Luego de un par de cervezas más, Isidoro y Mariel se retiraron del lugar; tomaron un taxi haca su casa. Isidoro quería acompañarla, Mariel no quería hasta que acepto ante la insistencia de Isidoro.
- Dale, te acompaño. No quiero que vayas sola, no voy a subir, no es eso.
- Ok, Isi. Todo bien.
Fueron hacia la casa de Mariel prácticamente sin hablarse, el silencio se había apoderado de ese taxi. Llegaron a la casa de Mariel, bajaron los dos y fueron hacia la puerta. Se dieron un abrazo y un beso en las mejillas e Isidoro se quedó mirando hasta que Mariel desapareció al tomar el ascensor. Isidoro se fue hacia el taxi y le pidió que lo lleve a su casa.
- ¡Qué raras son las minas, muchacho! ¿Es su novia? Es muy bonita, se lo digo con todo respeto - inquirió un poco atrevidamente el taxista.
Isidoro lo miró por el espejo, en un primer momento pensó en contestarle mal para que no tomara demasiada confianza, pero hizo todo lo contrario.
- No, no es mi novia. Y sí, es muy linda.
- Usted la miraba con ganas, ella no, pero se la notaba cómoda con Ud. Vio como son las mujeres, no nos muestran todas sus cartas. O mejor dicho, las muestran pero no todos las ven. Hay tipos muy boludos.
- ¡Ja! Abundan.
- Uno lo que no tiene que hacer con una mujer es sufrir. Y se lo digo yo que soy de la época del tango, pero ya aprendí. No sufro más.
- ¿Y cómo hace para no sufrir?
- Estoy solo. No les doy bola.
- Bueno, así es fácil. Y es bastante cobarde, es como esconderse. No es mi estilo.
Luego de que Isidoro le dijo eso, el taxista no abrió la boca. Se quedó pensando en lo que le había dicho, en que lo mejor era quedarse solo para no sufrir. Le parecía cobarde la idea pero, tal vez, más sano. Cuando faltaban pocas cuadras para llegar a su casa decidió cambiar su itinerario. Le pidió al taxista que lo lleve a la clínica para ver a Jorge.
- Bueno, como usted quiera. Le va a salir caro el viajecito.
- Si, ya lo sé. Mejor para usted.
Isidoro le contó al chofer un poco la historia de Jorge.
- Muchacho, tiene que tener fe. Aunque no lo crea yo tuve un hermano en ese estado y hoy está vivito y coleando.
- ¿Quedó con alguna secuela?
- No, ninguna. Él estuvo internado dos años y medio, y de un día para el otro despertó. Eso sí, la rehabilitación fue larga y difícil, pero ahora está como antes.
- No sabe el alivio y la esperanza que me da.
- Y te voy a dar un consejo: reza. Aunque no creas mucho, reza.
- Sí, yo no soy de creer mucho pero volvía a rezar y con convicción.
- Está muy bien eso. Bueno llegamos.
Isidoro le pagó al hombre, bajó del taxi y entró en la clínica, al principio no lo dejaban entrar por al hora hasta que “convenció” al sereno con una par de billetes. Mundo de mierda, pensó, todo se arregla con guita. Subió por las escaleras hasta llegar al piso donde estaba Jorge. Entró a la habitación y ahí lo vio cual bello durmiente. Lo veía un poco más flaco que de costumbre, tomó su mano y comenzó a hablarle.
- Jorgito, querido, te voy a contar lo que me pasó con Mariel.
Le contó con lujo de detalles lo del oso, la cámara, lo de Copitelli con Fernández.
- Sé que me escuchás, y sé que no podés creer nada. No sé si es más increíble lo de haber puesto la cámara o lo del romance de Copi con el gordo Fernández. Ay, Jorge, cuando te despiertes no va a entender nada, pero nos vamos a divertir como siempre.
Isidoro le tomó la mano a Jorge y la apretó fuerte, a pesar de la incomodidad del sillón donde estaba sentado, se quedó plácidamente dormido. Al despertarse seguía aferrado a la mano de su amigo. Sintió que alguien le tocaba el hombro, era la tía Rosa.
- Isidoro, querido. Llegué hace un rato, no te quise despertar. Era un lindo cuadro ustedes tomados de la mano.
- Uy, me re dormí, tengo que ir a la oficina. ¿Hace mucho que llegaste?
- No, hará unos quince minutos. Lo dejé a Tránsito tranquilito y me vine.
- ¿Tranquilito? Me imagino que tipo de tranquilidad, lo vas a matar al pobre viejo.
- ¡El disfruta! Si muere, morirá contento.
- ¿Y vos disfrutás, tía?
- Claro que sí. No me pidas detalles, pero si disfruto. Tránsito es un buen hombre. Tenemos buen sexo aunque no lo creas.
- Sí te creo, tía. Y me alegro que sea así, pero yo creo que vos merecés otro tipo de… amor. Vos me entendés.
- Eso tipo de amor del que hablás, me lo podría dar, solamente, ese hombre al cual le estás tomando la mano.
- Ya se va a despertar. ¿Y ahí que vas a hacer?
- Va a ser mi amante. Siempre lo va a ser. Lo quiero como no quise a nadie.
- ¿Y si él no quiere ser solo tu amante?
- Sí lo querrá.
- No esté tan segura.
- Isidoro, háblame claro.
- Él te ama, siempre te amó. Para él siempre fue difícil, la diferencia de edad, la relación con nuestra familia. A mí me lo confesó hace poco. Tiene locura con vos, por eso va y viene con otros, ninguna lo conforma. Pero bueno, vos está con don Tránsito.
Tía Rosa se me quedó mirando atónita mientras unas lágrimas bajaban por sus blancas mejillas. En ese mismo instante, Jorge, apretó fuerte mi mano.