El oso

Capítulo 41

Capítulo 41

Isidoro ya tenía muchos problemas como para hacerse cargo también de los de Jorge y, más allá de que era su amigo del alma, esta versión de Jorge lo disgustaba, lo sacaba de sus casillas. Sentía que no lo reconocía y que era otro, tal vez a Jorge le pasaría lo mismo con él.

Después de quedarse en silencio mirando a Jorge y escuchando las pavadas que le decía de tía Rosa, se levantó de la mesa y se acostó, por suerte una vez que me puedo acostar temprano. Y la suerte lo siguió acompañando porque se quedó dormido apenas apoyó la cabeza en la almohada. Antes de acostarse se dio cuenta que en su cabeza solo habitaba Mariel, solo ella, y no quería que ningún otro habitante molestara dentro de su cráneo. Al despertarse su única preocupación seguía siendo la mujer de sus sueños, o de sus pesadillas como le dijo alguna vez Jorge, el Jorge anterior, el Jorge original.

Aprovechó que era bien temprano para desayunar solo sin que nadie lo moleste, pero… no lo logro su anhelado objetivo.

- Buenas, buenas, que carita, Isi, querido – lo saludó Jorge que estaba de excelente humor

- Buen día, Jorge, ¿Cómo dormiste? - le contestó, lacónico, Isidoro.

- Dormí como un angelito. Pero te cuento como lo logré, resulta que no podía dormir, daba vueltas y vueltas pensando en tía Rosa, te juro que estaba al palo y… me tuve que hacer un par de… - Jorge se detuvo al ver la cara de Isidoro

- ¡Pará, Jorge! ¡Cortala! No sigas hablando de cosas íntimas en este momento, ¿No ves que estoy desayunado? ¿No ves que estoy comiendo? Lo que menos me importa en este momento es como carajo hiciste para poder dormir, y mucho menos me importa ese método que utilizaste. ¡Basta! - lo retó Isidoro como si fuera un chico.

- Bueno, bueno, no sabía que mi amiguito Isidoro era tan pero tan fino – replicó Jorge con marcada ironía.

- Bueno, yo me voy. - Dijo Isidoro mientas se levantaba de la mesa.

Isidoro abrió la puerta con fuerza y antes de irse lo llamó a Jorge.

- Vení un rato, Jorge.

Jorge se levantó como un chico y fue corriendo hacia donde estaba Isidoro, ese se acercó y le habló al oído.

- Jorgito: hacete todas las pajas que quieras, pero a mi no me rompas las pelotas.

Jorge se quedó helado y en silencio mientras veía que su amigo Isidoro se perdía entre las calles del barrio.

Isidoro se fue caminando lentamente hacia la estación del tren, como se había levantado mucho más temprano que de costumbre, le sobraba tiempo para llegar al trabajo y, sobre todo, para pensar. Pensaba en Mariel, en Copitelli, en el oso, en el gordo Fernández… Ahora quería ir por todo con Mariel, y para eso le contaría toda la verdad, le confesaría lo del oso, lo de la cámara oculta, lo de Copitelli con el gordo Fernández, sentía que ya no era tiempo de especular, ya no había tiempo de ocultarse ni de ocultar lo que le pasaba. Por un momento pensó que él también había cambiado y, tal vez, hasta más que el mismo Jorge. Sentía que estaba cansado de sus zonas grises y de las zonas grises de los demás. Estaba podrido de lo no dicho, de lo que para él, y para los demás, era obvio. No, las cosas hay que decirlas; si te quiero debo decir “te quiero”, no hay que darlo por hecho.

El sabía que Mariel sabía que él estaba enamorado de ella, pero el nunca se lo había dicho, y también le hastiaba el histeriqueo continuo de Mariel. Isidoro sabía que si el hubiera sido claro, ella no le haría todo ese juego de seducción que no queda en nada que queda “ahí”, que queda solo como material para a la noche hacer lo mismo que había hecho Jorge la noche anterior. Sonrió con su propia ocurrencia, al final Jorge lo había hecho salir por un momento de ese tedio que lo estaba mortificando.

Llegó a la estación y había tan poco tiempo que pudo sentarse. A esa hora podía observar que los vendedores ambulantes y los artistas no abundaban como en la hora que el tomaba rutinariamente ese tren. Llegó a la estación de Once, y era tan temprano que prefirió ir caminando tranquilamente antes de meterse en el subte. La mañana estaba linda con el cielo totalmente despejado y una brisa que aminoraba el calor reinante. Llegó a la puerta de la oficina y aún era temprano, se fue a la vuelta a desayunar. En el café tampoco había gente. Leyó el diario tranquilo, en un momento una mano se posó sobre su hombro derecho, se dio vuelta: era el gordo Fernández.

- ¿Cómo andás, Bernardez? - preguntó un entusiasmado Fernández

- Bien, bien. Acá desayunando… ¿Vos? ¿Todo bien? – contestó Isidoro, con la voz temblorosa, mientras no se podía sacar de la cabeza a Copitelli excitado mientras hablaba con el gordo.

- Yo, de maravillas. Ahora va a venir Copi – respondió el gordo Fernández.

Isidoro se quedó duro, pasmado. Le dice Copi, repetía para sus adentros una y otra vez. ¡Copi!. Además lo veía como más amanerado, pero ya no sabía si era sugestión por la situación que había visto entre Fernández y Copitelli.

Siguieron hablando cosas del trabajo, hasta que una gruesa voz los sacó de su aburrido diálogo.

- Buenos días, Fernández, buenos días, Bernardez – saludó con toda su simpatía matinal Copitelli.

Isidoro pudo ver, o eso creyó, como cuando saludó Copitelli, suave y disimuladamente, le tocaba el hombro a Fernández. Mientras hablaban entre ellos, Isidoro pensaba que Mariel estaba más cerca que nunca. El romance menos pensado, gordo Fernández y el fachero Copitelli, parecía ir con viento en popa.



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En el texto hay: amor, amistad, amor de familia

Editado: 27.07.2023

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