El oso (segunda parte)
Capítulo 40
Después de todo somos un revoltijo de carne, pelos, órganos, sangre, piel y mierda. A esa masa informe le ponen un alma y una mente; un alma para sentir y sufrir, (y a veces hasta para gozar) y una mente para pensar y multiplicar el sufrimiento del alma.
Está probado que cuanto más pensamos, más sufrimos, más nos damos cuenta de lo mierda que somos y que es todo a nuestro alrededor. Cuanto más sabemos más nos damos cuenta de lo mucho que no sabemos, y lo que es peor, sabemos que nunca sabremos todo. Y eso duele, claro, duele si te das cuenta, si vivís en la ignorancia nunca te darás cuenta de eso, la ignorancia es una de las formas de la felicidad.
Esas palabras daban vuelta por la cabeza de Jorge una y otra vez, esas palabras llenas de odio y de resentimiento parecían llevarlo, sin escalas, a un precipicio que estaba dispuesto a saltar, estaba dispuesto a dar un paso más ante ese vacío y caer, y hacerse añicos contra el duro suelo que lo esperaba en ese aterrizaje de locura. Eso sí, estaba seguro que no caería solo, sabía que se llevaría a varios a la rastra, el no quería ser el único que sufriera en esta historia, sabía, tenía la certeza, que en esa caída se llevaría Isidoro y a Rosa, y si alguien terciaba también lo arrastraría. Su objetivo estaba más que claro y su convicción era lo suficientemente poderosa como para llega a su anhelado fin.
Los médicos le habían advertido a Isidoro y a tía Rosa que no le contradigan ni una palabra a Jorge, que le lleven la corriente, que lo trataran con la delicadeza que se lo trata a un niño, ya que de no ser así Jorge podría tener ataques de ira que no sabrían como contener. Cualquier episodio que Jorge no pudiera procesar sería traumático para su ya débil memoria.
Isidoro invitó a Jorge a vivir a su casa, este no dudo ni un instante y aceptó con alegría ese convite de su gran amigo. Isidoro condicionó una pequeña pieza que tenían en el fondo, la cual era utilizada como depósito de cosas inútiles: herramientas oxidadas, clavos torcidos, tuercas inutilizadas, ruedas de bicicleta inservibles y muchas cosas inútiles. Esa pieza estaba peligrosamente cerca del cuarto de tía Rosa que, aunque vivía con Don Tránsito, muchas veces se quedaba a dormir sola en la casa en esa pieza que siempre sentiría que era su verdadero hogar.
Esa misma noche tuvieron una cena complicada, estaban todos: Isidoro, su madre, su hermana, tía Rosa, Don Tránsito y, por supuesto, el recuperado Jorge. Después de que la mamá de Isidoro sirvió la comida hubo un incómodo, y esperado, silencio, que tal vez no fue tan largo como les pareció a todos los comensales, pero se sentía en el ambiente una incomodidad imposible de disimular. El que rompió ese clima entre hostil y molesto, fue Jorge.
― ¡Qué lindo rancho que tienen! Se nota que ganaba bien tu viejo, Isidoro. - dijo con un desparpajo que no era propio de él y aprovechando que no podían contradecirlo.
― Mi viejo tenía un sueldo digno y hacía changas y, aparte era una persona austera que no gastaba plata en pavadas, para él lo primero era el techo para la familia, se rompió el lomo para llegar a tener esta casa. - contestó Isidoro con bronca en sus ojos pero con tranquilidad en su tono.
El silencio volvió a apoderarse de la reunión, todos estaban incómodos a excepción de Jorge que seguía comiendo sin importarle nada de lo que pasaba a su alrededor. Ni bien terminó de comer, apoyó con fuerza los cubiertos sobre su plato como quien lo hace para llamar la atención del resto de los comensales, y eso era lo que él quería. Levantó su cabeza y comenzó a observar, a escrutar a tía Rosa. Miraba su cara, sus cabellos que le llegaban hasta los hombros y luego se detuvo en sus grandes pechos, tía Rosa notó esa mirada lasciva y, por esa razón, se levantó de su silla y comenzó a recoger la vajilla de la mesa, la madre y la hermana de Isidoro la acompañaron. Jorge la siguió con la mirada mirándole la cola de una manera alevosa y desafiante, luego lo miró a Don Tránsito.
― Y, Don Tráfico, ¿Cómo va la vida de casados? - preguntó con sarcasmo Jorge y a sabiendas de que le había cambiado el nombre al pobre marido de tía Rosa.
― En primer lugar me llamo Tránsito, y en segundo lugar, va bien la vida de casado, cuando hay amor todo es más fácil – le respondió Don Tránsito con su acostumbrada tranquilidad.
― Bueno, Don Tránsito, disculpe, ya sabe que ando mal de cabeza, de la memoria digo. Y escuche como anda con… - Jorge hizo el universal gesto para representar una relación sexual, con su puño derecho avanzando y retrocediendo como si fuera un pistón
― No le comprendo, señor. - dijo Don Tránsito con marcada molestia.
Isidoro quiso interceder hablando de cualquier pavada, pero Jorge fue por más.
― Y como anda Tía Rosa con...- ahora hizo el gesto, también universal, que hacemos para representar el sexo oral hacia un hombre: puño cerrado, hacia la boca, con un leve movimiento hacia adentro y hacia afuera.
Don Tránsito no aguantó más semejantes afrentas, se levantó y se fue hacia la cocina. Solo quedaron sentados a la mesa Isidoro y Jorge. Se miraban sin decir nada, Isidoro pensaba como su gran amigo Jorge podía haber cambiado tanto y se había convertido en una persona tan irrespetuosa y tan chabacana.
Jorge se quedó mirando a Isidoro hasta que en un momento no soportó la mirada furiosa de su amigo, igualmente le había quedado algo por decir.
― Este Don Tránsito me parece que se enojó conmigo, eso que ni le hablé de las hermosas tetas que tiene tía Rosa.
Continuará.