vania soltó una carcajada.
-De verdad que lo merecía, ya me tenía demasiado harta con sus tontas burlas inmaduras-celebró Vania con una sonrisa que mostraba su satisfacción y felicidad.
-Ya era tiempo de ponerla en su lugar.
Después de unos minutos donde el silencio reinaba entre nosotras, llegamos a mi casa. Como de costumbre mi madre se encontraba haciendo la comida.
- ¿Puedo ir con Vania a comer a su casa? -pregunté con timidez.
Tenía que hacerle creer que poseía poder sobre mí, mientras ella y mi padre lo creyeran no habría ningún problema, aunque ya había analizado las opciones, había una pequeña, pero segura posibilidad de que pensaran meterme en un psiquiátrico.
-Está bien, primero tus vitaminas-recalcó antes de revolver el caldo que se encontraba en una olla.
Mi madre, Estela Robinson, había cambiado al igual que yo, mi padre se seguía comportando normal y yo seguía siendo su princesa, mi madre sí que se había transformado. Ya no era la misma Estela, no era dulce siempre, me tenía controlada en todo momento, tal vez el miedo a perderme o una terrible obsesión por tenerme a su lado a toda costa, me pareció un poco retorcido de su parte, pero jamás se compararía con lo que yo estaba dispuesta a hacer.
Me acerqué a la isla de la cocina y tomé el frasco de pastillas, lo abrí, saqué una pastilla y la metí en mi boca, moviéndola al instante para que quedara debajo de mi lengua.
-Solo me iré a cambiar y nos vamos-anuncié mientras me dirigía a mi habitación.
Entré rápidamente y cerré la puerta antes de tirar la pastilla. Tiré mi mochila, me quité el uniforme y me puse un skinny jean de mezclilla, una blusa azul marino y mi gabardina sumamente negra. Antes de salir tomé mi daga y la guardé en uno de mis bolsillos.
Entré a la cocina, mi madre se volteó hacia mí, dudando se acercó y me abrazo muy fuerte, para culminar susurrando en mi oído-Te quiero mi niña, sé que parece que soy un monstruo, solo lo hago por ti, soy la misma. Eres lo más importante en mi vida, nunca lo olvides.
Finalmente se había caído esa mascara, la que cubría sus emocione. Esa mascara de seriedad y frialdad absoluta, ahí estaba la verdadera Estela Robinson, abrazándome y expresando lo que sentía, ella tenía miedo y siendo sincera no la culpaba.
Me separé de ella y le di un beso en la frente. Salimos de casa rumbo a la mansión de los Moritz, unos minutos caminando parecieron eternos. La leve brisa era agradable, porque los suspiros se desvanecían en los finos hilos del viento. Todo eso que contenía un suspiro, ya sea de cansancio o de alivio, se desvanecía en el aire levemente fresco que cubría por completo al pueblo.
Al llegar Vania estaba muy tensa y para mi suerte nos recibió Julian, sentía que era el más normal y simpático de todos.
- ¿Y ella es...? -preguntó Julian con una pequeña y picara sonrisa mientras miraba a Vania.
Ella lo miraba con curiosidad, pero enfoco su vista en los ojos exóticos del chico.
- ¿Te gustan? No te los puedo dar, pero a tus hijos sí-alardeó Julian.
Vania y yo reímos ante el comentario.
- ¿No crees que es muy temprano para andártele insinuando a mi amiga? -pregunté negando en diversión.
Él se encogió de hombros y volvió a enfocar su vista en Vania, quien ya no parecía incomoda.
-Solo digo y no estoy insinuándome, es más bien mi forma de flirtear-respondió esbozando una sonrisa maliciosa.
Editado: 28.07.2021