-Iré a la casa de los Moritz a hablar con Samael y después te llamo para que vengas a casa para poder alistarnos juntas. Tanto esfuerzo y un idioma aprendido valieron la pena para terminar la preparatoria. Nos merecemos una gran graduación-hablé mientras me ponía mi gabardina y guardaba mi daga en uno de los bolsillos de la misma.
Vania caminaba de un lado a otro por la habitación, estaba demasiado tensa, no le agradaba ni un poco la idea de que yo fuera a hablar con Samael.
-Está bien, no voy a objetar nada, solo espero y no termines muerta. No causes ese dolor en tus padres, piensa bien las cosas, la verdad no sé cómo tú madre no se ha dado cuenta a dónde vas-comentó mientras seguía caminando de un lado a otro.
Antes de salir acomode mi cabello negro y lacio.
Debía convencer a Samael, ponerlo de mi lado y con suerte podría llegar a manipularlo.
-Cuando llegue los quiero afuera de la casa-ordené mientras me sentaba en una silla a la cabeza del gran comedor.
Los cinco chicos se encontraban parados al otro lado del comedor de madera de bocote, el olor de la misma entraba por mis fosas nasales cada vez que inhalaba.
El lugar era elegante, ya no estaba ese mantel espantoso y del techo colgaba un gran candelabro con piedras simulando diamantes suspendidos en el aire. La casa era demasiado alta y estaba repleta de cuadros.
Todos asintieron y salieron del lugar dejándome sola y sumida en un completo silencio. Después de algunos minutos hablando internamente y casi arrepintiéndome de lo que haría, por la entrada del cuarto en donde se encontraba el comedor entró un tipo alto, con una expresión seria y yo la catalogaría como matadora, también llevaba una gabardina negra desabrochada donde se podía ver una camisa blanca. Su piel era muy clara, pero no tanto como la de Aleister, su cabello café claro estaba peinado hacia atrás y se veía un tanto desordenado, debajo de sus ojos grises se extendían unas leves ojeras, sus rasgos eran muy marcados y sus pómulos se veían demasiado definidos. Se veía demasiado intimidante y cada paso que daba tenía un toque de cierta elegancia.
Recuperé el aliento y me acomodé en la silla nuevamente.
-Siéntate-lo invite haciendo un ademán para que se sentara a la otra punta de la mesa.
Él con lentitud se sentó en la silla y esperó a que yo hablara.
-No vamos a irnos del pueblo, crecí aquí y no pienso irme solo porque usted lo dice-aclaré sería intentando que mi voz no flaqueara.
Esbozó una sonrisa ínfima de incredulidad-. Háblame de tu. ¿Acaso deseas retarme Regina? No me conoces y tal vez jamás lo hagas, pero siempre se hace lo que yo digo.
-No estas tomándome en serio, ¿Acaso quieres que nos vayamos y tú termines en la cárcel? Sinceramente sería una pena-. Esbocé una sonrisa maliciosa.
- ¿Qué te hace creer que puedes llegar a un acuerdo conmigo? -preguntó con suficiencia.
-Sencillo, que a los dos nos conviene estar en el pueblo, no deberías meterte con una familia de psicópatas asesinos-advertí relamiendo mis labios.
-Eso me suena a amenaza querida.
-Te propongo un trato, algo simple y no estoy jugando Samael, puedo ser más peligrosa de lo que crees-advertí fulminándolo con la mirada.
Esos ojos grises me examinaban, parecía complacido de alguna manera. Mi expresión era seria y demandante, no pensaba bajar la guardia.
-Dime, te escucho Regina.
Su voz era gruesa y un tanto ronca. Parecía totalmente un jefe de la mafia, de esos que aparecen en las películas.
-Pasas tu mercancía por el pueblo, seguirá siendo tu fachada, a cambio quiero una comisión, que te quede claro que Tepoca es mío. Es de los Moritz. El matar me da placer y aún más si mis manos quitan la vida de alguien que interfiere en mi camino, no te tengo miedo Samael Fiore, podrás ser un jefe de la mafia italiana, pero yo estoy podrida, me perdí en una sed de sangre insaciable.
Él escrutaba todos mis gestos y movimientos, era demasiado observador.
-Me gusta tu actitud y la gente decidida. Acepto el trato, el pueblo es completamente tuyo y la comisión la pondré yo. Sin más que decir bienvenida a mi mundo reina-se despidió con una sonrisa maliciosa.
Salió del lugar enseguida metiendo sus manos en los bolsillos de la gabardina.
Algo me decía que eso no era todo de Samael, no se doblegaba tan rápido, algo más quería y estaba dispuesta a averiguarlo.
Me entró una llamada de Vania y conteste.
- ¿Qué pasa? -pregunté confundida por su llamada.
-No podré ir a tu casa, se supone que Julian vendrá por mi-avisó y sonaba un poco agitada.
- ¿Julian? -pregunté fingiendo la confusión.
Se carraspeó la garganta-. Sí, Julian Moritz. Es lindo dejando al lado que es un asesino y un psicópata, pero le gustan los animales.
Reí y me despedí para finalizar colgando la llamada.
Entre a mi habitación y como lo ordene allí estaba mi atuendo para esa noche. Tarde un poco en arreglarme, pero estuve lista a tiempo para despedir a alguien que me esperaba sin siquiera saberlo.
ALEISTER MORITZ
Entró a la sala de torturas con un vestido corto en un color azul medio de tela raso y de hombros caídos, ajustado en los lugares indicados haciendo relucir su figura. Su cabello estaba en ondas cayendo a sus costados mientras relucía ese negro azabache. Unas zapatillas plateadas combinaban a la perfección con ese vestido, un collar lleno de piedras simulando una serpiente bajando y para darle ese toque especial había una esmeralda simulando el ojo del reptil. Por último, todo relucía aún más con su maquillaje y ese labial color rojo cereza.
Entró decidida y con un porte jamás visto, de verdad que parecía una completa reina. Al ver quién estaba esposada y con una bolsa en la cabeza sonrió maliciosamente.
Fue un tanto difícil encontrar a la fastidiosa chica y por poco arruina mi traje.
Editado: 28.07.2021